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Carlos Castaneda - El arte de ensoñar

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Carlos Castaneda El arte de ensoñar

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LOS BRUJOS DE LA ANTIGÜEDAD

D on Juan solía decirme, muy a menudo, que todo lo que hacía y todo lo que me estaba enseñando fue previsto y resuelto por los brujos de la antigüedad. Siempre puso muy en claro que existía una profunda distinción entre esos brujos y los brujos modernos. Categorizó a los brujos de la antigüedad como hombres que existieron en México quizá miles de años antes de la conquista española; hombres cuya obra fue construir la estructura de la brujería, enfatizando lo práctico y lo concreto. Los presentó como hombres brillantes pero carentes de cordura. Por otro lado, don Juan describió a los brujos de ahora como hombres renombrados por su sobriedad y su capacidad de rectificar o readaptar el curso de la brujería, si así lo juzgaban necesario.

Don Juan me explicó que las premisas pertinentes al ensueño fueron, naturalmente, contempladas y desarrolladas por los brujos de la antigüedad. Ya que esas premisas son de importancia clave para explicar y entender el ensueño, me veo en la necesidad de discutirlas una vez más. La mayor parte de este libro es, por lo tanto, una reintroducción y una ampliación de lo que en mis trabajos previos ya he presentado.

Durante una de nuestras conversaciones, don Juan expuso que a fin de poder apreciar la posición de los ensoñadores y el ensueño, uno tiene que comprender el empeño de los brujos de ahora por cambiar el curso establecido de la brujería y llevarla de lo concreto a lo abstracto.

—¿A qué llama usted lo concreto, don Juan? —le pregunté.

—A la parte práctica de la brujería —me dijo—. A la insistencia obsesiva en prácticas y técnicas; a la injustificada influencia sobre la gente. Todo lo cual era el quehacer de los brujos del pasado.

—¿Y a qué llama usted lo abstracto?

—A la búsqueda de la libertad; libertad para percibir, sin obsesiones, todo aquello que es humanamente posible. Yo digo que los brujos de ahora están en busca de lo abstracto, porque buscan la libertad y no tienen ningún interés en ganancias concretas; ni tampoco en funciones sociales, como los brujos del pasado. De modo que nunca los encontrarás actuando como videntes oficiales, o como brujos con título.

—¿Quiere usted decir, don Juan, que el pasado no tiene valor alguno para los brujos de ahora?

—Por cierto que tiene valor. El sabor de ese pasado es lo que no nos gusta. Yo personalmente detesto la oscuridad y la morbidez de la mente. Me gusta la inmensidad del pensamiento. Sin embargo, a pesar de mis gustos y disgustos, les tengo que dar crédito a los brujos de la antigüedad; ellos fueron los primeros en descubrir y hacer todo lo que nosotros sabemos y hacemos ahora.

Don Juan me explicó que el mayor logro de los brujos de antaño fue percibir la esencia energética de las cosas. Fue un logro de tal magnitud que lo convirtieron en la premisa básica de la brujería. Hoy en día, con mucha disciplina y entrenamiento, los brujos adquieren la capacidad de percibir la naturaleza intrínseca de las cosas; una capacidad a la que llaman ver.

—¿Qué es lo que significaría para mí el percibir la esencia energética de las cosas? —le pregunté una vez a don Juan.

—Significaría percibir energía directamente —me contestó—. Separando la parte social de la percepción, percibirías la naturaleza intrínseca de todo. Lo que percibimos es energía, pero como no podemos percibir energía directamente, procesamos nuestra percepción para ajustarla a un molde. Este molde es la parte social de la percepción, y lo que se tiene que separar.

—¿Por qué hay que separarlo?

—Porque reduce el alcance de lo que se puede percibir y porque nos hace creer que el molde al cual ajustamos nuestra percepción es todo lo que existe. Estoy convencido de que el hombre, para sobrevivir en esta época, tiene que cambiar la base social de su percepción.

—¿Cuál es la base social de la percepción, don Juan?

