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E. Robinson - En el cuarto frío

Aquí puedes leer online E. Robinson - En el cuarto frío texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: E. Robinson, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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E. Robinson En el cuarto frío

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Contenido

EN EL CUARTO FRIO

E. Robinson. Todos los derechos reservados.

KINDLE EDITION

Copyright © 2013. E. ROBINSON

www.facebook.com/enelcuartofrio

Idea de la cubierta E. Robinson. Diseño de la cubierta de Ebook Launch (ebooklaunch.com).

La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos en él descritos son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

El autor reconoce que la mención de marcas registradas en esta obra de ficción se ha hecho sin el consentimiento de los dueños de los derechos sobre las mismas.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el consentimiento previo y por escrito del autor.

A los amigos que me hicieron el gran favor de leer las primeras escenas, los que de manera desinteresada dieron su opinión y apoyo. A ustedes, gracias.

A mi familia, la que además de regalarme sus comentarios y palabras de aliento, me permitió usar su tiempo como si realmente fuera mío. Gracias. Esta obra es de ustedes.

Para mi papá.

Nunca hablamos sobre escribir un libro pero estoy seguro de que la idea te gustará.

Te amo.

Capítulo Uno

♓♓♓

Bogotá, Colombia. Día 1.

El golpe llegó como un relámpago. Sintió un soplido en la nuca y el cortocircuito de sus funciones nerviosas fue instantáneo.

♓♓♓

Marcó el número por tercera vez en la última media hora. De nuevo escuchó la grabación que le invitaba a dejar un mensaje. Era muy inusual que su esposa no tomara el teléfono.

Decidió llamar a Julissa, una de sus hijas, quien contestó al instante.

—Hola, papá.

Edgardo Altari sonrió sin darse cuenta. Hablar con sus hijas siempre le producía un efecto relajante.

—Hola, querida. Oye, necesito hablar con tu madre. ¿Sabes dónde está?

—No, papá, pero recuerda que hoy es miércoles, y que a veces se reúne con sus amigas a la salida de la clase de zumba.

Edgardo Altari hizo un gesto inconsciente de asentimiento.

—Tienes razón. Probablemente todavía esté en el club, o haya salido un rato con sus amigas. Bueno, te veo luego en la casa. Ya casi salgo para allá.

A sus cuarenta y nueve años, Edgardo tenía una esposa y dos hijas adolescentes. Trabajaba como ejecutivo de una importante agencia de medios y publicidad. Vivía en un estupendo apartamento y conducía un Audi A8 último modelo, con un maletero lo bastante espacioso para sus palos de golf y sus raquetas de tenis. Había recibido una excelente educación, herencia de la época dorada de sus padres, de cuando los negocios familiares eran prósperos y abarcaban diferentes líneas industriales y del comercio. Y es que durante décadas, los Altari fueron miembros prominentes de la flor y nata de la sociedad colombiana.

Para Edgardo la vida transcurría tranquila, adornada de lujos inalcanzables para cualquiera de sus pares de la oficina y, a veces, hasta para sus propios jefes: eventos sociales, esquí en invierno, viajes a todos los rincones del mundo, ropa de haute couture , o vinos de más de trescientos dólares la botella, formaban parte del estilo de vida al que Edgardo estaba acostumbrado.

Aunque su trabajo le reportaba algunas satisfacciones profesionales ocasionalmente, en realidad consideraba que merecía un puesto más elevado, más acorde con su posición social y sus estudios en universidades de élite de Estados Unidos. Incluso opinaba que el dueño de la agencia publicitaria donde trabajaba era un ingrato, pues, en el pasado, esta se había beneficiado ampliamente de los servicios requeridos por las entonces pujantes empresas de su familia. Ser un mero empleado de esa firma era para él algo completamente indigno. «La agencia debería ser de mi propiedad», pensaba con frecuencia el oligarca venido a menos.

