Lynne Graham
El Hijo Del Principe Del Desierto
Hijos Del Amor 01
El príncipe Jasim bin Hamid al Rais frunció el ceño cuando su ayudante le dijo que la esposa de su hermano estaba esperando para hablar con él.
– Tendrías que habérmelo dicho antes. Mi familia siempre tiene prioridad -lo amonestó.
Jasim era conocido en los círculos empresariales por ser un hombre de negocios astuto y rápido que representaba a las mil maravillas los intereses del imperio Rais. Sus empleados lo respetaban profundamente a pesar de que era un jefe duro que ponía objetivos muy altos y no quería más que resultados excelentes.
Se trataba de un hombre alto, fuerte, de treinta y pocos años y belleza singular que las mujeres sabían apreciar bien.
Su cuñada Yaminah, que era francesa de nacimiento, era una mujer menuda de pelo castaño y expresión facial seria. Jasim se dio cuenta de que estaba alterada, así que la saludó con afecto. Para hablar con ella estaba haciendo esperar a un ministro, pero estaba tan acostumbrado a hacer ver que todo iba bien, que estaba seguro de que Yaminah no se daría cuenta.
– ¿Estáis bien en Woodrow Court? -le preguntó refiriéndose a la casa de campo de su propiedad que su hermano mayor, el príncipe heredero Murad, y su familia estaban utilizando en aquellos momentos mientras les terminaban la suya.
– Oh, sí, es un lugar maravilloso y nos tratan estupendamente, pero no era nuestra intención echarte de tu propia casa -contestó Yaminah-. ¿Por qué no vienes este fin de semana a vernos?
– Iré encantado, pero ten presente que no me habéis echado en absoluto. Estoy muy a gusto en mi piso de la ciudad -contestó Jasim-. Creo que no has venido a verme para hablar de esto, ¿verdad? Te noto preocupada.
Yaminah apretó los labios y se le saltaron las lágrimas. Se apresuró a disculparse y a sacar un pañuelo de tela del bolso para enjugárselas
– No quiero molestarte, pero…
– Nunca me has molestado -la tranquilizó Jasim sentándose frente a ella y tomándola de las manos-. ¿Qué ocurre?
Yaminah tomó aire profundamente y lo soltó lentamente.
– Es por… es por la niñera -contestó.
– Si la niñera que ha contratado mi personal de servicio no te gusta, despídela -la autorizó Jasim con firmeza.
– Ojalá fuera tan sencillo… -suspiró Yaminah-. Es una niñera muy buena y Zahrah la adora. Me temo que el problema es… Murad.
Jasim tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dar un respingo. Su hermano era un ligón empedernido y no sería la primera vez que sus dotes seductoras causaban problemas. Aquella debilidad no era una buena cualidad para el futuro monarca de un pequeño país petrolero y conservador como Quaram.
Esperaba que no hubiera caído tan bajo como para intentar seducir a un miembro del servicio.
– No puedo despedirla. No quiero que Murad se enfade. Creo que, de momento, no es más que un flirteo sin importancia, pero es una chica muy guapa, Jasim. Además, si se va de casa y se le ocurre hablar, todo el mundo se enteraría y tu hermano no se puede permitir otro escándalo.
– Tienes razón. A mi padre se le está terminando la paciencia.
Por no decir que, tal vez, su delicado corazón no pudiera soportar otro escándalo de su primogénito.
¿Cuándo iba a aprender su hermano a tener un poco de sentido común y a anteponer su familia a sus deseos? Murad no parecía dispuesto a dejar de seducir a mujeres jóvenes y guapas ni aun estando casado y siendo padre.
Esa vez, Jasim se sentía responsable en alguna medida, pues había sido su personal de servicio quien había contratado a la niñera. ¿Cómo no se le había ocurrido decirles que no contrataran a mujeres jóvenes y guapas?
– ¡Ayúdame, Jasim, por favor! -le rogó Yaminah con ojos implorantes.
– No creo que Murad quiera escucharme.
– No, pero puedes ayudarme de todas maneras -insistió Yaminah.
