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Goñi - Una de romanos: Un paseo por la historia de Roma

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Goñi Una de romanos: Un paseo por la historia de Roma
  • Libro:
    Una de romanos: Un paseo por la historia de Roma
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta
  • Genre:
  • Año:
    2010
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Una de romanos: Un paseo por la historia de Roma: resumen, descripción y anotación

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Cuando todavía existían los cines de barrio y los géneros cinematográficos estaban en su momento de esplendor, los espectadores iban a ver una del oeste, una de aventuras, una policíaca, una romántica... o una de romanos. Las películas sobre la Antigua Roma fueron durante algunas décadas un género boyante que nutrió la imaginación de jóvenes y adultos. Y es que el interés y la fascinación por el mundo romano han perdurado a lo largo de los siglos y han llegado hasta nuestros días. Con sus guerras y expansiones, sus tensiones políticas, sus luchas sociales, sus ritos y sus mitos, ese mundo tan alejado en el tiempo tiene no pocos puntos de contacto con nuestras realidades contemporáneas, y no pocas veces, a través del cine, la literatura o la historia, nos miramos en él buscando reflejos que nos resultan reconocibles, porque somos profundamente romanos. Este libro propone un delicioso y desprejuiciado paseo por los grandes momentos y las escenas legendarias de la historia romana. Con una prosa ágil y una sucesión de jugosas anécdotas, el autor nos guía por la mítica fundación de Roma, el rapto de las Sabinas, el suicidio de Lucrecia, la personalidad de Aníbal, el asesinato de Julio César, la paz de Augusto, los grandes nombres de la literatura latina, entre ellos Horacio, Virgilio o Cicerón, el origen y sentido de frases que han llegado a nuestros días, como calendas griegas o victoria pírrica, el último día de Pompeya, la legendaria nariz de Cleopatra, la revuelta de los esclavos liderados por Espartaco, el poder de la oratoria de los senadores romanos, la guerra de las Galias, el circo y sus gladiadores, las pisadas del caballo de Atila y las lágrimas de San Agustín... Y cada capítulo se completa con una sucesión de agudas reflexiones, pinceladas que conectan esas historias del pasado con nuestro presente, a través de los sorprendentes paralelismos que la historia nos regala. Un sugestivo paseo por la historia de Roma. Un libro repleto de información, divertido y sugerente.

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Índice

A Pilar Agradecimientos A Ramon Torné Teixidó que leyó pacientemente el - photo 1

A Pilar

Agradecimientos

A Ramon Torné Teixidó, que leyó pacientemente el manuscrito y me hizo numerosas y valiosísimas observaciones; a Ramón Martínez Fernández, quien amablemente atendió mis consultas; a Aurelio González Ovies, Santiago Fernández Burillo, José Manuel Gutiérrez García y Eladi Fernández Bayona, quienes me animaron a escribir estas páginas.

Verus amicus nunquam amicorum obliviscitur.

Presentación

Antes de la era digital, cuando no existían multicines, ni cientos de cadenas de televisión, ni reproductores de DVD, ni se podían «bajar» las pelis de Internet, en aquel tiempo ya casi inmemorial uno iba al cine a ver la película que ponían ese día: una del oeste, una de guerra, una de amor, una de risa, una de romanos...

Así se conocían los géneros. En las del oeste (que no había que confundir con las de indios y vaqueros) salían forajidos, cowboys, pistoleros, caballos al galope y un sheriff con su estrella. En las de guerra, los americanos ganando batallas, tanques, destructores y submarinos, patriotismo desaforado. Las de amor se sellaban con un beso final de los protagonistas –el único en toda la película– y con lágrimas de los espectadores. Las pelis de risa eran de risa de verdad: Chaplin, «el Gordo y el Flaco», los hermanos Marx, Jerry Lewis, Harold Lloyd, Buster Keaton... Pero también las había de romanos.

Cuando daban «una de romanos», la pantalla se llenaba de apuestos centuriones, de batallas inmensas, de hermosas patricias y sensuales esclavas, de luchas a muerte entre gladiadores, de traiciones y crueldades, de amores pasionales, de cristianos devorados por leones, de un fornido criado que retorcía el cuello a un toro, de maquetas de cartón piedra que hacían resucitar el antiguo esplendor de la antigua Roma.

