Thomas Ligotti - La conspiración contra la especie humana
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- Libro:La conspiración contra la especie humana
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
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La conspiración contra la especie humana: resumen, descripción y anotación
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LA CONSPIRACIÓN CONTRA
LA ESPECIE HUMANA
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UN ARTIFICIO DE HORROR
Mira tu cuerpo:
una marioneta pintada, un pobre juguete
de partes articuladas al borde del colapso,
una cosa enferma y doliente
con una cabeza llena de imaginaciones falsas.
El Dhammapada
Psicogénesis —————
Durante mucho tiempo no habían tenido vida propia. Todo su ser estaba abierto al mundo y nada los separaba del resto de la creación. Ninguno de ellos sabía cuánto tiempo llevaban prosperando así. Entonces algo empezó a cambiar. Ocurrió a lo largo de generaciones no recordadas. Los signos de una revisión sin previo aviso se inscribían cada vez más hondo en ellos. A medida que su especie avanzaba, empezaron a cruzar fronteras cuya misma existencia nunca habían imaginado. Al caer la noche alzaban la vista hacia un cielo lleno de estrellas y se sentían pequeños y frágiles en aquella vastedad. Pronto empezaron a verlo todo como nunca lo habían visto en el pasado. Cuando encontraban a uno de ellos quieto y tieso en el suelo, ahora rodeaban el cuerpo como si tuvieran que hacer algo que nunca habían hecho. Fue entonces cuando empezaron a llevar los cuerpos quietos y tiesos a lugares lejanos para que no pudieran encontrar el camino de vuelta hacia ellos. Pero incluso después de hacer esto, algunos del grupo volvían a ver de nuevo aquellos cuerpos, a menudo erguidos en silencio a la luz de la luna o merodeando tristemente más allá del resplandor de una hoguera. Todo cambió desde que tuvieron vida propia y supieron que tenían vida propia. Hasta se les hizo imposible creer que las cosas hubieran sido alguna vez de otra manera. Ahora eran dueños de sus movimientos, según parecía, y nunca había existido nada como ellos. Había pasado la época en que todo su ser estaba abierto al mundo y nada los separaba del resto de la creación. Algo había ocurrido. No sabían qué era, pero lo conocían como aquello que no debería ser. Y algo debía hacerse si querían seguir prosperando como antaño, para que el mismo suelo que pisaban no se abriera bajo sus pies. Durante mucho tiempo no habían tenido vida propia. Ahora que la tenían no podían volver atrás. Todo su ser estaba cerrado al mundo, y habían sido separados del resto de la creación. Nada podía hacerse al respecto, teniendo como tenían vida propia. Pero algo tendría que hacerse si querían vivir con aquello que no debería ser. Con el tiempo descubrieron lo que podía hacerse —lo que tendría que hacerse— para poder vivir la vida propia que ahora tenían. Esto no reviviría entre ellos la forma en que se habían hecho las cosas antaño; sólo sería lo mejor que podían hacer.
Ante-Mortem —————
Durante miles de años se ha venido manteniendo un debate en el oscuro segundo plano de los asuntos humanos. La cuestión que se discute es: «¿Qué cabe decir sobre el hecho de estar vivo?» En su aplastante mayoría la gente ha dicho: «Estar vivo está bien». Personas más reflexivas han añadido: «Sobre todo si se piensa en la alternativa», revelando una jocosidad tan desconcertante como macabra, puesto que la alternativa aquí implícita es a la vez desagradable y, pensándolo bien, capaz de hacer que estar vivo parezca más agradable de lo que alternativamente sería, como si la alternativa fuera sólo una posibilidad que puede o no llegar a ocurrir, como coger la gripe, en lugar de una amenazadora inevitabilidad. Y sin embargo esa observación encubiertamente aciaga la tolera perfectamente cualquiera de los que dicen que estar vivo está bien. Estos individuos se sitúan en un bando del debate. En el otro bando hay una minoría imperceptible de disidentes. Su respuesta a la pregunta de qué cabe decir sobre el hecho de estar vivo no será ni positiva ni equívoca. Pueden incluso tronar sobre lo inaceptable que es estar vivo, o proclamar incansablemente que estar vivo es habitar una pesadilla sin esperanza de despertar a un mundo natural, vivir con los cuerpos hundidos hasta el cuello en una ciénaga de terror, encerrados en una casa de los horrores de la que nadie sale vivo, y cosas por el estilo. Ahora bien, en realidad no hay respuestas incisivas a la pregunta de por qué alguien piensa o siente de un modo y no del otro. Como mucho podemos decir que el primer grupo de personas está compuesto por optimistas, aunque puede que no se consideren como tales, mientras que el grupo rival, esa minoría imperceptible, está compuesto por pesimistas. Estos últimos saben quiénes son. Pero nunca se podrá saber qué grupo tiene la razón, si los pesimistas existencialmente atormentados o los optimistas que aceptan la vida con los brazos abiertos.
