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Maya Banks - Seducida por el enemigo

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Maya Banks Seducida por el enemigo

Seducida por el enemigo: resumen, descripción y anotación

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SINOPSIS Seducida por el enemigo Leal hasta la muerte a su hermano mayor - photo 1


SINOPSIS
Seducida por el enemigo
Leal hasta la muerte a su hermano mayor, Alaric McCabe conduce a su clan en la lucha por defender lo que es suyo por derecho. Ahora también está preparado para casarse por deber. Pero cuando se dirigía a reclamar la mano de Rionna McDonald, hija del jefe del clan vecino, sufre una emboscada y le dan por muerto. Milagrosamente le salva la vida el suave contacto de un ángel de las Highlands, una valiente beldad que pondrá a prueba su lealtad hacia el clan, su honor y sus más profundos deseos.
Marginada por su propio clan, Keeley McDonald fue traicionada por aquellos a los que amaba y en quienes confiaba. Cuando el guerrero herido cae de su caballo, se ve atraída por su cuerpo esbelto y fuerte. El pícaro brillo en sus ojos verdes prende una pasión que los seguirá de vuelta a la fortaleza de Alaric, donde su amor prohibido los sumerge en los placeres de la carne. Pero mientras la conspiración y el peligro los cerca, Alaric debe tomar una decisión imposible. ¿Traicionará a los de su sangre por la mujer a la que ama?

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Alaric McCabe dejó vagar la vista por las extensas tierras del clan McCabe, mientras que en su interior seguía lidiando con la incertidumbre que lo asaltaba. Inhaló la brisa helada y levantó los ojos hacia el cielo. Ese día no nevaría, pero lo haría pronto. El otoño había llegado a las tierras altas. El viento era cada vez más frío y los días se iban acortando.

Después de tantos años malviviendo, luchando por reconstruir el clan, su hermano Ewan había conseguido dar un importante paso hacia adelante y ahora los suyos estaban más cerca de recuperar la gloria que les había pertenecido antaño.

Ese invierno no pasarían hambre. Los niños del clan tendrían la ropa de abrigo que tanto necesitaban.

Ahora le tocaba a Alaric. Había llegado el momento de que él se sacrificase por su clan. En cuestión de minutos partiría rumbo al castillo de los McDonald y pediría formalmente la mano de Rionna McDonald en matrimonio.

Era una mera formalidad. Hacía semanas que habían firmado el acuerdo. El laird vecino estaba envejeciendo y quería que Alaric pasase tiempo con los McDonald, con los hombres que se convertirían en su clan cuando contrajese matrimonio con su única hija y heredera.

Incluso a esas horas, el patio de armas bullía de actividad mientras el contingente de soldados McCabe que iban a acompañarlo se preparaba para el viaje.

Ewan, su hermano mayor y laird de los McCabe, había insistido en que se llevase a sus mejores hombres, pero Alaric se había negado. La vida de la mujer de Ewan seguía corriendo peligro y, además, ahora Mairin estaba embarazada.

Mientras Duncan Cameron siguiese con vida, los McCabe vivirían pendientes de su amenaza. Cameron deseaba todo lo que Ewan poseía: su esposa y el control de Neamh Álainn, el legado que Ewan había heredado al casarse con Mairin, hija ilegítima del antiguo rey de Escocia.

En las tierras altas empezaba a percibirse una todavía débil sensación de paz, pero Duncan Cameron aún representaba una amenaza, no sólo para los McCabe, sino también para los clanes vecinos y para el trono del rey David. Por eso Alaric había aceptado casarse con Rionna, para cimentar así una unión entre los McCabe y el otro clan que poseía las tierras colindantes con Neamh Álainn.

Tendría un buen matrimonio. Rionna McDonald era agradable a la vista, a pesar de su carácter especial, y de que prefería llevar atuendo masculino y realizar las tareas de los hombres en vez de las de las mujeres.

Pero si se quedaba bajo el ala de Ewan, Alaric nunca tendría su propio clan. Ni sus propias tierras. Ni un heredero al que poder traspasar su legado.

Entonces, ¿por qué no estaba impaciente por subirse a lomos de su caballo y partir hacia su destino?

