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Anjelica Huston - Mírame bien. Memorias

Aquí puedes leer online Anjelica Huston - Mírame bien. Memorias texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: Lumen, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Anjelica Huston Mírame bien. Memorias
  • Libro:
    Mírame bien. Memorias
  • Autor:
  • Editor:
    Lumen
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  • Año:
    2015
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Mírame bien. Memorias: resumen, descripción y anotación

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Las memorias de Anjelica Huston, uno de los iconos cinematográficos del siglo XX.

Es la hija de John Huston, conoció de cerca a Carson McCullers, John Steibeck y Marlon Brando, posó para Richard Avedon y fue compañera sentimental de Jack Nicholson; interpreta papeles difíciles pisando fuerte y sin miedo al lado de directores como Woody Allen y Francis Ford Coppola... Eso es tanto como decir que Anjelica Huston ha vivido más de un chaparrón, pero su temperamento ha podido con todo y aquí está, dispuesta a contar su historia con talento y sentido del humor.

Tenía veintinueve años e intentaba hacerse un hueco como actriz cuando el director Tony Richardson se compadeció de ella. Era una pena que tener tanto talento le sirviera de tan poco: nunca llegaría a nada. Fiel a su carácter, Anjelica se tomó las palabras de Richardson como un verdadero reto. Mientras le contestaba con un «quizá tengas razón», pensaba para sus adentros «mírame bien». Y eso es lo que no ha dejado de hacer durante toda su vida: ser una criatura que reclama la mirada ajena.

Con una escritura franca, perspicaz y traviesa, la exmodelo y actriz se revela en estas memorias como una gran narradora dispuesta a revelar lo que ha descubierto de sí misma a lo largo de los años y a mostrar el lado más humano de una mujer apasionada.

El escritor irlandés Colm Tóibín ha dicho...


«Mírame bien son unas memorias brillantes, escritas con pasión y ganas de contar la verdad. Los recuerdos de su infancia en Irlanda y su juventud en Londres y Nueva York en los años sesenta son una auténtica joya.»

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Mírame bien. Memorias — leer online gratis el libro completo

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Luz

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Mírame bien

Memorias

Anjelica Huston

Traducción de

Teresa Arijón

Mírame bien Memorias - image 1

www.megustaleerebooks.com

Una historia aún no contada

Para mamá y papá

Una es tristeza

Dos, alegría

Tres, boda

Cuatro, un varón

Cinco, plata

Seis, oro

Siete, una historia aún no contada.

Canción infantil tradicional

sobre las urracas

Prólogo

Cuando yo era niña, había un altar en el dormitorio de mi madre. El armario empotrado tenía espejos en la parte interior de las dos puertas y una cómoda dentro, más alta que yo, con una hilera de frascos de perfume y objetos pequeños sobre el tablero, y una tela de arpillera clavada a la pared. Prendidos con alfileres a la arpillera, los objetos variopintos que mamá coleccionaba: fotos recortadas de revistas, poemas, bolas perfumadas, una cola de zorro con un lazo rojo, un broche que yo le había comprado en Woolworth’s, con la palabra «mamá» en malaquita, una fotografía de Siobhán McKenna como santa Juana. Me fascinaba contemplar sus pertenencias, plantada entre los espejos de las puertas, que me reflejaban hasta el infinito.

Fui una niña solitaria. Mi hermano Tony y yo nunca fuimos compinches, ni de niños ni de adultos, pero estaba muy ligada a él. No nos quedaba más remedio que estar juntos porque debíamos apañárnoslas solos. Aunque sabía que él me quería, siempre me pareció que me tenía un poquito de tirria y que, siendo un año mayor que yo, indefectiblemente debía pelear por lo que era suyo. Vivíamos en medio de la campiña irlandesa, en el condado de Galway, en el oeste de Irlanda, y no frecuentábamos a otros niños. Teníamos profesores particulares y mi vida estaba hecha sobre todo de fantasías: deseaba ser católica para tomar la sagrada comunión y, vestida con los tutús de mi madre, esperaba que un marido apareciera en el jardín delantero para casarme con él.

También pasaba mucho tiempo delante del espejo del cuarto de baño. Al lado había una pila de libros. Mis preferidos eran The Death of Manolete y las historietas de Charles Addams. Yo hacía de Morticia Addams. Me sentía atraída por ella. Me estiraba los ojos hacia los lados para ver cómo quedaría si tuviera los párpados achinados. Me gustaba mucho Sophia Loren. Había visto sus fotos y en aquella época representaba mi ideal de belleza femenina. Y miraba ensimismada las imágenes del gran torero Manolete: con el traje de luces; rezando a la Virgen para que lo protegiera; con el capote bajo el brazo; preparándose para entrar en el ruedo. La solemnidad y el carácter ritual eran palpables en las fotos. Después, las terribles consecuencias: Manolete corneado en la ingle, la sangre negra sobre la arena. Me desconcertaba ver que, si bien era evidente que el toro había ganado la batalla, otra serie de fotos atestiguaba su posterior sacrificio. Me parecía una flagrante injusticia y mi corazón se condolía tanto del toro como de Manolete.