Aunque las personas más contemplativas se muestran a veces dubitativas sobre el valor de la existencia, por lo general no exteriorizan sus dudas sino que se alinean con los optimistas en la calle, proclamando tácitamente, en términos más eruditos, que «estar vivo está bien». El carnicero, el panadero y la aplastante mayoría de los filósofos coinciden en una cosa: la vida humana es algo bueno, y debemos mantener en vida nuestra especie el mayor tiempo posible. Importunar al bando rival a este respecto es buscarse disgustos. Pero algunas personas parecen haber nacido para rezongar que estar vivo no está bien. En caso de que aireen esta postura en obras filosóficas o literarias, podrán hacerlo sin preocuparse por que sus esfuerzos vayan a tener un exceso de admiradores. Entre tales esfuerzos destaca “El último Mesías”, un ensayo escrito por el filósofo y literato noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1990). En esta obra, que hasta la fecha ha sido traducida dos veces al inglés, Zapffe elucidó por qué consideraba la existencia humana una tragedia.
Sin embargo, antes de abordar la elucidación por Zapffe de la existencia humana como una tragedia, puede ser útil meditar sobre unos cuantos hechos cuya relevancia se pondrá de manifiesto más adelante. Como quizá sepan algunos, existen lectores que atesoran las obras filosóficas y literarias de índole pesimista, nihilista o derrotista como algo indispensable para su existencia, hiperbólicamente hablando. Antagónicas por temperamento, estas personas son dolorosamente conscientes de que nada indispensable para su existencia, hiperbólica o literalmente hablando, debe penetrar en sus vidas como por derecho natural innato. No creen que nada indispensable para la existencia de nadie pueda vindicarse como un derecho natural innato, puesto que todos los derechos innatos que esgrimimos a diestro y siniestro son mentiras inventadas con un propósito, como puede comprobar cualquier estudioso de la humanidad. Para quienes han meditado sobre este asunto, los únicos derechos que podemos ejercer son los siguientes: procurar la supervivencia de nuestros cuerpos individuales, crear más cuerpos como el nuestro y perecer de corrupción o trauma mortal. Esto dando por supuesto que uno haya sido llevado a término y alcanzado la edad de ser capaz de reproducirse, pues ninguna de las dos cosas es un derecho natural innato. Así pues, estrictamente hablando, nuestro único derecho natural innato es el derecho a morir. Ningún otro derecho se le ha otorgado nunca a nadie salvo como una invención, tanto en los tiempos modernos como en los antiguos. El derecho divino de los reyes puede reconocerse ahora como una invención, un permiso falsificado para la demencia arrogante y la tropelía impulsiva. Por otra parte, los derechos inalienables de algunas personas parecen seguir vigentes; creemos de algún modo que no son invenciones porque en documentos sagrados se declaran reales. Por muy mezquino o espléndido que pueda parecer un derecho determinado, no denota más que el derecho de paso que otorga un semáforo, lo que no quiere decir que tengas derecho a conducir a salvo de accidentes. Pregunta si no a cualquier paramédico mientras trasladan tu cadáver al hospital más cercano.
Totalmente despiertos —————
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