• Quejarse

Julián Comas - Adiós a Cinecittà

Aquí puedes leer online Julián Comas - Adiós a Cinecittà texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Ediciones B, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Julián Comas Adiós a Cinecittà

Adiós a Cinecittà: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Adiós a Cinecittà" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Una novela que, a través de una historia de amor, nos transporta a los grandes rodajes cinematográficos en la colorida y bulliciosa Roma de los años 40 y 50.

Roma, 2017. Un periodista experto en cine llega a la capital italiana para escribir un reportaje sobre el cierre de la mítica Cinecittà, el lugar donde Fellini y De Sica rodaron algunas de sus obras maestras. Allí conoce a Gino, un anciano que ha trabajado toda su vida en los estudios y que le empieza a contar sus recuerdos del turbulento rodaje de Adiós a las armas.

Roma, 1957. La acción retrocede a los primeros días del rodaje, cuando John Huston deja en la estacada al todopoderoso y tiránico productor David O. Selznick. Mientras el director Charles Vidor viaja desde Nueva York para hacerse cargo de la película, Jennifer Jones ve en el filme la última oportunidad de relanzar su carrera y Rock Hudson vive un apasionado romance con un joven italianocuando sale del plató.

Mientras tanto, el joven Gino -el mismo que seis décadas más tarde narrará su historia al periodista- se enamora de una de las chicas del departamento de vestuario. Así, el lector vivirá al mismo tiempo las peripecias de las estrellas de Hollywood que se han instalado en Roma para el rodaje y el día a día de los trabajadores de a pie, el verdadero alma de Cinecittà.

Julián Comas: otros libros del autor


¿Quién escribió Adiós a Cinecittà? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Adiós a Cinecittà — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Adiós a Cinecittà " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
A DIÓS A C INECITTÀ

JULIÁN COMAS

Adiós a Cinecittà - image 1

SÍGUENOS EN

Adiós a Cinecittà - image 2

Adiós a Cinecittà - image 3@megustaleerebooks

Adiós a Cinecittà - image 4 @megustaleer

Adiós a Cinecittà - image 5@megustaleer

Te recuerdo cada día Roma 2017 Su madre solía decirle que todos tenemos un - photo 6

Te recuerdo cada día

Roma, 2017

Su madre solía decirle que todos tenemos un lugar en el que podemos sentirnos como en casa, aunque nunca hayamos puesto los pies allí. Jerry Weintraub descubrió, nada más verlo, que el suyo era ese.

Una cálida sensación de familiaridad le recorrió el cuerpo cuando, tras un trayecto de media hora desde Piazza Nazzionale, emergió de la boca de metro y se encontró frente al edificio de acceso a los estudios: dos torres de planta rectangular que flanqueaban un cuerpo central de líneas rectas, con una puerta acristalada y otras dos, para vehículos, a los lados.

Y en la parte superior, en caracteres elegantes que destilaban un cierto aire art déco, aquella única y mágica palabra.

CINECITTÀ.

Sintió la dentellada amarga de la desazón al pensar que dentro de muy poco todo aquello ya no existiría. Debería haber leyes que protegieran lugares como aquel, se dijo. Ordenanzas que amparasen a los creadores de sueños de la codicia de especuladores y financieros. Pero no las había. Hacía tiempo que se había resignado a que las legislaciones no se hicieran para cobijar a los artistas, sino para proporcionarles una coartada a los mercaderes.

Empezaría el reportaje con aquella reflexión, decidió. Solo una pincelada social, sin pasarse. A la revista, que era quien le pagaba el viaje, la política se la traía al pairo. Lo que le pedía era glamour, anécdotas de las grandes estrellas. Devolverles a sus lectores el aroma de una época dorada del cine que se había extinguido, como los dinosaurios, ya hacía mucho tiempo. Se consoló pensando que, si también conseguía colarle el tema al suplemento del periódico, quizá podría explayarse un poco más. Cuando le había sugerido el artículo al redactor jefe, no le había hecho ascos a la idea. Pero sin comprometerse a nada. Ahora mismo, en España importaban otras cosas. Por mucho que Cinecittà fuese uno de los grandes iconos del cine europeo, comprometer seis u ocho páginas a echarle un último vistazo antes de que sucumbiera bajo las garras de los promotores inmobiliarios era mucho comprometer. Y si lo hacía, había añadido, dejando una esperanzadora puerta abierta, sería pagando más bien poco.

¡Como si en España alguna vez pagasen mucho!