Descubrí que tenía el llanto fácil. Tony empezó a preguntarse si no estaría utilizando esa habilidad en provecho propio. Creo que no le faltaba razón. Pero para mí siempre era un llanto sentido. Muchos creen que mirarse al espejo es una cuestión de puro narcisismo. Los niños contemplan su reflejo para ver quiénes son. Y quieren averiguar qué pueden hacer con él, cuánta plasticidad poseen, si alcanzan a tocarse la nariz con la lengua, qué aspecto tienen cuando se ponen bizcos. Hay muchas cosas que hacer delante del espejo aparte de disfrutar de la percepción de nuestra propia belleza física.

PRIMERA PARTE
Irlanda

Tony Veiller Anjelica y Mindy Ricki con Shu-Shu Seamus Joan Buck John - photo 2

Tony Veiller, Anjelica y Mindy, Ricki con Shu-Shu, Seamus,

Joan Buck, John Huston y Tony Huston con Moses y Flash.

Jardín de la Casa Grande, en St. Clerans, Whitsun, en 1962.

(Fotografía de Betty O’Kelly)

1

Nací a las 18.29 del 8 de julio de 1951 en el hospital Cedars of Lebanon de Los Ángeles. Con un peso de ocho libras y trece onzas, era un bebé robusto y saludable. La noticia de mi nacimiento se telegrafió rápidamente a la oficina de correos de la población de Butiaba, en el oeste de Uganda. Dos días después, un mensajero descalzo llegó con un telegrama a las cascadas Murchison, en el río Nilo, en el corazón profundo del Congo Belga, donde se estaba rodando La reina de África.

Mi padre, John Marcellus Huston, era un director de cine famoso por su estilo aventurero y su carácter audaz. Aunque se consideraba una temeridad, había embarcado en el peligroso viaje no solo a Katharine Hepburn, una actriz en el cenit de su carrera, sino también a Humphrey Bogart, que llevó consigo a su esposa, la estrella de cine Lauren Bacall, de renombrada belleza. Mi madre, en los últimos meses de embarazo, se había quedado en Los Ángeles con mi hermano Tony, de un año de edad.

Cuando el mensajero le entregó el telegrama, mi padre le echó un vistazo y se lo guardó en el bolsillo. Katie Hepburn exclamó: «Por el amor de Dios, John, ¿qué dice?». Y papá respondió: «Es una niña. Se llama Anjelica».

Papá medía seis pies con dos pulgadas y tenía las piernas larguísimas; era más alto y más fuerte que nadie y poseía la voz más hermosa del mundo. Tenía el cabello entrecano, la nariz rota de boxeador y un aire teatral. No recuerdo haberle visto nunca correr; más bien caminaba sin prisa o daba largas y veloces zancadas. Tenía el andar ágil y desgarbado de los norteamericanos, pero vestía como un caballero inglés: pantalones de pana, camisas almidonadas, corbatas de seda con nudo impecable, chaquetas con coderas de ante, gorras de tweed, elegantes zapatos de piel confeccionados a medida y pijamas de Sulka con sus iniciales bordadas en el bolsillo. Olía a tabaco fresco y a colonia de lima Guerlain. Siempre tenía entre los dedos un cigarrillo: era casi una extensión de su cuerpo. Hablaba con un tono cuidadamente espontáneo y despreocupado. Sus gustos eran eclécticos. Para trabajar vestía saharianas y pantalones de soldado, como si fuera a la guerra.

En el transcurso de los años he oído decir que mi padre era un donjuán, un bebedor empedernido, un jugador, un machote, más interesado en la caza mayor que en rodar películas. Es cierto que era derrochador y dogmático. Pero era un hombre complejo, autodidacto en gran medida, curioso y muy leído. No solo las mujeres, también los hombres de todas las edades se enamoraban de él, con esa extraña lealtad y paciencia que los varones reservan a sus congéneres. Se sentían atraídos por su sabiduría, su sentido del humor, su poder magnánimo; lo consideraban una celebridad, un líder, el pirata que hubieran deseado tener el coraje de ser. Pese a que muy pocos merecían su atención, gustaba de admirar a otros hombres y sentía un gran respeto por los artistas, los atletas, los diplomados, los muy ricos y los dotados de un gran talento. Sobre todo amaba a los personajes, a la gente que lo hacía reír y asombrarse ante la vida.

Papá siempre decía que su ambición era ser pintor pero que, sabiendo que jamás sería uno de los grandes, se había hecho director de cine. Nació en Nevada, Missouri, el 5 de agosto de 1906, único hijo de Rhea Gore y Walter Huston. Su familia materna era de ascendencia inglesa y galesa. William Richardson, el abuelo de Rhea, alcanzó el grado de general en la guerra civil, fue fiscal general del estado de Ohio y perdió un brazo en Chancellorsville. La espada de plata que le obsequió su regimiento la heredó mi hermano Tony. La hija de William, Adelia, se casó con un buscavidas, John Gore, que fundó varios periódicos desde Kansas hasta Nueva York. Vaquero, colono, tabernero, juez, jugador profesional y alcohólico empedernido, en cierta ocasión ganó la ciudad de Nevada en una partida de póquer.

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