Tomo 3
Del Renacimiento a la Ilustración
Philippe Ariès,
Maurice Aymard,
director de estudios en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales,
Nicole Castan,
profesora emérita de la Universidad de Toulouse-II,
Yves Castan,
profesor emérito de la Universidad de Toulouse-II,
Roger Chartier,
director de estudios en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales,
Alain Collomp,
doctor en Medicina,
Daniel Fabre,
profesor de la Universidad de Toulouse-III,
Arlette Farge,
directora de investigación CNRS en el Centro de Investigación Histórica de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales,
Jean-Louis Flandrin,
profesor emérito de la Universidad de París-VIII,
Madeleine Foisil,
ingeniero del Centro Nacional de Investigación Científica, Jacques Gélis,
profesor de la Universidad de París-VIII,
Jean Marie Goulemot,
professeur émérite des universités y miembro del Instituto Universitario de Francia,
François Lebrun,
profesor emérito de la Universidad de Haute-Bretagne,
Orest Ranum,
profesor emérito de la Universidad Johns Hopkins,
Jacques Revel,
presidente de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales.
Volumen dirigido por Roger Chartier
Traducciones existentes consultadas o utilizadas para la traducción:
W. Shakespeare:
— La tempestad, Bosch (trad. de C. Pujol).
— La tempestad, Espasa-Calpe (trad. de L. Astrana Marín).
— Enrique VI, Espasa-Calpe (trad. de L. Astrana Marín).
M. de Montaigne:
— Ensayos, Cátedra (ed. de Dolores Picazo y Almudena Montojo).
— Ensayos, Ediciones Orbis, S. A. (trad. de Juan G. de Luaces).
L. de Saint-Simon:
— Retratos proustianos de cortesanas, Tusquets Editores (trad., selec. y ed. de Consuelo Berges).
F. Rabelais:
— Gargantúa y Pantagruel, en Maestros franceses, Ed. Planeta (selec., introduc., estudio y notas de M.ª del Pilar Palomo).
Este libro fue querido, pensado y preparado por Philippe Ariès.
La muerte impidió que lo llevara a término.
Nosotros lo hemos escrito con fiel libertad y con el pensamiento puesto en su amistad.
Para una historia de la vida privada
por Philippe Ariès
¿Es posible una historia de la vida privada? y a la que el coloquio dará, según espero, alguna respuesta.
Les voy a proponer dos épocas de referencia, dos situaciones históricas, o mejor dos representaciones aproximativas de dos situaciones históricas, sólo para que tengamos la posibilidad de plantear el problema del espacio intermedio.
La situación de salida será el final de la Edad Media. En ella encontramos un individuo inserto en solidaridades colectivas, feudales y comunitarias, en el interior de un sistema que poco más o menos funciona: las solidaridades de la comunidad señorial, las solidaridades de linaje, los vínculos de vasallaje encierran al individuo o a la familia en un mundo que no es ni privado ni público en el sentido que nosotros damos a tales términos, como tampoco en el sentido que se les dio, con otras formas, en la época moderna.
Digamos de manera trivial que lo privado y lo público, la “cámara” y el tesoro, se confunden. ¿Pero qué quiere decir esto? Ante todo y esencialmente que muchos actos de la vida privada, tal como ha mostrado Norbert Elias, se realizan, se realizarán aún durante mucho tiempo, en público.
Esta observación un tanto brusca debe ir acompañada de dos correcciones:
La comunidad que rodea y limita al individuo, la comunidad rural, la ciudad pequeña o el barrio, constituye un medio familiar en el que todo el mundo se conoce y se espía, y más allá del cual se extiende una terra incognita, habitada por unos personajes de leyenda. Era el único espacio habitado y regulado según cierto derecho.
Además, este espacio comunitario no era un espacio lleno, ni siquiera en las épocas de poblamiento fuerte. En él subsistían vacíos —el rincón de la ventana en la sala, fuera, el vergel, o también el bosque y sus refugios— que ofrecían un espacio de intimidad precario, pero reconocido y más o menos preservado.
La situación de llegada es la del siglo XIX . La sociedad se ha convertido en una vasta población anónima en la que las personas ya no se conocen. El trabajo, el ocio, el estar en casa, en familia, son desde ahora actividades absolutamente separadas. El hombre ha querido protegerse de la mirada de los demás, y ello de dos maneras:
— mediante el derecho a elegir con mayor libertad (o a tener la sensación de hacerlo) su condición, su tipo de vida;
— recogiéndose en la familia convertida en refugio, centro del espacio privado.
Hay que señalar, no obstante, que todavía a principios del siglo XX persistían, particularmente entre las clases populares y rurales, los antiguos tipos de sociabilidad, en la taberna para los hombres, en el lavadero para las mujeres, en la calle para todos.
¿Cómo se pasó del primero al segundo de los modelos que acabamos de esbozar someramente? Cabe imaginar diferentes enfoques entre los cuales deberemos elegir.
El primero corresponde a un modelo evolucionista: según éste, el movimiento de la sociedad occidental estaba programado desde la Edad Media y conduce a la modernidad a través de un progreso continuo, lineal, aun cuando se registran algunas pausas, algunas sacudidas y algunos retrocesos. Tal modelo enmascara la mezcolanza real de las observaciones significativas, la diversidad y el abigarramiento, que se cuentan entre las principales características de la sociedad occidental de los siglos XVI al XVIII : innovaciones y supervivencias, o lo que nosotros denominamos así, son indistinguibles.
El segundo enfoque es más seductor y considera las realidades con más detenimiento. Consiste en modificar la habitual división en periodos, y en plantear como principio que desde mediados de la Edad Media hasta finales del siglo XVII no hubo cambio real de las mentalidades profundas. Yo no he vacilado en admitirlo en mis investigaciones sobre la muerte. Esto equivale a decir que la división en periodos de la historia política, económica o incluso cultural no cuadra con la historia de las mentalidades. Sin embargo, hay demasiados cambios en la vida material y espiritual, en las relaciones con el Estado, y también con la familia, para que el periodo moderno no sea tratado aparte como periodo autónomo y original, teniendo presente tanto lo que debe a una Edad Media revisada como lo que anuncia los tiempos contemporáneos, sin ser por ello la simple continuación de aquélla ni la preparación de éstos.