—La certeza física de que el mundo está compuesto de objetos concretos. Llamo a esto la base social de la percepción, porque todos nosotros estamos involucrados en un serio y feroz esfuerzo a percibir el mundo en términos de objetos.

—¿Cómo deberíamos entonces de percibir el mundo?

—Como energía. El universo entero es energía. La base social de la percepción debería ser entonces la certeza física de que todo lo que hay es energía. Deberíamos empeñarnos en un poderoso esfuerzo social a fin de guiarnos para percibir energía como energía. Tendríamos de este modo ambas alternativas al alcance de nuestras manos.

—¿Es posible entrenar gente de tal manera? —pregunté.

Don Juan respondió que sí era posible. Y que esto era precisamente lo que estaba haciendo conmigo y con sus otros aprendices. Estaba enseñándonos una nueva forma de percibir; primeramente, forzándonos a darnos cuenta de que procesamos nuestra percepción hasta hacerla encajar en un molde y, luego, guiándonos con mano dura a percibir energía directamente. Me aseguró que su método era muy parecido al que se usa normalmente para enseñarnos a percibir el mundo cotidiano; y también me aseguró que él confiaba plenamente que al procesar nuestra percepción, para hacerla encajar en un molde social, esta pierde su poder cuando nos damos cuenta de que hemos aceptado ese molde como herencia de nuestros antecesores, sin tomamos la molestia de examinarlo.

—Percibir un mundo de objetos sólidos, que tuvieran ya sea un valor positivo o negativo, debe de haber sido absolutamente indispensable para la sobrevivencia de nuestros antepasados —dijo don Juan—. Después de milenios de percibir de esta manera, sus herederos, nosotros, estamos hoy día forzados a creer que el mundo está compuesto de objetos.

—No puedo concebir el mundo de ninguna otra manera, don Juan —me quejé—. Es, sin lugar a dudas, un mundo de objetos. Para probarlo, todo lo que tenemos que hacer es estrellarnos contra ellos.

—Por supuesto que es un mundo de objetos; no estamos discutiendo eso.

—¿Qué es lo que estamos discutiendo entonces?

—Lo que estoy discutiendo es que, primero, este es un mundo de energía, y después, un mundo de objetos. Si no empezamos con la premisa de que es un mundo de energía, nunca seremos capaces de percibir energía directamente. Siempre nos detendrá la certeza física de lo que tú acabas de señalar: la solidez de los objetos.

Su argumento me dejó perplejo. En aquellos días, mi mente simplemente rehusaba considerar que hubiera otra alternativa de percibir el mundo, excepto aquella con la cual estamos todos nosotros familiarizados. Las afirmaciones de don Juan y los puntos que se esforzaba en plantearme eran proposiciones estrafalarias que yo no podía aceptar, pero que tampoco podía rehusar.

—Nuestra manera de percibir es la manera en que un predador percibe —me dijo don Juan en una ocasión—. Una manera muy eficiente de evaluar y clasificar la comida y el peligro. Pero esa no es la única manera que somos capaces de percibir. Hay otro modo; el que te estoy enseñando: el acto de percibir la energía misma, directamente.

»Percibir la esencia de todo nos hace comprender, clasificar y describir al mundo, en términos completamente nuevos; en términos mucho más incitantes y sofisticados.

Esto era lo que don Juan afirmaba. Y los términos más sofisticados, a los que se refería, eran aquellos que le enseñaron sus predecesores. Términos que corresponden exclusivamente a premisas básicas de la brujería; premisas que no tienen fundamento racional, ni relación alguna con las verdades de nuestro mundo de todos los días, pero que sí son realidades evidentes para aquellos brujos que perciben energía directamente y ven la esencia de todo.

Para tales brujos, el acto más significativo de la brujería es el ver la esencia del universo. De acuerdo a don Juan, los brujos de la antigüedad, los primeros en verla, la describieron de la mejor manera posible. Dijeron que se asemeja a hilos incandescentes que se extienden en el infinito, en todas las direcciones concebibles; filamentos luminosos que están conscientes de sí mismos, en formas imposibles de comprender.

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