Presentación
Me llamo Luis, estoy casado y tengo un hijo, Alejandro, que de mayor quiere ser pirata. He cumplido 35 años y mi libertad financiera es de diez años. Es decir, si mañana dejase de trabajar podría seguir viviendo con mi nivel de vida actual durante la próxima década.
Esta libertad financiera me da seguridad. No tengo miedo a que un día de estos quiebre la empresa donde trabajo, o que me ponga enfermo y no pueda recibir mi sueldo. Aunque pasase lo peor tengo diez años para encontrar una solución, y esto me da mucha tranquilidad para afrontar el futuro.
Gracias a la libertad financiera que he construido estos años, puedo dedicarme a un trabajo que me encanta. Además, me deja tiempo para mi familia y para emprender proyectos que me apasionan, como escribir este libro. Me siento muy afortunado por trabajar por gusto, no por obligación. En palabras de Schopenhauer: «feliz es el hombre que puede decir: mi día me pertenece».
Me han preguntado cientos de veces cómo puede llegar uno a esta situación tan tranquilizadora sin ser el fundador de Google o recibir una herencia millonaria.
En estas páginas te voy a contar el secreto, no con fórmulas ni cifras complicadas, sino a través de una historia.
En www.tenpeorcochequetuvecino.com tienes vídeos y herramientas para ayudarte en el camino.
¡Vamos allá!
El hombre gris
Sábado, 23.00 h
La cena ha estado muy bien. La verdad es que este restaurante es de lo mejor de la ciudad: aúna un espacio moderno, el ambiente más chic y su famosa cocina de autor. Todo un lujo, no me puedo quejar. Entonces, ¿por qué me ha dado una punzada en el estómago?
—Pues sí, como te lo cuento Sara, es un vecino rarísimo. Yo creo que es un agente secreto o algo así. Mira siempre como muy profundo, ¿sabes?
—¿En serio crees que…?
—¡Ay, no sé! A mí me da cosa. Algo esconde y para eso tengo mucha intuición. Lo que yo te diga: agente secreto o algo peor que no quiero ni pronunciar en alto. Horacio no quiere verlo.
—¡Por Dios, Isabel, si nuestro vecino va en silla de ruedas! ¡Cómo va a ser agente de nada! Deja ya al pobre hombre, no es muy sociable eso es todo. Además, nunca lo has visto, cada vez que te digo que está en el rellano te escondes.
—¡Sí que lo vi! Un día que no estabas tú. Pero cariño, ¡qué mala cara tienes! ¿Te pasa algo?
—No Isa… Nada.
Algo me pasa, pero no sé exactamente qué. O tal vez sí lo sé y no quiero reconocerlo.
—¿Qué sucede Horacio? Te has quedado pálido. ¿No será por culpa de la cuenta del restaurante? No me dirás que el mejor comercial de nuestra empresa no tiene para estos pequeños caprichos. Si lo sé, invito yo.
—¡Ay, Gerardo! No seas maleducado.
—Sara, ¡si es una broma! En la oficina es el monstruo de las ventas, todo el mundo lo sabe.
Sí, sí que me pasa algo. La cena ha sido estupenda pero demasiado cara. Tienes razón Gerardo, no quiero pagar todos los fines de semana estas cantidades desorbitadas por comer. Estoy harto de esto y de tus aires de grandeza. No sé por qué tenemos que salir siempre con estos dos estirados, Isabel, tenemos más amigos pero siempre acabamos haciendo planes con ellos. Sara es buena amiga tuya, no digo nada, pero aguantar al estúpido de Gerardo es un castigo diario. Estoy cansado de tanto esnobismo. ¡Mierda! No te enfades Horacio, no te enfades que te sale el tic.
—¡Ay, amor! Otra vez estás parpadeando como un loco.
—¡Horacio eres un estresado, hombre! Vamos a tomar un buen gintonic en el club de tenis, ya verás cómo una buena ginebra te quita todo ese nervio.
Mis ojos me delatan. Vamos a arreglarlo con una buena copa con un gran precio.
—Venga, Horacio, relájate por favor, —me digo—. Soy un exagerado, no es para tanto. Todo el mundo lo hace, todos tenemos derecho a pequeños caprichos. ¡Para eso nos pasamos el día entero trabajando!
