M UNDO
M AYA
M UNDO
M AYA
Claves para entender una civilización fascinante
G EORGE R ESTON
Título: Mundo Maya
Subtítulo: Claves para entender una civilización fascinante.
Autor: George Reston
© 2007 Ecommerce Quality Consulting S.L.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3o C, 28027 Madrid
Editor: Santos Rodríguez
Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró
Diseño y realización de interiores: JLTV
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN 13: 978-84-9763-905-7
Libro electrónico: primera edición
Í NDICE
¿ P or qué volver a pensar en la misteriosa desaparición de la civilización maya? El antropólogo trabaja para descubrir cómo vivían quienes ya no están, y parte de ese estudio es descubrir qué los llevó a la extinción. En esencia, porque identificar esa razón contribuye a que la humanidad pueda observar con ojos críticos su propio presente. No vaya a ser que las mismas circunstancias que terminaron con el pueblo maya se estén reproduciendo peligrosamente en nuestra civilización actual.
Porque lejos de toda duda, una cultura que fue capaz de descubrir el valor matemático del cero, que pudo diseñar un calendario mucho más preciso que el que hoy nos guía, que se ordenó política y socialmente –más allá de las castas– con un criterio infinitamente menos destructivo que el que rige hoy en nuestras comunidades, no pudo haber caído sólo por la evolución natural de los tiempos. Existieron otras razones, y bien valdría tomar cuidadosa nota de ellas.
El fenómeno de la cultura maya atrae, cada día más, a curiosos, aficionados y estudiosos de todas partes del planeta. Para un niño que vive en Canadá, por ejemplo, los mayas, los jíbaros o el ejército troyano pueden ser más o menos lo mismo. Y tal vez por eso, por suponer que los indígenas mexicanos eran la versión americana de los antiguos griegos comencé a interesarme por ellos.
Mi padre trabajaba como crítico literario en los periódicos locales de Ottawa, lo que permitió que tuviera un acceso, casi incondicional, a todo tipo de material que se abocase al tema. La equitación y la lectura fueron los pasatiempos que convirtieron mi infancia en uno de los momentos más felices de mi vida.
Cuando crecí y comprendí que los deportes no me darían de comer me adentré por completo en la investigación. Terminé la educación media y decidí –influido en buena medida por las delirantes historias de Castaneda que consumía con fruición– que no debía existir carrera más atrapante que la antropología. Cursé a toda velocidad los primeros tres años de universidad y viajé en vacaciones a México. Así, los dos meses que debieron haber sido de distensión se convirtieron en cinco años de mucho trabajo pero también de mucho crecimiento. Aprendí el castellano, terminé mi carrera en el Distrito Federal, conocí a mi actual mujer y tuve mi primer hijo.
Cuando mis padres murieron volví a Canadá con mi familia para resolver los asuntos legales, y lo que comenzó como un viaje de negocios terminó dando origen a este libro.
Los contactos laborales que mi padre había cultivado con empeño me sirvieron como salida laboral. Y mi amor por la antropología logró que sacrificara tiempo de ocio para penetrar, cada vez con mayor profundidad y cuidado, en los claroscuros de una civilización desaparecida misteriosamente y que empezaba a obsesionarme.
Todas las herramientas que incorporé como antropólogo están expuestas en este trabajo. Pero también es fácil descubrir todo el amor y el respeto que siento por esta cultura. Sé que la unión sentimental con el tema afecta mi objetividad, pero creo que si Malinovsky lo leyera lo aprobaría.
Cómo no enamorarse de un pueblo que logró los más destacados avances en las matemáticas, que deleita con su arte, que con sus leyendas emociona y con sus enseñanzas cautiva. Cómo ser objetivo con un pueblo que fue –tal vez– la primera víctima de una conquista salvaje, y que fue martirizado por el “pecado” de poseer oro en sus territorios. Un pueblo que supo dar batalla, aun en inferioridad de condiciones hasta que ya no tuvo más sangre que ofrecer.
Este libro es fruto de mucho estudio, pero también de mucha pasión, y por eso estoy orgulloso de él. Porque quizá eso sea lo más importante que aprendí en mi larga estadía en México; que la pasión es el único motor para alcanzar la razón. La razón fría y dura no tiene sentido si no está gobernada por el corazón y esto es lo que tenía muy claro el pueblo maya. Tan claro lo tenían que se extinguieron pero no traicionaron sus creencias más profundas, es decir, las creencias del corazón.
Cuando regresé a Canadá sentí algo muy raro. Era un extranjero en mi país. Acaso porque la brecha que el tiempo y la historia han abierto entre el norte de América y el resto del continente habla de una fractura antropológica, capaz de explicar hasta la economía y la política. Asombra ese surco que nos separa de una Europa que, pese a guerras y devastaciones, sigue pudiendo preservar una identidad continental.
En este trabajo encontrarán mucha y muy calificada información sobre un pueblo extinguido, pero me daré por satisfecho sólo si una apasionante duda y necesidad de más información los asalta y los conduce, también a ustedes, a indagar en la huella de quienes, de una manera u otra, son nuestros ancestros.
George Reston.
L OS ANTIGUOS MAYAS
Y SU LEGADO
L a centena de ciudades que la densa vegetación tropical centroamericana guardó en su seno a lo largo de más de un milenio representan, sin ningún lugar a dudas, uno de los mayores misterios de la historia de la civilización.
Templos imponentes que se alzan sobre pirámides de cincuenta metros de altura, cipos, estelas y altares de piedras, tapizados con magníficos y misteriosos grabados, dan cuenta de ceremonias rituales y celebraciones que la humanidad debe aún terminar de interpretar.
Eso fueron los mayas. Para algunos, los herederos de una civilización perfecta y avanzada, anterior a la griega, que vivió en un continente perdido (la Atlántida); para otros, las grandes víctimas de los conquistadores españoles.
Finalmente, sin embargo, el legado de los mayas empieza a descubrirse en todo su esplendor. A través de excavaciones, del descifrado de su antigua lengua y de sus continuas investigaciones, los arqueólogos conocen cada vez más sobre un pueblo que desarrolló un calendario tan preciso como el que usamos hoy en día. Además eran astrónomos consumados, arquitectos y matemáticos.
El explorador norteamericano J. L. Stephens, junto al célebre dibujante inglés Catherwood, tuvieron el enorme privilegio de ser los primeros en comunicar al mundo que habían descubierto algo misterioso y fascinante. Fue la tarde del 17 de noviembre de 1839, cuando frente a sus ojos aparecía Copán, una desconocida ciudad en medio de la selva.