En El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco —una metáfora del lamentable estado de la nave que nos lleva—, Bukowski es más que nunca un filósofo. El libro, que sale de los archivos de John Martin, su editor y amigo durante más de 20 años, es un diario de los últimos meses de su vida, cuajado de reflexiones hechas desde la cima de su experiencia. Todo ha cambiado para seguir igual; Bukowski vive en una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un buen coche en el garaje, pero la desesperación es la misma. Charles Bukowski conocía el único secreto que merece ser conocido: que lo único que importa es que nada tiene importancia. Puede que eso —paradójicamente o no— contribuyera a convertirlo en uno de los escritores norteamericanos más leídos del mundo entero, y en uno de los maestros literarios indiscutibles del siglo XX .
Charles Bukowski
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco
Ilustrado por Robert Crumb
ePub r1.2
AlNoah01.08.14
Título original: The Captain Is Out to Lunch and the Sailors Have Taken Over the Ship
Charles Bukowski, 1998
Traducción: Roger Wolfe
Ilustraciones: Robert Crumb
Diseño de portada: Editorial
Editor digital: AlNoah
ePub original: Blok
Corrección de erratas: alex6, JackTorrance
ePub base r1.0
Charles Bukowski
EL CAPITÁN SALIÓ A COMER Y LOS MARINEROS TOMARON EL BARCO
Notas
Buen día hoy en el hipódromo, estuve a punto de barrer.
—Será mejor que vengas, Hank…
Pero se aburre uno allí, hasta cuando está ganando. Es la espera de 30 minutos entre carreras, tu vida goteando en el espacio. La gente tiene un aspecto gris, pisoteado. Y yo estoy allí con ellos. Pero ¿a qué otro sitio podría ir? ¿Un museo de arte? Imaginaos pasarse el día en casa, jugando a ser escritor. Podría llevar un pañuelo. Recuerdo a un poeta que solía pasarse a visitarme hecho polvo. Camisa sin botones, vómito en los pantalones, pelo en los ojos, cordones desatados, pero tenía un pañuelo largo que siempre llevaba muy limpio. Eso lo identificaba como poeta. ¿Su escritura? Bueno, olvídate…
Llegué a casa, me di un baño en la piscina, luego me metí en el jacuzzi. Mi alma está en peligro. Siempre lo ha estado.
Estaba sentado en el sofá con Linda, la buena y oscura noche descendiendo, cuando llamaron a la puerta. Linda fue a abrir.
Fui hasta la puerta, descalzo, en bata. Un tipo joven, rubio, una chica joven, gorda, y una chica de tamaño medio.
—Quieren un autógrafo tuyo…
—No recibo a gente —les dije.
—Sólo queremos un autógrafo —dijo el tipo rubio—, y le prometemos no volver.
Luego empezó a echar risitas, sujetándose la cabeza. Las chicas se quedaron mirando.
—Pero no habéis traído un bolígrafo, ni un papel siquiera —dije.
—Bueno —dijo el chaval rubio, quitándose las manos de la cabeza—, volvemos en otra ocasión con un libro. Quizá en un momento más adecuado…
La bata. Los pies descalzos. Puede que el chaval me tomara por un excéntrico. Puede que lo fuera.
—No vengáis por la mañana —les dije.
Les vi empezar a marcharse y cerré la puerta…
Ahora estoy aquí arriba escribiendo sobre ellos. Tienes que ser un poco duro con ellos o te avasallan. He tenido experiencias horribles cerrándoles el paso. Hay muchos que piensan que de alguna manera los invitarás a entrar y te pasarás la noche bebiendo con ellos. Yo prefiero beber solo. Un escritor no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la disponibilidad de la página impresa. Pero lo peor es que muchos de los que llaman a la puerta ni siquiera son lectores. Simplemente han oído algo. El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensan con su ausencia.
11/09/91 01.20 h.
Debería cortarme las uñas de los pies. Me duelen los pies desde hace dos semanas. Sé que son las uñas, pero no encuentro tiempo para cortármelas. Siempre estoy luchando por ese minuto, no tengo tiempo para nada. Claro que si pudiera alejarme del hipódromo tendría tiempo de sobra. Pero mi vida entera ha consistido en luchar por una simple hora para hacer lo que quiero hacer. Siempre había algo que se interponía en el camino hacia mí mismo.
