ayudante de dirección en el MacLean Center for Clinical Medical Ethics de la Universidad de Chicago, investigadora en el CADIS (Centro Nacional de Investigación Científica/Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales),
antiguo profesor del Instituto de Estudios Políticos de París.
Los inconvenientes de las opciones
por Gérard Vincent
En la introducción al primer volumen de esta colección, Paul Veyne se pregunta “si la civilización romana ha sido el fundamento del Occidente moderno” (p. 16). Y responde: “No lo sé”. Sobre el periodo de la Edad Media anterior al siglo XIV , Georges Duby escribe: “Todo lo relativo a este lapso de tiempo es problemático y árido” (p. 11). Es lo mismo que decir que las series largas, fácilmente abordables desde el punto de vista de la climatología, y a veces desde la demografía, escapan sin embargo a la investigación del historiador de la vida privada quien, negándose a evocar la existencia cotidiana —cuyas huellas son relativamente numerosas—, pretende penetrar en los secretos de la intimidad.
Fuentes pletóricas
Las fuentes, raras para los historiadores de los tiempos antiguos —ya sean directamente utilizables, ya impongan una epistemología de sustitución— son en cambio copiosas para nuestro periodo. Su sola recensión ya llenaría un libro entero, y el autor de esta introducción (cuyo capital de conocimiento se encuentra necesariamente limitado) ha debido contentarse con lo que sabe, fracción débil de lo que “haría falta” saber. Primera elección no tanto verdaderamente “escogida” como impuesta por ese almacenamiento de fragmentos leídos aquí y allá o retenidos y que constituyen lo que habitualmente se llama una “cultura” personal. El historiador jamás se encuentra ausente del enunciado de lo que produce, y, aunque nunca apuraremos tanto la paradoja como para pretender que todo libro de historia es autobiografía de su autor antes que relación científica de datos irrefutables, sí debemos confesar como punto de partida el carácter de aproximación personal que reviste lo que sigue.
Una opción hexagonal
Quizá la “sociedad romana”, el “mundo del Occidente cristiano” no son otra cosa que artefactos y denotan conjuntos cuya evidente diversidad deja lugar a una cierta unicidad. Sobre ello corresponde decidir a los especialistas. Con el emerger de las naciones, las diferencias se precisan o, al menos, se hacen evaluables hasta el punto de que es imposible (no serio) escribir una historia de la vida privada en la que la opacidad de la historia del mafioso conviva con la transparencia (o pretendida transparencia) de la relatada por el ciudadano sueco. Ello explica, y ésta es nuestra segunda opción, la decisión (a decir verdad se trata más bien de una resignación) de dedicar este volumen al Hexágono francés.
Un rompecabezas imposible de reconstruir
Circunscribir nuestro campo de estudio a Francia (sin excluir la posible influencia de los modelos extranjeros) implica también aspirar a la realización de un inventario incompatible con las dimensiones historias que a la historia, dado que en aquéllas puede encontrar semejanzas que le atañen. Sin embargo, y ésta fue nuestra tercera elección, debimos desechar esta concepción por la simple razón de que nuestro propósito no era elaborar un Who’s Who? de los hombres de la vida cotidiana, sino más bien intentar una comprensión de conjuntos.
Sorprendidos por la ausencia de monografías elaboradas en función de la “posición social”, el lector deberá moderar su indignación, puesto que las desigualdades sociales son perceptibles en todos los desarrollos de esta obra, ya se trate del nivel de vida, de la muerte, de la educación de los niños o del consumo cultural (“El gusto no es otra cosa que la aptitud para descifrar un determinado número de indicaciones que os permitirán ser considerado como conocedor de los bienes de producción erudita”, escribe Pierre Bourdieu). El indudable incremento del nivel de vida (sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial) sólo ha generado una aparente homogeneización, pues subsisten los factores de estratificación: mantenimiento de las diferencias entre las rentas, diferente consumo cultural, hechos lingüísticos vinculados al medio sociocultural, difusión de los “modelos” de la cúspide de la “escala social” en los niveles inferiores, endogamia en todas las clases o estratos, pues respecto a la elección de las parejas, la “cohabitación juvenil” no ha cambiado nada, movilidad social, más intergeneracional que intrageneracional y caracterizada por cortas trayectorias.
¿Qué frontera(s) presenta la vida privada?
Después de haber hecho explícitos nuestros rechazos nos queda justificar nuestras opciones. En el siglo XX , los múltiples avatares del Estado (o del poder público) parecen haber hecho retroceder la frontera de lo privado. La familia, asediada por la Seguridad Social, los subsidios, las facilidades para el acceso a la propiedad, el crédito al consumo, el IVG legalizado, después reembolsado, etc., parece “bascular” en el terreno público. Pero, concomitantemente, la elevación del nivel de vida ha ofrecido a cada miembro de esta familia la posibilidad de ensanchar su vida privada —¿secreta?— al abrigo de las miradas de sus próximos: desaparición de la cama compartida —más tarde de la habitación común—, escucha individual del transistor que reemplaza a la —colectiva— de la TSF del periodo de entreguerras, etc. En la primera parte de este libro, Antoine Prost describe precisamente la evolución de esta articulación entre vida privada y vida pública.
¿Una historia del secreto?
En la segunda parte —la más larga—, el autor de esta introducción, obsesionado por esquivar una historia de vida cotidiana hecha una y mil veces, se ha aproximado a la historia del secreto. No hace falta decir que no se trata de ese secreto absoluto que todo hombre se lleva a su tumba, a veces incluso en la ignorancia de que lo detenta, sino de este desplazamiento de la frontera entre lo dicho y lo no dicho que interesa a varios niveles: al individuo, a la familia, al pueblo o al barrio, a un grupo primario, a una “banda”, a una “sociedad”, etc. Quizá podría hablarse de una “historia de la indiscreción”, no en el sentido originario de esta palabra (incapacidad de discernir), sino en una acepción derivada y banal (comunicar a los no iniciados informaciones hasta aquí circunscritas a las esferas individuales, amistosas o familiares). Una empresa de tal naturaleza impone las precisiones epistemológicas que abren esta segunda parte. Sigue una reflexión sobre el enigma de la identidad, que permitirá al lector pasearse por un vasto terreno que abarca desde la promiscuidad de los campos de batalla hasta la extrema intimidad de la sexualidad.