Skov Leonora Christina - Historia de un pecado

Leonora Christina Skov

Historia de un Pecado

Título original: Silhuet af en synder

Traducción: Sofía Pascual Pape

1.ª edición: mayo 2012

© Leonora Christina Skov & Rosinante / Rosinante&Co, Copenhagen, 2010

© Ediciones B, S. A., 2012

Depósito Legal: B.19299-2012

ISBN: 978-84-9019-117-0

AGOSTO 1973

Un nuevo comienzo

Durante los últimos años, y han sido muchos, no ha habido ni un solo día en que no haya pensado en mi vuelta a Liljenholm. Fue en noviembre de 1942, un poco pasadas las cuatro de la tarde, cuando mis pies se detuvieron por sí solos, justo donde finaliza la alameda de tilos y aparece ante los ojos, en todo su esplendor, la casona.

—¡Dios mío!

Mi querida Nella, delante de mí, se volvió. Su piel era como la porcelana y, a pesar del viento que soplaba, que hacía rato había deshecho su cuidado peinado recogido, se quitó un rizo de los ojos y, por un momento, dejó su maleta en el suelo.

—¿Qué pasa?

No se fijó en lo que mi dedo señalaba. Se levantó un poco más el cuello del abrigo y volvió a coger la maleta.

—Debes darte prisa —dijo, por encima del hombro.

—Pero ¿no ves que...?

—Tú, date prisa. Está a punto de caer una tormenta.

Hacía cinco años que no pasábamos por allí y en nuestra ausencia la mansión se había desplomado como un anciano jorobado. O tal vez solo fuera la maleza, que había crecido. Ahora, al atardecer, las plantas estaban al acecho. Trepaban por los muros de un rojo oscuro y cubrían la mayor parte de la portalada. Sin embargo, en medio de esa maraña parecía estar la puerta principal ; una abertura en medio del matorral. Parecía... bueno, me cuesta explicarlo. Pero imagínese que abre un viejo y grueso libro que quiere leer. Sin sospechar nada, pasa un par de páginas, el papel cruje y usted espera naturalmente que la historia que conoce dé comienzo. Incluso es posible que ponga «capítulo 1», pero lo único que encuentra bajo la cubierta es un agujero del tamaño de un puño que atraviesa todas las páginas y que solo le permite leer las frases mutiladas. Esa fue la sensación que tuve al ver Liljenholm. Ni siquiera al acercarme vi más que aquella inquietante oscuridad donde debería estar la entrada.

—La verdad es que Liljenholm no ha envejecido precisamente con gracia y encanto —comenté, por decir algo que pudiera devolvernos la calma.

Nella ya casi se había metido en el agujero, flanqueado por dos leones de piedra de pie sobre las patas traseras, la dentadura a la vista, cubiertos de musgo. Apenas recordaba haberlos visto antes.

—No. ¿Acaso lo esperabas? —preguntó ella, y dio una palmadita distraída a uno de los leones.

El de la derecha había perdido la mitad de la melena, parecida a una peluca, de corte limpio, desde la coronilla hasta la mitad de la musculosa espalda. La seguridad en sí misma de la que hacía gala Nella me tomó por sorpresa, a pesar de que lo normal habría sido que no me sorprendiera. Al fin y al cabo era Nella, y no yo, quien había vivido aquí con su madre, Antonia von Liljenholm, durante dieciocho largos años.

¿Reconoce el nombre? Eso espero. Sin perjuicio de lo que pueda pensarse de Antonia, fue la autora de relatos románticos de terror más famosa de Dinamarca hasta la Segunda Guerra Mundial, aunque el tiempo ha hecho mella en su reputación póstuma. Incluso las novelas más importantes de las treinta y dos que escribió han caído en el olvido, como ocurrió con su biografía. Tal vez debería aclarar que quienes la rodeaban murieron o desaparecieron (o huyeron a Copenhague, como es el caso de Nella). Antonia pasó los últimos diez años de su vida completamente sola en esta casona. Murió a los cincuenta y dos años a causa de un cáncer. En 1936.