Jerry todavía no terminaba de creerse que hubiese cambiado la arena de las playas de Malibú y las estrellas del Walk of Fame por los arcos neomúdejares de Las Ventas o las maravillas del barrio de Malasaña. Pero ya llevaba casi cinco años viviendo en un pequeño apartamento a dos pasos de Herrera Oria, en la Ciudad de los Periodistas —aquella idea de colocar a los de su gremio en un mismo barrio aún le parecía ligeramente inquietante, pese a haber constatado que lo que menos abundaba en la ciudad, eran periodistas—. Y no se había arrepentido ni una sola vez. Su padre, que había luchado en la Brigada Lincoln con dieciocho años recién cumplidos, le había contagiado desde niño su fascinación por aquel país de contrastes tan marcados. Y, después de que Angela le sacara los ojos con el divorcio, había aceptado la oferta de un editor amigo que, habiendo pasado por un trago similar, le había echado un cable ofreciéndole escribir un libro sobre la loca aventura del productor Samuel Bronston en la España de los sesenta.

Tal y como estaba, habría aceptado escribir una monografía sobre la pesca del barbo en Nueva Gales del Sur.

Había volado a Madrid para un viaje de documentación de dos semanas y ya llevaba casi un lustro. Los hombres de su familia debían de llevarlo en los genes... Gracias a su dominio del idioma —otra cosa más que agradecerle al viejo— enseguida había encontrado trabajo en diversos medios. En aquel país nadie quería contratar a un redactor fijo, pero un colaborador freelance, con buenos contactos en Hollywood, era otra cosa. Y entre aquello y los restos del naufragio de su vida anterior, había tenido suficiente para establecerse.

Sabía que algún día regresaría a Los Ángeles. Pero no tenía prisa en echar de menos los paseos por El Retiro, las tardes en el Prado o en el Thyssen o las croquetas de bacalao de Casa Labra. Todo a su tiempo.

Ya había divagado bastante. Regresó a la mítica entrada, tratando de imaginarse cuántas cosas habían cambiado en aquel lugar desde que lo inaugurase, el mismísimo Benito Mussolini, ochenta años atrás. No demasiadas: la boca de metro frente al portón, la amplia avenida que te permitía llegar en coche y, por supuesto, el enorme edificio de apartamentos del otro lado de la calle. Pero poco más. Por una vez, el régimen del Duce había hecho las cosas bien. Mussolini se había gastado cuatro millones de liras de 1937 en una infraestructura destinada a hacer posible «que la Italia fascista difunda a todo el mundo lo más rápidamente la civilización de Roma». Y, con ese dineral, el arquitecto Gino Peressutti se las apañó para levantar, en solo 457 días, 73 instalaciones. Incluidos platós, centrales eléctricas, oficinas y despachos, laboratorios, salas de proyección, almacenes de attrezzo y talleres de construcción. Una auténtica ciudad del cine, tan bien diseñada que apenas había necesitado unos pocos retoques en ocho décadas de existencia y funcionamiento.

Si sus generales hubiesen sido igual de eficaces que sus arquitectos, pensó Jerry con sorna, otro gallo le habría cantado a aquel dictador de opereta que quería parecerse a los césares, aunque su segundo nombre fuese, irónicamente, tan cartaginés como Amilcare.

Recordó, con un deje de nostalgia, los grandes cineastas que habían trabajado allí: Fellini, De Sica, Wyler, Mankiewicz, los dos Vidor, Wise, LeRoy, Reed, Coppola, Scorsese. La cantidad ingente de imágenes inolvidables que habían sido concebidas y rodadas más allá de aquella entrada emblemática: La carrera de cuadrigas de Ben-Hur. La Roma de Nerón. La Troya de Príamo. Y todo para terminar albergando la casa del concurso televisivo Grande Fratello, que, si no lo remediaba un milagro, sería lo último que se habría hecho en los estudios.

Jerry suspiró. ¡Si FeFe levantara la cabeza! Claro que, con su sentido del humor grotesco, puede que hasta le hubiera parecido divertido: un montón de personajes dignos de Amarcord utilizando su amado plató número 5 para hacerse populares en todo el país a base de airear sus bajos instintos en las ondas hertzianas.

Y si el maestro hubiese sido capaz de encontrarle la gracia a aquel chiste malo, ¿quién era él para no reírse?

Caminó lentamente hasta el portal. Le habría encantado poder franquearlo a bordo de un Alfa Romeo descapotable, rojo, como las estrellas de los viejos tiempos. Con una mujer hermosa de enormes gafas de sol y pañuelo en la cabeza en el asiento del copiloto. Pero lo que le pagaba la revista no daba para tanto. En lugar de eso, había estado a punto de enarbolar el carnet de prensa para ahorrarse la entrada. Ya se estaba llevando la mano al bolsillo cuando le pareció que el fantasma del feroz ujier Pappalardo lo atisbaba, colérico, desde el interior de su garita.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Adiós a Cinecittà»

Mira libros similares a Adiós a Cinecittà. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Adiós a Cinecittà»

Discusión, reseñas del libro Adiós a Cinecittà y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.