Alice Clayton - El seductor (Spanish Edition)
Aquí puedes leer online Alice Clayton - El seductor (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:El seductor (Spanish Edition)
- Autor:
- Editor:Penguin Random House Grupo Editorial España
- Genre:
- Año:2014
- Índice:3 / 5
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El seductor (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación
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El seductor (Spanish Edition) — leer online gratis el libro completo
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El seductor
Traducción de
Nieves Nueno
www.megustaleerebooks.com
Para mamá,
por dejar que mi tarta de cumpleaños llevase coco
aunque no le gustase a nadie más.
Para papá,
por leerme cómics de Garfield
hasta que los dos llorábamos de risa.
Gracias
Hay muchas personas a las que tengo que agradecer su contribución a que esta historia viese la luz. A Lauren, que corrigió el manuscrito desde el principio y siempre me dijo cuándo iba en la dirección correcta. A Sarah M. Glover por sus aclaraciones sobre la ciudad de San Francisco y su insistencia en que yo tenía una voz y debía animarme a emplearla. A Elizabeth por permitirme la locura. A Brittany y Angie por reconocerme como una de ellas y dejarme jugar con las chicas hermosas. A Deb por ser la mejor animadora picante del planeta. A mis auténticas modelos de vida, Staci y Janet, en las que está basado todo el personaje de Jillian. A la fantástica Banger Nation, esas maravillosas damas que estuvieron ahí desde el primer capítulo y disfrutaron de lo absurdo conmigo. A las Filets por su apoyo de madrugada y sus constantes verificaciones intuitivas. A las estupendas lectoras y amigas de Twitter que hicieron de la comunicación en 140 caracteres un verdadero placer. A autoras como Laura Kaye, Ruthie Knox, Jennifer Probst, Michelle Leighton, Tiffany Reisz, Karen Marie Moning y Jennifer Crusie por haber escrito algunas de mis historias favoritas. Siempre he sido más lectora que escritora, y nada me hace tan feliz como hablarles a mis amigas de un buen libro que acabo de leer y que no puedo quitarme de la cabeza.
A la comunidad virtual de escritores que me ofreció el honor de crear algo de lo que pudiese sentirme realmente orgullosa y el espacio necesario para hacerlo.
A Keith y Ashley por devolverme las ganas de reír y por jugar conmigo en el podcast de Not Your Mother.
A mi nueva editora Micki Nuding, no solo por haberme aceptado como nueva autora, sino también por tener la dosis de locura necesaria para estar dispuesta a ayudarme a traer al mundo El seductor y mis dos anteriores novelas.
A mi agente Jennifer Schober, con quien conecté la primera vez que hablamos por teléfono, cuando me dijo que era absolutamente normal que un escritor necesitara constantes muestras de aprobación.
Un agradecimiento particular a mi editora y excelente amiga Jessica, que constituye una mezcla perfecta de inteligencia e impertinencia. Eres una perfeccionista, eres un eco en una habitación insonorizada, eres los dos puntos que sustituyen mi punto y coma.
Un agradecimiento muy especial a mi publicista y cómplice Enn, no solo por ser mi barómetro de inmoralidad, sino también por devolverme al redil. Gracias por escuchar mis peroratas, aguantar mis comas y trabajar como una mula. Por cubrirme siempre las espaldas. En el cielo hay un taco que lleva tu nombre.
Y, por supuesto, un gracias enorme a Peter por cuidarme siempre tan bien. Me encantan tus gigantescos pulgares.
Gracias a todas las lectoras, a todas las Nuts Girls, a todas las Bangers, a todas las gallinas. Gracias.
Besos y abrazos,
A LICE
—¡Oh, Dios!
Pum.
—¡Oh, Dios!
Pum, pum.
«¿Qué puñetas…?»
—¡Oh, Dios, qué bueno!
Me desperté con dificultad, mirando confusa la habitación extraña. Cajas en el suelo. Fotografías apoyadas en la pared.
«Mi habitación nueva, en mi nuevo apartamento», me recordé a mí misma, colocando ambas manos encima del edredón y buscando seguridad en el lujoso algodón egipcio. Ni siquiera estando medio dormida me olvidaba de él.
—Mmm… Eso es, guapo. Justo ahí. Así… ¡No pares, no pares!
