Michael Connelly
Cauces De Maldad
© 2009 (2004)
Harry Bosch 10 – The Narrows
En memoria de Mary McEvoy Connelly Lavelle, que mantuvo a seis de nosotros a salvo del rabión.
Lo único que hicieron fue cambiar un monstruo por otro. En lugar de un dragón, ahora tienen una serpiente. Una serpiente gigante que duerme en el rabión y aguarda el momento oportuno para abrir sus fauces y devorar a alguien.
John Kinsey, padre de un niño muerto en el rabión,
Los Angeles Times, 21 de julio de 1956
Posiblemente sólo sé una cosa en este mundo. De una cosa estoy seguro. La verdad no te hace libre. No como lo he oído decir ni como lo he dicho yo en innumerables ocasiones, sentado en pequeñas salas de interrogatorios y calabozos, instando a hombres desastrados a confesarme sus pecados. Les mentí, les engañé. La verdad no te salva ni te devuelve la integridad. No te permite alzarte por encima de toda la carga de mentiras, de secretos y heridas en el corazón. Las verdades que he aprendido me sujetan como cadenas en una sala oscura, en un inframundo de fantasmas y víctimas que se deslizan en torno a mí como serpientes. Es un lugar donde la verdad no es algo que mirar o contemplar. Es el lugar donde acecha el mal. Donde te echa su aliento, cada aliento, en la boca y en la nariz hasta que ya no puedes escapar de él. Eso es lo que yo sé. La única cosa.
Lo sabía el día que acepté el caso que me llevaría al rabión. Sabía que la misión de mi vida siempre me conduce a lugares donde aguarda el mal, a los lugares donde la verdad que puedo encontrar es una realidad horrible y espantosa. Y aun así no lo dudo. Y aun así voy, sin estar preparado para el momento en que el mal saldrá de su guarida. Cuando me atrapará como una fiera y me arrastrará al agua negra.
Estaba en la oscuridad, flotando en un mar negro, bajo un cielo sin estrellas. No podía oír nada ni ver nada. Era un momento de tinieblas, hasta que Rachel Walling abrió los ojos y se despertó.
Miró al techo. Escuchó el viento y oyó las ramas de las azaleas que rascaban la ventana. Se preguntó si había sido el arañazo en el vidrio o algún otro sonido del interior de la casa lo que la había despertado. Sonó su móvil. No estaba sobresaltada. Extendió el brazo con calma hacia la mesita de noche. Se llevó el teléfono a la oreja y respondió con voz completamente alerta, sin el menor atisbo de sueño.
– Agente Walling -se identificó.
– ¿Rachel? Soy Cherie Dei.
Rachel supo al instante que la llamada no tenía nada que ver con las reservas indias. Cherie Dei significaba Quantico. Habían pasado cuatro años desde la última vez. Rachel había estado esperando.
– ¿Dónde estás, Rachel?
– Estoy en casa. ¿Dónde esperabas encontrarme?
– Sé que ahora cubres mucho territorio. Pensé que tal vez…
– Estoy en Rapid City, Cherie. ¿Qué pasa?
Cherie Dei contestó después de un largo silencio.
– Ha reaparecido. Ha vuelto.
Rachel sintió que un puño invisible la golpeaba en el pecho y mantenía la presión. Su mente evocó recuerdos e imágenes. Malos. Cerró los ojos. Cherie Dei no tenía que decir a quién se refería. Rachel sabía que hablaba de Backus. El Poeta había resurgido. Nadie dudaba de que iba a hacerlo. Como una infección virulenta que se extiende por el organismo, oculta del exterior durante años para después romper la piel y recordar su fealdad.
– Dime.
– Hace tres días recibimos algo en Quantico. Un paquete por correo. Contenía…
– ¿Tres días? Habéis esperado tres…
– No hemos esperado nada. Nos hemos tomado nuestro tiempo. Estaba dirigido a ti. En Ciencias del Comportamiento. La sección de correo nos lo bajó y lo abrimos después de pasarlo por el escáner. Cuidadosamente.
– ¿Qué había?
– Un lector GPS.
