Félix Sardá y Salvany - El liberalismo es pecado
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- Libro:El liberalismo es pecado
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2015
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El liberalismo es pecado: resumen, descripción y anotación
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El liberalismo es pecado es el título de un folleto de muy amplia divulgación escrito por Félix Sardá y Salvany en 1884.
La tesis esencial, la condena del liberalismo como pecado desde una postura católica tradicionalista, era sostenida en la España de la época por la corriente política e intelectual denominada neocatólicos, más próximos a los conservadores. Su soporte doctrinal es la encíclica de Gregorio XVI Mirari vos (1832) y el Syllabus de Pío IX (1864).
Se le opuso Celestino de Pazos con el Proceso del integrismo publicado en Madrid al año siguiente. De ahí nació un debate que llegó a tal punto que tuvo que ser dirimido por la Congregación del Índice que alabó el texto de Sardá y Salvany: «en el primero (El liberalismo es pecado) nada halló contra la sana doctrina, antes su autor don Félix Sardá y Salvany merece alabanza, porque con argumentos sólidos, clara y ordenadamente expuestos, propone y defiende la sana doctrina en la materia que trata». Además, se critica el opúsculo así como el tono del mismo publicado por De Pazos.
Félix Sardá y Salvany
ePub r1.0
Titivillus 12.08.15
Título original: El liberalismo es pecado
Félix Sardá y Salvany, 1884
Diseño de portada: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Félix Sardá y Salvany (Sabadell, 21 de mayo de 1841 — ibídem, 2 de enero de 1916) fue un sacerdote, apologista, polemista y escritor español, representante destacado del integrismo católico de la Restauración.
Bajo el seudónimo Un obscurantista de buena fe, escribió desde 1869, numerosos artículos y aproximadamente doscientos opúsculos sobre problemas sociales y religiosos, publicados, a partir de 1871, en la Revista Popular, de la que fue director durante cuarenta y tres años.
Con talento rápido, facilidad de réplica, abundancia de argumentos, claridad de estilo y firmeza de carácter y convicciones, polemizó y propagó sus ideas sobre el catolicismo. Defendió el Syllabus y emprendió campañas contra la masonería, el espiritismo, el protestantismo, el anarquismo, el naturalismo, el liberalismo y otras corrientes ideológicas afines.
Su obra El liberalismo es pecado, de gran difusión nacional e internacional, suscitó apasionadas controversias y se publicaron numerosos libros y folletos en su contra, llegando a intervenir la Sagrada Congregación del Índice, que elogió a Sardá y Salvany y condenó la obra El proceso del integrismo (1885), del canónigo de Vich Celestino de Pazos, destinada a refutar los supuestos errores de aquella.
No te alarmes, pío lector, ni empieces por ponerle ya desde el principio mala cara a este librejo. Ni sueltes con espanto el papel, que por muy abrasadas y candentes que estén hasta el rojo blanco las cuestiones que en él ventilemos tú y yo en familiar y amistosa conferencia, no te quemarás los dedos con ellas, pues el fuego de que ahí se trata es metáfora y nada más.
Ya sé, y en son de disculpa me lo vas a decir, que no eres tú solo el que siente invencible repulsión y horror por tales materias. Harto me consta que ha venido a ser ésta como una manía o enfermedad poco menos que general. Mas dime en conciencia: si de lo candente huimos, es decir, de lo vivo y palpitante y contemporáneo y de actualidad, ¿a qué asuntos ha de consagrarse que sea de algún interés, la controversia católica? ¿A combatir enemigos que murieron ya siglos hace, y que como muertos y putrefactos yacen de todo el mundo olvidados en el panteón de la historia? ¿O a tratar en serio y con mucha formalidad y con grande ahínco asuntos de hoy, es verdad, pero acerca de los que no hay opinión discordante ni hostilidad alguna contra los sanos fueros de la verdad? ¿Y para eso ¡vive Dios! Nos apellidamos soldados los católicos, y representamos como ejército la Iglesia, y llamamos capitán a Cristo nuestro Señor? ¿Y fuera esa vida de lucha que sin cesar nos está intimando desde que por el Bautismo y Confirmación se nos armó caballeros para tan gloriosa milicia? ¿Guerra de comedia ha de ser en que se pelee contra enemigos pintados y fantásticos, con armas de pólvora sola y con espadas sin punta, a las que solamente se exige que brillen y metan vano ruido, pero que no hieran ni causen al contrario la menor desazón?
No, por cierto, que si es verdad, como divina verdades el Catolicismo, verdad son y dolorosa verdad sus enemigos, verdad son y sangrienta verdad sus combates, verdad han de ser y no pura fantasía de teatro sus ofensivas y defensivas. De veras deben acometerse tales empresas y de veras llevarse a cabo: de veras deben ser, pues, las armas que se usen, de veras los tajos y reveses que se den, de veras las heridas que se causen o que se reciban.
Abro la historia de la Iglesia, y en todas las páginas de ella me encuentro escrita, con huellas de viva sangre muchas veces, esta verdad. Cristo Dios, con sin igual entereza, anatematizó la corrupción judaica, y frente afrente de las más delicadas preocupaciones nacionales y religiosas de su época, alzó la bandera de su predicación y lo pagó con la vida. Los Apóstoles, al salir del Cenáculo el día de Pentecostés, no se pararon en pelillos para echar en rostro a los príncipes y magistrados de Jerusalén el asesinato jurídico del Salvador. Y les costó azotes por de pronto, y luego la muerte, el haber tocado esa por aquellos días tan candente cuestión.
Y desde entonces a cada héroe de nuestro glorioso ejército ha hecho famosa la respectiva cuestión candente que le cupo en suerte dilucidar: la cuestión candente, la del día, no la fiambre y rezagada que perdió ya su interés, no la futura y nonnata que está aún en los secretos del porvenir. Los primeros apologistas se las hubieron cuerpo a cuerpo con el paganismo coronado y sentando nada menos que en trono imperial, cuestión candente en que se arriesgaba la vida. A Atanasio le valió persecuciones, destierros, fugas, amenazas de muerte, excomuniones de falsos concilios, la cuestión candentísima del Arrianismo que en sus días tuvo en conflagración a todo el orbe. Y Agustín, el gran adalid de todas las cuestiones candentes de su siglo, ¿acaso les tuvo miedo por su incandescencia a los grandes problemas planteados por el Pelagianismo? Así de siglo en siglo y de época en época, a cada cuestión candente, que saca enrojecida de las fraguas infernales el enemigo de Dios y del género humano, destinó la Providencia un hombre o muchos hombres, que como martillos de gran potencia sacudieren de firme sobre tales errores candentes. Que martillar sobre hierro candente, ese es buen martillar: no martillar sobre el hierro frío, que es martillar de pura broma. Martillo de los simoníacos y concubinarios de Alemania fue Gregorio VII; martillo de Averroes y falsos aristotélicos fue Tomás de Aquino; martillo de Abelardo fue Bernardo de Claraval; martillo de Albigenses fue Domingo de Guzmán: y así hasta nuestros días; que fuera largo recorrer la historia paso por paso en comprobación de una verdad que no mereciera los honores de una seria discusión, si no hubiese por desdicha tantos infelices empeñados en dejar obscurecida, a fuerza de levantar polvo, la misma evidencia.
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