—Es increíble que soportara vivir aquí sola —exclamé, justo cuando vi aparecer el umbral de la puerta principal y Nella metía la llave en la cerradura y la giraba tres veces.

Habíamos acudido a la finca para poner orden en los papeles de Antonia y repasar las reliquias familiares antes de vender la casa y dar comienzo a nuestro futuro. Bueno, a decir verdad, al futuro de Nella, yo solo había acudido para hacerle compañía y echarle una mano en lo que pudiera. Podríamos decir que soy la convidada de piedra, aunque sería más exacto decir la convidada no enteramente de piedra, teniendo en cuenta las razones de mi presencia. Nella volvió la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Su semblante impasible, como una sábana recién planchada.

—¿Estás lista? —preguntó, y empujó la puerta, que se abrió con un suspiro de resignación.

Supongo que respondí que sí. Pero la verdad es que no estaba ni mucho menos preparada. Incluso hoy, muchos años después, tengo la sensación de que todo podría ser perfectamente una gran mentira; siento un fuerte y punzante malestar al pensar en el momento en que traspasé el umbral de la puerta. Todo lo que conocía desapareció a mis espaldas sin que fuera consciente de ello. De pronto todo se tornó incierto, y la verdad es que ni siquiera sé qué es lo que más me inquieta: que ocurriera o que no hubiera ocurrido.

Porque no volví a abandonar Liljenholm nunca más. Esta es la breve historia del asunto. ¿Y la extensa? Pues se la contaré, naturalmente, en cuanto haya acabado de escribir este prefacio. Aunque esperaré algo más para dar la palabra a la versión considerablemente más joven de mí. La que puso por escrito todo lo que sucedió en Liljenholm aquel invierno y lo que sucedió en los años previos y más tarde, en 1943, cuando se publicó la que sería la verdadera historia, Historia de un pecado . Bajo el apenas satisfactorio seudónimo de A. von Liljenholm, por cierto. Pero antes de que me pierda por completo en el pasado debo advertir que escribo este prefacio bajo presión. De hecho, no puedo entender que un libro como Historia de un pecado necesite uno, pero mi editora, por lo visto, no opina lo mismo. Se llama Bella. Es la hija de Nella, y eso que a mí nunca me costó demasiado decir que no, pero no puedo decirle que no a una persona que se parece tanto a Nella. A mi Nella. Eso es lo que consigue el amor.

El otro día, Bella pasó por Liljenholm y me besó en la mejilla, tal como suele hacer siempre. Es un placer para la vista, con sus largas piernas y el pelo desteñido por el sol, que se agita frente a su rostro. Un poco como esas escobas modernas que usa mi nueva y joven ama de llaves, pero más bonito, naturalmente. Tengo mis dudas en cuanto a la vestimenta de Bella, pero ella afirma que los vestidos cortos están de moda y es probable que sea verdad. Yo nunca tuve el privilegio de vestirme según los mandatos de la moda, así que será mejor que no me pronuncie al respecto.

—La editorial ha decidido reeditar Historia de un pecado en una nueva versión de lujo. Ya sabes, tapa dura, nuevo diseño de cubierta y todo lo demás —dijo.

—¿A santo de qué? —pregunté, y permítame que apunte que no solo vale la pena reeditar este libro con motivo de alguna fecha señalada.

—Pues porque hace exactamente treinta años que se publicó, ¿lo habías olvidado?

—¿No me digas?

Según mi amiga y secretaria privada, Marguerite, me he vuelto muy cínica con los años. Pero se debe única y exclusivamente a que cada vez me cuesta más ocultarlo. Aunque la vida hace lo que puede por disfrazarse, es siempre más de lo mismo. Y cuando, como yo, rebasas los setenta y cinco, las sorpresas son cada vez más tristemente escasas. Sin embargo, Bella me tenía una guardada.

—Sé que lo que voy a pedirte no va a gustarte — dijo, y atrapó mi mirada—. Pero el último deseo de Nella fue que escribieras un prefacio «cuando hubiera pasado un número considerable de años». Así lo formuló.