KEN ROBINSON
con LOU ARONICA
El elemento
Sir Ken Robinson es un experto mundial en el desarrollo del potencial humano. Ha colaborado con múltiples gobiernos europeos y asiáticos, entidades internacionales, empresas de primera línea, sistemas educativos y algunas de las organizaciones culturales de mayor proyección en el mundo. Es británico de nacimiento, y vive en Los Ángeles con su esposa Terry y sus dos hijos.
Lou Aronica es autor de dos novelas y coautor de varias obras de no ficción. Vive en Connecticut con su esposa Kelly y sus cuatro hijos.
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, ENERO 2014
Copyright de la traducción © 2009 por Mercedes Vaquero
Copyright del prólogo © 2012 por Eduard Punset
Todos los derechos reservados. Publicado en coedición con Random House Mondadori, S. A., Barcelona, en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House LLC, Nueva York, y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto, compañías Penguin Random House. Originalmente publicado en inglés como The Element: How Finding Your Passion Changes Everything por Penguin Group (USA). Copyright © 2009 por Ken Robinson y Lou Aronica. Esta traducción fue originalmente publicada en España por Random House Mondadori, S. A., Barcelona, en 2009. Copyright de la presente edición en castellano © 2009 por Random House Mondadori, S. A.
Vintage es una marca registrada y Vintage Español y su colofón son marcas de Random House LLC.
Información de catalogación de publicaciones disponible en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Vintage ISBN: 978-0-8041-6957-8
eBook ISBN: 978-0-8041-7034-5
Diseño de la cubierta: Gemma Martínez / Random House Mondadori
Imagen de la cubierta: © Thinkstock
www.vintageespanol.com
v3.1
Para mis hermanos, Ethel Lena, Keith, Derek, Ian, John y Neil;
para nuestros extraordinarios padres, Ethel y Jim;
para mi hijo James y mi hija Kate, y para mi alma gemela, Terry.
Este libro es para vosotros. Por vuestros muchos talentos y por el infinito amor
y las risas que ponemos en la vida del otro.
Con vosotros y con los que amáis, estoy de verdad
en mi Elemento.
Índice
Prólogo
E s muy posible que Ken Robinson, el que más ha insistido en la necesidad de estimular el talento, la creatividad y la vocación artística, el que más claramente apostó contra viento y marea por la no jerarquización de las competencias —no tiene sentido que en los sistemas educativos, la Física figure siempre en primer lugar y la Danza en el último—, intuyera sin ser consciente de ello que los últimos descubrimientos científicos iban a revolucionar los sistemas educativos.
¿Cuáles eran las grandes revelaciones del pensamiento científico, que permitieron a Ken Robinson dar por sentada la consecución de algo que todos habían soñado, pero nadie conseguido hasta ahora?
En los últimos veinte años, los investigadores más tenaces pero no necesariamente los más conocidos han aflorado tres grandes tipos de sorpresas. La primera fue la magnitud insospechada del inconsciente; se acumulaban allí procesos cognitivos de una complejidad inigualada por el pensamiento consciente. En contra de los abanderados por científicos como Crick —que supo desentrañar el secreto de la vida o el origen del genoma humano—, ahora estábamos descubriendo que el inconsciente abriga la mayor parte del conocimiento. Resulta que la intuición tan despreciada y postergada con relación al pensamiento consciente, era una fuente de conocimiento tan válida como la razón. La capacidad de conocer inteligentemente, se había más que duplicado.
El segundo gran descubrimiento que aportó las bases para que Robinson pudiera hacer de las suyas y revolucionar la gestión del talento, vino de la mano de una gran científica inglesa empeñada en saber por qué la experiencia individual podía incidir y transformar, incluso, las estructuras cerebrales y genéticas. Lo descubrió comprobando que el volumen del hipocampo —el órgano cerebral de la memoria—, de los taxistas de Londres empeñados en aprobar el duro examen para obtener el título de conductor, era netamente mayor que el de los ciudadanos de Londres que no preparaban el examen. Se zanjó así el interminable debate entre los que explicaban la conducta de la gente por su herencia genética y los que no querían, de modo alguno, menospreciar el papel de la experiencia individual, incluso para alterar la estructura cerebral. El campo quedaba abierto para conquistar el mundo; para vencer el miedo si se adoptaban determinadas actitudes.
Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, pudo descifrar, además, la ventana del tiempo. ¿Cuándo era mejor o más rentable aprender las nuevas competencias para triunfar en la vida, como saber gestionar sus emociones evitando el miedo por encima de todo; no jerarquizar las distintas disciplinas otorgando a la creatividad el papel prioritario que le corresponde; identificar el llamado «elemento» cuya ejecución le identifica a uno con su razón de ser, ya sea profundizar en el ejercicio de la danza, o de las matemáticas.
El «elemento» es, posiblemente, el mensaje central del libro que lleva ese nombre. Como explica con enorme claridad el autor, vale la pena invertir el tiempo que haga falta en encontrarlo y el esfuerzo para adecuarse al nuevo entorno, cuando se constata que no era el habitual. Ahora bien, no basta solamente con hallar el «elemento» —y ese es un mensaje cuyo valor no puede sobreestimarse—; es preciso dominarlo, profundizar en su conocimiento, controlarlo. Eso requiere esfuerzo continuado y mucho talento.
Es posible que una gran parte del público e instituciones ignoren durante un tiempo el mensaje de Ken Robinson, a quien tuve la suerte de conocer en Los Ángeles, California. No porque resulta difícil de asimilar, sino porque profundizar y controlar las nuevas competencias para vivir, comporta cambios tan trascendentales que la gente y las instituciones se lo pensarán dos veces antes de cruzar el río. Hay una cosa de la que estoy seguro: tarde o temprano no tendremos más remedio que cruzar el río e iniciar la revolución más importante de las que ha habido: conocerse por dentro, gestionarse a sí mismo y poder entonces abordar la tarea de controlar lo que está fuera.
Eduard Punset, enero de 2012
Introducción
H ace unos años oí una historia maravillosa que me gusta mucho explicar. Una maestra de primaria estaba dando una clase de dibujo a un grupo de niños de seis años de edad. Al fondo del aula se sentaba una niña que no solía prestar demasiada atención; pero en la clase de dibujo sí lo hacía. Durante más de veinte minutos la niña permaneció sentada ante una hoja de papel, completamente absorta en lo que estaba haciendo. A la maestra aquello le pareció fascinante. Al final le preguntó qué estaba dibujando. Sin levantar la vista, la niña contestó: «Estoy dibujando a Dios». Sorprendida, la maestra dijo: «Pero nadie sabe qué aspecto tiene Dios».
La niña respondió: «Lo sabrán enseguida».
Me encanta esta historia porque nos recuerda que los niños tienen una confianza asombrosa en su imaginación. La mayoría perdemos esta confianza a medida que crecemos, pero pregunta a los niños de una clase de primaria quiénes consideran que tienen imaginación y todos levantarán la mano. Pregunta lo mismo en una clase de universitarios y verás que la mayoría no lo hace. Estoy convencido de que todos nacemos con grandes talentos naturales, y que a medida que pasamos más tiempo en el mundo perdemos el contacto con muchos de ellos. Irónicamente, la educación es una de las principales razones por las que esto ocurre. El resultado es que hay demasiada gente que nunca conecta con sus verdaderos talentos naturales y, por tanto, no es consciente de lo que en realidad es capaz de hacer.