Ahora bien, que la riqueza de los Altari se hubiese esfumado, o que con frecuencia sintiera que merecía más de la agencia, no importaba: Edgardo nunca había renunciado a su estilo de bon vivant .

Suerte que se había casado con Laura Gordillo. Su esposa, una mujer muy hermosa, de educación esmerada y con marcadas pretensiones de destacar socialmente, era la hija de un rico comerciante. Su capital, de dudosa procedencia, no le había bastado para ser aceptada en los círculos más exclusivos de la sociedad, algo que sí consiguió, casualmente , tras emparentarse con la familia Altari. El padre de Laura, a pesar de que esta apenas le dirigía la palabra, solía mostrarse muy generoso con ella, lo que le permitía a Edgardo y a su familia gozar de un tren de vida muy por encima de lo que ganaba como ejecutivo de la agencia.

Por su parte, las gemelas Melissa y Julissa eran, a sus dieciocho resplandecientes años, las dignas herederas de la belleza de su madre y del complejo de aristócrata de su padre, y su mayor preocupación en este mundo era la marca de su ropa y frecuentar lugares de moda.

♓♓♓

Era como si el dolor viniese de todas las partes de su cuerpo. Como si cada célula de su ser estuviese a punto de romperse en mil pedazos. Un zumbido constante le había anulado el sentido del oído. Tenía los ojos abiertos, o eso creía; no distinguía nada. Se hallaba sumida en la más completa oscuridad.

Al cabo de un tiempo, tal vez horas, el dolor y el zumbido en su cabeza disminuyeron y pudo pensar con un poco más de claridad. Era tal el silencio que allí reinaba, que podía escuchar su propia respiración y los latidos de su corazón. Su olfato pareció despertar de pronto, y un penetrante olor a sudor la golpeó; un denso, agrio e irritante hedor que lo impregnaba todo, ocultando los otros olores que debería de haber allí, en dondequiera que estuviese.

Trató de incorporarse, pero su cuerpo, en total desobediencia a la orden enviada por su cerebro, se precipitó al suelo. Sintió humedad en el rostro y al instante sus sentidos se apagaron de nuevo.

♓♓♓

Ya era la sexta llamada que Edgardo le hacía a su celular. Le parecía raro que Laura anduviese todavía por ahí, a esas horas. Ni siquiera siendo uno de los miércoles en los que, como le había recordado Julissa, se reunía con sus antiguas compañeras de la universidad.

Lo normal era que fuese él quien llegase más tarde a casa… salvo, claro está, los días en que sus hijas salían con sus amigos los fines de semana.

Dando por hecho que Laura había quedado con sus amigas y que se le había agotado la batería del móvil, Edgardo decidió también aprovechar la noche y llamó a dos de sus compinches para ver un partido de fútbol y tomar unos tragos en su casa. Después de todo, Laura era una mujer dulce, educada y entregada por entero a su familia; si decidía tomarse un poco de tiempo para ella muy de vez en cuando, lo tenía más que merecido.

Edgardo, pues, improvisó un pequeño refrigerio para sus amigos con la certeza de que, en cuanto Laura regresara, se encargaría de atender a sus invitados con la esplendidez habitual. Era en ocasiones como esa cuando realmente agradecía tener una esposa como la suya. Se sintió afortunado y se sentó en su sillón de piel a esperar la llegada de sus amigos.

♓♓♓

Cuando volvió en sí, no tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido. Trató de mover las manos. Primero lo intentó con la izquierda; la derecha la tenía entumecida, pues se había quedado bajo el peso de su cuerpo cuando se desplomó en el suelo. Sintió que se movía. Sus dedos se estiraban y encogían, pero ella no tenía el control; ni de la mano, ni de ninguna otra parte de su cuerpo.

Estaba mareada y desorientada. ¿Dónde estaba?, ¿quién le había golpeado?, ¿la habrían drogado? Llegaría el momento en que se daría cuenta de que, a veces, la ignorancia es la forma más delicada de la angustia.

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