José Guillén - La vida privada
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- Libro:La vida privada
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1977
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La vida privada: resumen, descripción y anotación
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José Guillen Cabañero, Nacido en Montalbán (Teruel, España, 1913). Cursó los estudios de la carrera eclesiástica en los Seminarios Conciliares de Zaragoza (1926-1930), Tortosa (1930-1936), Burgos (1936-1938). Es sacerdote de la diócesis de Zaragoza, perteneciente a La Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Cursó los estudios de Filosofía y Letras en Zaragoza: cursos comunes (1952-1953) y especialidad de Filosofía y Letras, sección de Clásicas, en Salamanca (1953-1956). En la Universidad salmantina se doctoró, el año 1959, con una tesis sobre «El latín de las XII Tablas».
El aderezo personal
Adhibenda praeterea munditia est non odiosa neque exquisita nimis, tantum quae fugiat agrestem et inhumanam neglegentiam.
(Cic., Off. 1, 130)
Basta visitar un museo de antigüedades, por ejemplo, greco-romanas, para convencernos que las modas del vestir no cambiaban en aquellos tiempos con tanta frecuencia como ahora. Ni, por lo común, se tenía en la ropería tanto número ni variedad de prendas como en estos tiempos. Los vestidos eran mucho más sencillos y constaban de menos piezas que los nuestros. Por ejemplo, los romanos no usaban guantes, como prenda de lujo, ni sombrero, si no era en el campo para protegerse del sol, ni bastón más que por necesidad, para ayudarse a caminar, o como símbolo de autoridad (sceptrum), a pesar de que en Grecia y en la Etruria lo llevaban casi todos los hombres. No había mucha distinción entre los vestidos de invierno y de verano, fuera de algunos tipos, tildados de extravagantes por los poetas satíricos, como aquel pisaverde, fustigado por Juvenal. Pero tipos de esos nunca faltan.
La materia de las ropas era menos variada que ahora.
En los tiempos primitivos se usaban las pieles ligeramente curtidas, aliñándose al cuerpo para cubrirlo y protegerlo. Propercio recuerda a los patres pelliti, que en algún tiempo se sentaron en el senado.
El empleo de la peletería fina durante la República no era muy frecuente, pero durante el Imperio se extendió mucho, y se tenía como género de lujo. Así el gaunacum.
En todos los rincones del Imperio, y podemos decir del mundo, se perseguían los animales cuyas pieles eran llevadas a Roma, las preparaban y vendían los pelliones o pellarii en sus comercios llamados pellesuinae.
Los tejidos más usados en la antigüedad eran de lana. Lana cardada, hilada y tejida en casa por las esclavas, bajo la dirección de la señora; por la madre de familia y sus hijas; o confeccionada en talleres montados con ese fin. La lana se producía finísima en diversas partes de Grecia, como en el Ática, donde empezó a trabajarse, y cuyas ovejas constituían su mayor riqueza; la Acaya exportadora de lana, de vestidos, la Arcadia que poseía también las oues pellitae. Fama tenía también la lana de Mileto, que muchos preferían a cualquiera otra. A Roma llegaba mucha lana de Sicilia, de excelente calidad, como la del Sur de Italia, Calabria y Apulia. Se decía que esta región había sido colonizada por Enotrio, que trajo consigo la raza de ovejas de la Arcadia. La Lucania tenía las ovejas grises, pardas o negras. La Calabria sobre todo en las tierras de Brindis y Tarento criaba ovejas de lana excelente. Muy buena era también la de la Apulia, Samnium y la Sabina. Más blanda, aunque de menos apariencia, era la de la región de Gárgano. La lana de la Apulia, de pelos cortos, era muy apropiada para hacer las penulae. En Tarento había una buena manufactura de lana e incluso fábricas de púrpura.
En Pompeya se trabajaba mucho la lana en diversos talleres, y tintorerías de púrpura y diversos batanes. La Liguria, con toda la región del norte, producía lanas muy burdas y de poco aprecio.
