Joanna Moorhead - Leonora Carrington. Una vida surrealista

C onocer a Leonora y documentarme sobre su historia trajo nuevas personas a mi vida, directa e indirectamente y estoy muy agradecida a muchas de ellas por su amistad y su apoyo estos últimos diez años. En primer lugar están los hijos de Leonora y sus mujeres, Gaby y Paty y Pablo y Wendy, que me han tratado con la misma amabilidad y amistad con las que me trató siempre Leonora.

Alrededor de la mesa de la cocina de Leonora hice nuevos amigos, entre ellos Norah Horna (llamada así por Leonora), hija de Kati y José; el artista franco-canadiense Alan Grass; Miguel Cervantes; Salomon Grimberg; Eva Marcovich, Miguel Escobedo y su difunta hermana Helen Escobedo, todos los cuales me ayudaron a recomponer las piezas de la vida de Leonora en Ciudad de México. Y luego hay un círculo más amplio de quienes me ofrecieron amistad y consejos: Teresa Arcq, Damian Fraser y Paloma Porraz en Ciudad de México, Mia Kim y Carmen Meliá en Nueva York y Mat Holmes, Zaira Linan y la familia Gastalum, Kako en especial, en Xilitla. Con todos tengo una gran deuda de gratitud.

En el Reino Unido quiero dar las gracias especialmente a Adam Hogg, hijo de la gran amiga de Leonora, Joan Powell, que se ha convertido en gran amigo mío; a Tony Penrose, hijo de Lee Miller y Roland Penrose, que me apoyó en todo momento; a Steven Reynolds, que me enseñó su apartamento de Highpoint, donde se conocieron Leonora y Max, a Paul Martin, en Crookhey Hall, y a Mark Fleuriot, en Hazelwood Hall, que me enseñaron las casas donde creció Leonora. En Francia, le estoy agradecida a Albert Neyron por ser tan amable de permitirme visitar Les Alliberts, la casa que compartieron Leonora y Max, y a Julotte Roche por hablarme de sus investigaciones sobre el tiempo que pasaron en Saint-Martin-d’Ardèche. Gracias también a Seán Kissane del Irish Museum of Modern Art en Dublín.

Muchos de nuestros familiares me han apoyado y ayudado. Quiero darles las gracias a Rupert y a Helen Carrington y a Roger Carrington y a su difunta esposa Veronica, a su hija Fiona Carrington, a Joe Carrington y a Andrew Carrington. No obstante, quiero dejar claro, y esto sirve tanto para la familia de Leonora en México como para la de Inglaterra, que la historia que he escrito aquí es la de Leonora, contada como creo que habría querido ella que se contara. Es mi interpretación de su vida, y las aportaciones de otros no implican que la suscriban. En uno de mis viajes a México en 2007 me acompañaron Bob Pulley, entonces director del West Dean College; Stefan van Raay, entonces director de la Pallant House Gallery en Chichester, y Antonio Rodríguez. Hicieron conmigo gran parte del viaje y les estoy agradecida por los momentos de amistad y de diversión, así como por su ayuda profesional.

Cuando se me ocurrió escribir un libro tuve la gran suerte de contar con el apoyo de Lennie Goodings, en Virago, antes incluso de que se convirtiera en mi editora. Inteligente y sensata, me guio con amabilidad y criterio por el proceso de escritura de este libro, que no podría haber hecho sin su ayuda. También le estoy muy agradecida por su generoso apoyo a mi agente, Clare Alexander.

Mi relación con Leonora me llevó a hacer amistad con la comunidad del West Dean College, antiguo hogar del amigo y protector de Leonora, Edward James, y quiero darle las gracias especialmente a su director ejecutivo Alex Barron y al consejo de administración, que me permitieron alojarme en la hermosa y antigua casa de Edward en South Downs para escribir parte de este libro, y también a Francine Norris, Sarah Hughes y a Teresa Shergold.

Mis amigos han aprendido mucho más sobre el surrealismo de la década de 1940 de lo que fue nunca su intención, y les estoy muy agradecida a aquellos que me animaron en mi viaje a y con Leonora, en especial a Peter Stanford, Brendan Walsh, Emma Burstall y Kathy Wittet. También me apoyaron muchos colegas, sobre todo Harriet Green, Mike Conway, Rosalind Lowe y Chris Lamb.

Mi difunto padre, Michael Moorhead, no llegó a conocer a Prim, como la llamábamos, y mi amistad con ella lo desconcertaba, pero también le interesó y me ayudó (quizá porque pensó que debía haber más que lo que le habían contado). Mi madre, Doris Moorhead, ha sido, como siempre, indefectiblemente generosa en su apoyo y siempre se acordaba de hacerme la pregunta más importante de todas cada vez que volvía de México: ¿cómo está Leonora?

Hay una amistad nacida de este proyecto que para mí es especialmente importante, la de Catherine Petitgas. En ocasiones he pensado que de haber podido tener un hada madrina que me guiara en este proyecto, habría sido idéntica a Catherine. Cuando necesité una historiadora el arte, allí estaba; cuando necesité alguien que hablara francés, allí estaba; cuando necesité acompañante en un viaje de documentación, allí estaba. Catherine ha sido ha sido generosa conmigo en todo momento y juntas hemos vivido muchas aventuras. Todo agradecimiento es poco.

Para mi familia cercana, mi obsesión (como lo llamaban) con Leonora ha tenido ventajas y desventajas. Las ventajas han sido los viajes familiares a México. Las desventajas: “Mamá, como vuelvas a mencionar a Leonora me voy de casa” (nunca se fueron, claro). Mi marido, Gary Smith, defendió el fuerte durante las muchas veces que estuve fuera y siempre me ha apoyado con generosidad en algo que para él ha sido un incordio. Mis hijas Rosie, Ellie, Miranda y Treenie han comprendido que una madre no puede estar siempre en casa. Por encima de todo espero que este libro y lo que cuenta sirva para explicar a hijas y niñas como ellas lo importante que es para las mujeres ser audaces y valientes, y esforzarse por salir de su zona de confort.

Y luego está la protagonista de este libro, Leonora Carrington, a quien tengo el orgullo y la suerte de poder llamar prima. Me acogió en su vida, me dio un sitio en su mesa. Me inspiró y me animó; me contó su historia y escuchó la mía. Espero que nuestra amistad cambiara su vida solo un poquito. Desde luego la mía la cambió mucho, y para siempre.

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