Debería hacer un gigantesco esfuerzo y cortarme las uñas de los pies esta noche. Sí, ya sé que hay gente muriéndose de cáncer, que hay gente durmiendo en la calle en cajas de cartón, y yo estoy aquí parloteando sobre cortarme las uñas de los pies. Aun así, es probable que esté más cerca de la realidad que el tarugo que ve 162 partidos de béisbol al año. Yo ya he estado en mi infierno, sigo estando en mi infierno, así que no os sintáis superiores. El hecho de que esté vivo a los 71 años de edad, y parloteando de las uñas de mis pies, es suficiente milagro para mí.
He estado leyendo a los filósofos. Son realmente tipos extraños, divertidos y alocados, jugadores. Descartes llegó y dijo: estos tipos nos han estado largando pura mierda. Dijo que las matemáticas eran el modelo de la verdad absoluta y autoevidente. El mecanismo. Luego llegó Hume, con su ataque contra la validez del conocimiento causal científico. Y luego, Kierkegaard: «Introduzco el dedo en la existencia; no huele a nada. ¿Dónde estoy?». Y luego llega Sartre, que afirmaba que la existencia era absurda. Adoro a estos tipos. Sacuden el mundo. ¿No les entrarían dolores de cabeza, pensando así? ¿No les rugía una avalancha negra entre los dientes? Cuando agarras a estos tipos y los pones junto a los hombres que veo caminar por la calle, o comer en los cafés, o aparecer en la pantalla del televisor, la diferencia es tan grande que algo se retuerce dentro de mí, me da una patada en las tripas.
Probablemente no me corte las uñas de los pies esta noche. No estoy loco pero tampoco estoy cuerdo. Bueno, no; puede que esté loco. De todas formas, hoy, cuando amanezca y lleguen las 2 de la tarde, estaré en la primera carrera del último día de carreras en Del Mar. He apostado todos los días, en todas las carreras. Creo que ahora voy a irme a dormir, con mis uñas como cuchillas arañando las benditas sábanas, buenas noches.
29/08/91 22:55 h.
Un día lento hoy en el hipódromo, mi maldita vida colgada de un gancho. Voy todos los días. No veo a nadie por allí que vaya todos los días excepto los empleados. Probablemente tenga alguna enfermedad. Saroyan perdió el culo en el hipódromo, Fante con el póquer, Dostoievski con la ruleta. Y realmente no es cuestión de dinero, a menos que se te acabe. Yo tenía un amigo jugador que me dijo una vez: «No me importa ganar o perder, lo único que quiero es jugar». Yo le tengo más respeto al dinero. He tenido muy poco la mayor parte de mi vida. Sé lo que es el banco de un parque, y los golpes del casero en la puerta. Con el dinero sólo hay dos problemas: tener demasiado o tener demasiado poco.
Supongo que siempre hay algo ahí fuera con lo que queremos torturarnos. Y en el hipódromo sientes a los demás, esa desesperada oscuridad, y la facilidad con que tiran la toalla y se rinden. La gente que va a las carreras es el mundo en pequeño, la vida rozándose contra la muerte y perdiendo. Nadie gana, finalmente; no hacemos más que buscar un aplazamiento, guarecernos un momento del resplandor. (Mierda, acabo de darme en el dedo con la punta encendida de mi cigarrillo, mientras divagaba sobre esta inutilidad. Eso me ha despertado, ¡sacado de este estado sartriano!). Bueno, necesitamos humor, necesitamos reírnos. Yo solía reírme más, solía hacer más de todo, excepto escribir. Ahora escribo y escribo y escribo, cuanto más viejo soy más escribo, bailando con la muerte. Buen espectáculo. Y creo que lo que hago está bien. Un día dirán «Bukowski ha muerto», y entonces seré descubierto de verdad, y me colgarán de brillantes farolas apestosas. ¿Y qué? La inmortalidad es el estúpido invento de los vivos. ¿Veis lo que hace el hipódromo? Hace que fluyan las líneas. Relámpagos y suerte. El canto del último pájaro azul. Cualquier cosa que diga suena bien porque apuesto cuando escribo. Hay demasiados que son demasiado cuidadosos. Estudian, enseñan y fracasan. Las convenciones los despojan de su fuego.