Con las lanas griegas y las de la Campania competían ventajosamente las de la Bética. El terrateniente Columela, padre de nuestro escritor, había importado ovejas de Tarento, que cruzó con machos traídos del África, y consiguió lanas delicadas de finos y variados colores.
Había, pues, tres clases de lana: de lujo, estambre; otra media, que servía para los vestidos ordinarios; y otra burda y grosera con la que se vestían los esclavos y las gentes del campo. Con la borra, que dejaba la lana se hacían las alfombras.
Cuando los mercaderes romanos llegaron hasta Egipto, Siria y Cilicia, trajeron dos materias diversas para confeccionar los vestidos: la una era fina, delicada, usada como materia pura e incontaminada en el culto de Isis, que muy pronto se apropiaron las mujeres para sus vestidos interiores era el lino, que en la última época de la República usaban también los jóvenes afeminados para sus túnicas, aunque los hombres sensatos lo redujeron únicamente a sus pañuelos de bolsillo (sudariola), que empezaron a usarse en tiempos de Cicerón.
La palabra linteolum, linteum, es un poco genérica para indicar sólo «moquero», mas en el contexto ya se entendía si se quería decir «servilleta, trapo, moquero, sudario, etc.». Así de genérico es también nuestro «pañuelo», y pronto se sabe si es de bolsillo, de cuello, de cabeza… Se decía también sudariolum, orarium. En muchos documentos gráficos se enseña el pañuelo, de muy diversas maneras, en la mano, en el antebrazo, como un manípulo, al cuello como un chal, y se supone que serían de telas preciosas.
Con todo, aún en tiempos de Plinio: «P. Clodius a crocota, a mitra, a mulieribus soleis purpureisque fasceolis, a strophio, a psalterio, a flagitio, a stupro, est factus repente popularis».
El byssus es un tejido, como se ve por Herodoto, con el que envolvían las momias en largas vendas. No se precisa bien si procedía del lino o del algodón, o quizás de ambas materias. Era blanco, pero se teñía frecuentemente en púrpura. La Elide producía viso amarillo, quizás porque no se usaba mucho o porque se le daba otro nombre.
El otro tejido, importando de Cilicia, era una especie de fieltro, formado de pelos de cabra. Por su aspecto burdo se reservó a los pobres, y para las capas y sobre todos de los días fríos y lluviosos (cilicium).
Es posible que se usaran también las muselinas, sobre todo cuando después de las guerras asiáticas, principios del siglo II a. C., llegaron a Roma las lanas de las Indias orientales, es decir, el algodón (carbasa, carbasus).
La seda china (uestis serica, bombycina) en un principio sólo se importaba en hebra o en capullos, que una vez devanada y teñida se tejía en combinación con el hilo o con el algodón, formando telas ligeras y transparentes de cierta calidad. Estas telas teñidas de vivos colores las usaban en el siglo I d. C., las mujeres y algunos hombres engomados. Más tarde entró la seda pura, tejida ya en el exterior. Heliogábalo fue el primer hombre que se vistió de seda.
La bombycina uestis es una especie de seda, pero menos brillante, y con menos posibilidades de trabajo. La conocieron los mediterráneos antes de que llegara a ellos la sede auténtica. Los tejidos eran extremadamente finos y transparentes, por lo que se asemejaba a las sericae y a las Coae uestes, de las que tan sólo se distingue por ser menos preciosa.
Los romanos no conocieron ni el raso ni el terciopelo.
Sí conocieron, en cambio, y usaron telas riquísimas, tejidas con fibras de seda y de oro, desde el momento en que les llegó la seda. Los bordados de oro se empleaban en los tapices, en los cortinajes, en las colchas, en los vestidos del general triunfador (toga picta, palmata), en los galones de las túnicas, y como adornos de algunos vestidos de las mujeres (
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