Un lector del sistema de posicionamiento global. Coordenadas de longitud y latitud. Rachel se había encontrado con uno en un caso, el año anterior. Un secuestro en las Badlands donde la campista desaparecida había marcado su ruta con un GPS de mano. Lo encontraron en su mochila y rastrearon sus pasos hasta un campamento donde se había encontrado con un hombre que la había seguido. Llegaron demasiado tarde para salvarla, pero no habrían llegado nunca de no haber sido por el GPS.
– ¿Qué había en el GPS?
Rachel se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Se llevó la mano libre al estómago y la cerró como una flor marchita. Esperó y Cherie Dei no tardó en continuar. Rachel la recordó cuando estaba muy verde, cuando era una observadora aprendiza en el equipo, asignada a ella en virtud del programa de formación del FBI. Diez años y los casos, todos los casos, habían grabado profundos surcos en su voz. Cherie Dei ya no estaba verde, y no necesitaba de ningún mentor.
– Había un waypoint. El Mojave. Justo del lado de California de la frontera con Nevada. Salimos ayer y llegamos al marcador. Hemos utilizado imágenes térmicas y sondas de gas. Ayer a última hora encontramos el primer cadáver, Rachel.
– ¿Quién es?
– Todavía no lo sabemos. Llevaba mucho tiempo. Estamos empezando. El trabajo de excavación es lento.
– Has dicho el primer cadáver. ¿Cuántos más hay?
– La última vez que me fui de la escena llevaban cuatro. Creemos que habrá más.
– ¿Causa de la muerte?
– Aún es pronto para decirlo.
Rachel se quedó pensando en silencio. Los primeros interrogantes que se le plantearon fueron por qué allí y por qué en ese momento.
– Rachel, no te llamo sólo para contártelo. La cuestión es que el Poeta vuelve a estar en activo y te queremos aquí.
Rachel asintió. Por descontado que iría.
– ¿Cherie?
– ¿Qué?
– ¿Por qué creéis que fue él quien envió el paquete?
– No lo creemos. Lo sabemos. Obtuvimos una coincidencia hace un rato en una huella del GPS. Cambió las pilas y sacamos un pulgar de una de ellas. Robert Backus. Es él. Ha vuelto.
Rachel abrió lentamente el puño y se examinó la mano. Estaba tan quieta como la de una estatua. El pánico que había sentido sólo un momento antes estaba mutando. Podía admitírselo a ella misma, pero a nadie más. Sentía la adrenalina circulando de nuevo en su sangre, tiñéndola de un rojo más oscuro. Casi negro. Había estado esperando esa llamada. Dormía todas las noches con el móvil cerca del oído. Sí, las llamadas formaban parte del trabajo. Pero ésta era la única llamada que verdaderamente había estado esperando.
– Puedes poner nombre a los waypoints -dijo Dei en el silencio-. En el GPS. Hasta doce caracteres y espacios. A este sitio lo ha llamado «Hola Rachel». Supongo que todavía prepara algo para ti. Es como si te estuviera llamando, tiene alguna clase de plan.
La memoria de Rachel desenterró la imagen de un hombre cayendo hacia atrás a través de un vidrio y desapareciendo en el oscuro vacío que se abría debajo.
– Voy en camino -dijo.
– Lo estamos trabajando desde la oficina de campo de Las Vegas. Será más fácil mantenerlo oculto desde allí. Ten cuidado, Rachel. No sabemos qué tiene en mente con esto, pero ten cuidado.
– Lo tendré. Siempre lo tengo.
– Llámame para darme los datos y pasaré a recogerte.
– Lo haré.
Rachel pulsó el botón de desconexión de la llamada. Se estiró hacia la mesilla de noche y encendió la luz. Durante un momento recordó el sueño: la calma del agua negra y el cielo, como dos espejos enfrentados. Y ella en medio, simplemente flotando.
Graciela McCaleb me estaba esperando junto a su coche en mi casa de Los Ángeles cuando llegué. Ella se había presentado a tiempo a nuestra cita, pero yo no. Aparqué rápidamente en la cochera y salí del Mercedes para saludarla. Graciela no parecía disgustada conmigo. Pareció tomárselo con calma.
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