«Vaya…»
Me senté, me froté los ojos y me volví a mirar la pared situada detrás de mí, empezando a comprender qué era lo que me había despertado. Mis manos seguían acariciando el edredón con gesto ausente, atrayendo la atención de Clive, mi gato prodigio, que metió la cabeza bajo mi mano en busca de caricias. Le achuché un poco mientras miraba a mi alrededor e intentaba orientarme.
Me había trasladado allí ese mismo día. Se trataba de un apartamento fantástico: habitaciones espaciosas, suelos de madera, puertas en forma de arco… ¡incluso tenía chimenea! No tenía la menor idea de cómo encenderla, pero eso era lo de menos. Me moría de ganas de poner cosas sobre la repisa. Dada mi profesión de diseñadora de interiores, tenía la costumbre de colocar cosas con la imaginación en casi todos los espacios, tanto si me pertenecían como si no. A veces mis amigas se enfadaban un poco porque siempre les estaba cambiando de sitio los adornos.
Me había pasado el día de mudanza y, después de bañarme en la profunda bañera con patas hasta quedar arrugada como una pasa, me había instalado en la cama para disfrutar de los crujidos y chirridos de un nuevo hogar: el escaso tráfico de la calle, un poco de música suave y los chasquidos reconfortantes que hacía Clive al explorar con un padrastro que tenía en una pata…
A las 2.37 me encontré de pronto contemplando estúpidamente el techo, intentando averiguar qué me había despertado. Tuve un sobresalto cuando el cabecero de la cama se movió y golpeó la pared.
«¿Me tomas el pelo?» Entonces oí con toda claridad:
—¡Oh, Simon, qué bueno! Mmm…
«¡Caray!»
Parpadeando, me sentí de pronto más despierta y un poco fascinada por lo que sin lugar a dudas ocurría en el apartamento contiguo. Miré a Clive, y él me miró a mí, y de no haber estado tan cansada habría pensado que me guiñaba el ojo. «Creo que a alguien le vendría bien un poco de diversión».
Llevaba en el dique seco algún tiempo. Mucho tiempo. El sexo de mala calidad, practicado a toda velocidad con un inoportuno ligue de una noche, me había robado el orgasmo, que ya llevaba de vacaciones seis meses. Seis largos meses.
El síndrome del túnel carpiano amenazaba con instalarse en mi muñeca mientras me afanaba por saciarme yo sola. Pero O se hallaba en un dique seco que empezaba a parecer permanente. Y no estoy hablando de Oprah Winfrey.
Aparté de mi mente los pensamientos sobre mi O desaparecido y me acurruqué de lado. Ahora todo parecía en silencio, y comencé a adormecerme de nuevo, con Clive ronroneando satisfecho a mi lado. Entonces se armó la marimorena.
—¡Sí! ¡Sí! Oh, Dios… ¡Oh, Dios!
El cuadro que tenía apoyado en el estante de encima de mi cama se cayó y me dio un buen golpe en la cabeza. Eso me enseñará a vivir en San Francisco sin asegurarme de que todo está montado de forma sólida. «Hablando de montar…»
Frotándome la cabeza y soltando los tacos suficientes para hacer que Clive se ruborizase (suponiendo que los gatos puedan hacerlo), miré de nuevo la pared situada detrás de mí. El cabecero de mi cama la aporreaba literalmente mientras el jaleo continuaba en el apartamento contiguo.
—¡Mmm… sí, guapo, sí, sí, sí! —salmodió aquella bocazas… y concluyó con un suspiro satisfecho.
Juro por lo más sagrado que entonces oí unos azotes. No es posible malinterpretar el sonido de una buena azotaina y alguien la estaba recibiendo en el apartamento contiguo.
—¡Oh, Dios, Simon! ¡Sí! ¡Me he portado muy mal! ¡Sí, sí!
«Irreal…» Más azotes y luego el sonido inconfundible de una voz masculina, gimiendo y suspirando.
Me levanté, aparté la cama unos cuantos centímetros y volví a meterme enfurruñada debajo del edredón, fulminando la pared con la mirada durante todo el proceso.
Esa noche me dormí después de jurar que yo también aporrearía la pared si oía un solo ruidito más. O un gemido. O un azote.
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