Jasim frunció el ceño. Su cuñada sobreestimaba la influencia que tenía sobre su hermano mayor. Murad llevaba cincuenta años siendo el heredero al trono de Quaram y sabía de su importancia. A pesar de que lo quería mucho, tenía que reconocer que a su hermano le gustaba salirse con la suya y hacer siempre lo que le viniera en gana… aunque eso significara pisar a otros.
– ¿Cómo?
Yaminah se mordió el labio inferior.
– Si tú mostraras interés por la niñera, el problema se solucionaría -declaró en un repentino arrebato de entusiasmo-. Tú eres más joven y estás soltero y Murad es ya un hombre de mediana edad y está casado. Seguro que la chica te prefiere a ti…
A Jasim no le hizo ninguna gracia aquella idea.
– Yaminah, por favor… sé razonable.
– Lo estoy siendo. Estoy convencida de que, si tu hermano, creyera que te gusta la chica, la dejaría en paz -declaró Yaminah con mucha seguridad-. Se pasa el día diciendo que está deseando que conozcas a una mujer…
– Sí, pero no una que le guste a él.
– No, te equivocas. Desde que… tuviste aquella relación con… aquella chica inglesa hace unos años, Murad está muy preocupado porque ve que no te casas. Ayer mismo me lo dijo. ¡Por eso sé que, si tú mostraras interés en Elinor Tempest, él se olvidaría de ella! -declaró su cuñada desesperada.
Jasim estaba tenso. De hecho, había palidecido, pues no le gustaba recordar el episodio al que había hecho referencia Yaminah. Cuando la prensa amarilla había sacado tres años atrás la vida licenciosa de la mujer con la que pensaba casarse, había sufrido una humillación y una rabia que no quería ni mentar.
Desde entonces, había decidido permanecer soltero y sólo buscaba mujeres para que le calentaran la cama.
«Cuanto menos espera uno, mejor», se dijo.
Aunque no le había gustado nada la idea de Yaminah, sentía curiosidad por saber algo más sobre la chica que le estaba dando a su cuñada tantos quebraderos de cabeza, así que le indicó a su ayudante que la investigara.
El informe le llegó aquella misma mañana. Jasim frunció el ceño mientras estudiaba la fotografía de Elinor Tempest. Era pelirroja y tenía el cabello largo y brillante, el rostro ovalado, la piel clara y los ojos verdes.
Desde luego, aunque a él nunca le habían gustado especialmente las pelirrojas, tenía que admitir que la niñera de su hermano era una belleza fuera de lo normal.
Lo que le llamó poderosamente la atención fue que aquella chica no había hecho entrevista previa para el trabajo en la agencia de empleo que se había contratado para el caso. De haber sido así, lo más seguro habría sido que no la hubieran incluido en la lista de niñeras recomendadas, pues tenía veinte años recién cumplidos y poca experiencia laboral. Era evidente que el propio Murad había intervenido en el proceso de selección.
Aquello hizo sospechar a Jasim. Estaba muy enfadado con su hermano. ¿Cómo era capaz de tener a su amante bajo su propio techo? ¿Y qué tipo de chica aceptaba que un hombre casado le hiciera ese tipo de propuestas? ¿Estaría Yaminah equivocada y su esposo ya se habría acostado con la niñera de su hija?
Jasim sintió repugnancia. Sus fuertes principios no podían soportar que su cuñada y su sobrina tuvieran que vivir una situación tan sórdida.
Sabía por experiencia propia que tanto su hermano como él gustaban mucho a las cazafortunas. No sólo por ser miembros de la familia real, sino por la inmensa fortuna que tenían gracias al petróleo. De hecho, Murad ya había sufrido varios intentos de soborno que habían requerido intervención policial y, aun así, su hermano se volvía a arriesgar y ponía en peligro a su familia y a la monarquía.
Así que Jasim tomó una decisión. Cuando surgía una crisis, le gustaba atajarla cuanto antes. Sí, iba a pasar el fin de semana en Woodrow Court para ver con sus propios ojos lo que estaba pasando.
Página siguiente