Oyó un sonido a su izquierda y se volvió. Mairin McCabe corría hacia él, colina arriba, o al menos lo intentaba, y Cormac, el guerrero al que le había tocado ser su guardaespaldas ese día, la seguía exasperado.

Mairin apenas iba abrigada con un chal y temblaba de frío.

Alaric le tendió una mano y ella se la cogió para apoyarse en él mientras recuperaba el aliento.

—No tendrías que estar aquí, jovencita —la riñó Alaric—. Vas a coger un resfriado de muerte.

—Tienes razón, no tendría que estar aquí —convino Cormac—. Si nuestro laird se entera, se pondrá furioso.

Mairin puso los ojos en blanco un segundo y después lo miró preocupada.

—¿Tienes todo lo que necesitas para el viaje?

—Sí, todo —contestó Alaric con una sonrisa—. Gertie me ha preparado comida para dos viajes.

Mairin le apretaba la mano con una de las suyas mientras con la otra se acariciaba la barriga de embarazada.

Alaric la acercó a él para abrigarla con el calor de su cuerpo.

—¿No sería mejor que te quedases un día más? Ya casi es mediodía. Tal vez deberías partir mañana por la mañana.

Alaric reprimió una sonrisa de satisfacción. A Mairin no le hacía ninguna gracia su viaje; su cuñada se había acostumbrado a que todo el clan estuviese donde ella quería: en las tierras McCabe. Y ahora que él estaba empecinado en irse, ella no se esforzaba en disimular que eso no le gustaba o que estaba muy preocupada por su partida.

—No estaré fuera mucho tiempo, Mairin —le dijo con dulzura—. Una semana como mucho. Luego volveré y me quedaré hasta el momento de la boda, cuando tenga que marcharme para siempre al castillo McDonald.

Ella apretó los labios y frunció el cejo al recordar que Alaric se iría de su clan y se convertiría a todos los efectos en un McDonald.

—No pongas esa cara. Seguro que no es bueno para el bebé. Como tampoco lo es que estés aquí fuera, con el frío que hace.

Mairin suspiró resignada y lo abrazó. Alaric dio un paso atrás e intercambió una mirada con Cormac por encima de la cabeza de la joven. Mairin estaba más sensible por culpa del embarazo y todos los miembros del clan habían tenido que acostumbrarse a sus repentinas muestras de afecto.

—Te echaré de menos, Alaric. Y sé que Ewan también. Él no dice nada, pero estos días ha estado más callado que de costumbre.

—Yo también os echaré de menos —dijo él, solemne—. Pero ten por seguro que estaré aquí cuando traigas al mundo al nuevo McCabe.

Tras esa frase, ella se apartó un poco y levantó una mano para acariciarle la mejilla.

—Sé bueno con Rionna, Alaric. Sé que Ewan y tú creéis que necesita mano firme, pero lo que de verdad necesita esa joven es amor y que alguien la acepte como es.

Él se sintió incómodo y le dio un miedo atroz que Mairin quisiera hablar de temas del corazón con él. Por Dios santo.

Ella se rió.

—Está bien, ya veo que te he puesto nervioso. Pero no te olvides de lo que te he dicho.

—Mi señora, el laird te ha visto y no parece muy contento —comentó Cormac.

Alaric se dio media vuelta y vio a Ewan en medio del patio de armas, con los brazos cruzados y el cejo fruncido.

—Vamos, Mairin —le dijo, colocando la mano de ella en su antebrazo—. Será mejor que te lleve de vuelta con mi hermano antes de que él decida venir a buscarte.

Ella masculló algo por lo bajo, pero dejó que la escoltase colina abajo.

Cuando llegaron al patio de armas, Ewan fulminó a su esposa con la mirada durante un segundo, pero acto seguido desvió aquellos ojos tan letales hacia Alaric.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

Él asintió.

Caelen, el más pequeño de los hermanos McCabe, apareció al lado de Ewan.

—¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe?

—Aquí haces falta —dijo Alaric—. Y más ahora que Mairin está a punto de dar a luz. Las nieves del invierno no tardarán en caer y sería muy propio de Duncan intentar atacarnos cuando menos lo esperamos.

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