Domingo, 14.30 h
—¡Hola Isabel, qué guapa estás! Ya era hora de que me hicierais una visita. Hijo, ¡me tienes abandonada!
—Hola, mamá. No empieces, que venimos cada 15 días.
—Eso no es suficiente para una madre.
—No te pongas dramática anda, y saca esa tortillita que estoy muerto de hambre.
—No puedo competir con tu tortilla, suegra.
¿Con la tortilla de mi madre? No, imposible. No tiene comparación ni tan siquiera con esa tortilla con reducción de caldo de nécoras y boletus (o algo así de raro) que tomamos el sábado pasado y me costó un riñón. Esta es gratis, española de verdad y, además, con amor de madre.
—¿Alguna novedad, chicos?
—No, ninguna. Horacio sigue sin querer cambiar de coche.
—¡No me digas! Pero hijo, ¿por qué no cambias el cacharro ese por uno mejor?
—¡Venga! ¿Os vais a aliar para estropearme la comida? Ya he explicado mil veces que no sé qué hacer. Los coches son caros, ¿sabéis? Ojalá pudiera comprarme un buen coche ahora mismo, pero no es tan sencillo.
—Pues pregúntale a Gerardo cómo lo ha hecho porque me ha dicho Sara que la cosa no ha sido tan traumática como tú lo cuentas. Se han comprado un Audi de alta gama, van como señores. Lo pagan a plazos, cómodamente, con la letra que pueden, ¡como lo hace todo el mundo!
—Sí, claro, pero dentro de cinco años Gerardo tendrá un coche usado por el valor de la décima parte que le costó y aún le quedarán dos años más por pagar.
—Hijo, no sé, Isabel tiene razón. Todos hemos comprado el coche así, a plazos. Ya tenéis edad para ir en un coche elegante, ¿no? Para eso trabajáis tanto.
—Supongo, mamá. Tengo que pensar cómo lo hago.
—Te has vuelto un rácano, Horacio, no sé lo que te pasa.
¿Me habré vuelto un rácano de verdad? Antes no pensaba tanto en el precio de las cosas, ni me daba tanto miedo comprar algo a plazos. La verdad es que siempre he tenido ganas de conducir un coche alemán pero ahora no me atrevo, no me parece justo pagar el doble de su precio por culpa de los intereses que me van a cargar.
—Isabel, ¿tú crees que necesitamos un coche tan caro? No hacemos viajes habitualmente, no nos hace falta que consuma tanto. Con uno para ciudad que esté bien…
—¡Claro que hace falta! Es increíble que tenga que explicártelo yo. A todos los hombres les hace falta un gran coche, viajen o no, menos a ti. ¡Qué raro te estás volviendo!
—¡Venga, chicos! No vamos a discutir ahora, que la tortilla se enfría y después no hay quien la coma.
No le falta razón a Isabel: me estoy volviendo un poco raro. Seguro que si los clientes me ven en un coche elegante venderé más. Además, no tendré que morirme de vergüenza cada vez que mis amigos se cachondeen de mi coche llamándolo retro porque es de los ochenta. Si encontrara una buena financiación tal vez me animase, pero pagar otro crédito… ¡Si aún debo el anterior!
—Venga, cambiemos de tema, ¿ya sabéis quién es el vecino?
—¿Qué vecino, mamá?
—¡Ay, Horacio, estás en Babia! ¡Qué vecino va a ser! El rarito de la silla de ruedas. No lo sé de verdad, pero me parece que tras ese aspecto impenetrable se esconde un traficante de drogas o algo así.
—¿En serio?
—¿Cómo va a ser en serio? Mamá, no hagas caso a Isabel que está obsesionada con que al vecino le pasa algo raro. Es un tío tímido, no le deis más vueltas, por favor.
—Sí, sí, dices eso pero por dentro piensas lo mismo que yo.
Bueno, tengo que reconocer que en los dos años que llevamos compartiendo escalera no sabemos absolutamente nada de él. Vale, a veces me siento incómodo si coincidimos aunque sea de lejos. Su personalidad parece un poco inquietante. ¡Venga Horacio, ya te estás dejando llevar por la imaginación de Isa! ¡Qué mujer!