Las películas de romanos derrochaban grandiosidad, el espectador se asomaba a un mundo majestuoso en technicolor, lleno de extras y decorados gigantescos, con un reparto de lujo. Aquellos filmes han quedado grabados en nuestra memoria y nos han proporcionado inciertos conocimientos históricos: Quo vadis, La caída del Imperio romano, Espartaco, Los últimos días de Pompeya, Cleopatra, La túnica sagrada, Julio César, La espada y la cruz, Aníbal, Ben-hur. No en vano esta última ha sido la más oscarizada de la historia de Hollywood.

Después vinieron las series televisivas, como la mítica Yo, Claudio –basada en la novela de Robert Graves–, mucho más serias y documentadas, pero que no acabaron de satisfacer a los nostálgicos de turno, entre los que me incluyo. Ni el boom de la novela histórica, ni las aventuras gráficas de Astérix, pudieron llenar el vacío de aquellas películas que parecían estar rodadas en pleno apogeo de la Roma inmortal.

Todos necesitamos volver sobre nuestro pasado y reencontrarnos a nosotros mismos en lo que fuimos. Necesitamos «una de romanos», no tanto aquellas viejas películas, cuya reposición rompe el encanto que conservan en la memoria, sino oír o leer «una» historia, «una» incidencia, «una» anécdota… «de romanos». Porque quien nos cuenta «una de romanos» nos está contando nuestra propia historia.

Roma nos es extrañamente familiar. Nos ofrece un espejo en el que podemos distinguir contornos, quizá imprecisos, pero reales, de lo que somos. La casuística jurídica, la discriminación de la mujer, la globalización, los políticos que fingen ser amigos del pueblo, nuestra obsesión por el consumo, la pax americana, la obligación fiscal, las campañas electorales ad captandum vulgus, para atraerse al pueblo, la red de carreteras, las frases hechas y muchos de los rituales cotidianos son esencialmente romanos. Roma está en las instituciones, en las leyes, en las lenguas (incluso en las que no son románicas), en la ciencia y en la filosofía, en el arte, en las ciudades, en las casas, en los estadios y en los gimnasios, en las comidas, en las bodas y los entierros, en las bibliotecas, en la política y en la religión, en los puentes, en los monumentos, en las calles. Todos los caminos conducen a Roma, porque todos parten de ella.

No se trata de reescribir la historia de Roma, sino de efectuar un vuelo de reconocimiento para ver si nos reconocemos a nosotros mismos en nuestro pasado. No intento hacer historiografía, la estructura y la extensión del libro, así como la condición de su autor, evidencian que no van por ahí las cosas. Creo más interesante contar «una de romanos» –un acontecimiento, un episodio, un incidente– que nos dé qué pensar. Por eso, cada paso, cada capítulo, se inicia con un guiño introductorio y se cierra con un espacio para la reflexión, un ad libitum, donde poder hacer variaciones «al gusto» e interpretar libremente, como el primer violín o el pianista hace en un concierto.

El autor

Post scriptum: incluyo un cuadro cronológico, un vocabulario latino y las fuentes bibliográficas.

1
Dos lobeznos humanos

Roma es la urbs, «la ciudad», el centro del mundo (caput mundi) adonde van a parar todos los caminos, la capital del Imperio, la ciudad eterna. Su nacimiento, como le corresponde a todo lo extraordinario, está cubierto por un halo de leyenda. El arqueólogo y el historiador, sobrecogidos por tanta grandeza, ceden el paso al mito, que revela lo inexplicable y llega a donde no puede la arqueología ni la historia. Como todo gran acontecimiento, la fundación de Roma echa raíces en el cielo, busca un origen divino. No se conforma con su linaje humano, quiere vincularse con los mismos dioses. ¡Cómo si no puede explicarse que una ciudad haya regido los destinos de la humanidad durante tantos y tantos siglos! Roma significa lo que fuimos, lo que somos y quizá lo que seremos; en ella están nuestros orígenes, nuestros logros y fracasos, nuestro orgullo y nuestras miserias, y también nuestro destino.

Todo comenzó con una manzana. No la que ofreció Eva a Adán, sino la manzana de oro que la Discordia dejó en el Olimpo «para la diosa más bella». La dichosa fruta –les ahorraré los pormenores: el juicio de Paris, el rapto de Helena y el juramento de los reyes griegos– vino a causar la guerra de Troya, de donde huyó el héroe Eneas, hijo del mortal Anquises y la diosa Venus, junto a su anciano padre y su hijo Ascanio. Tras la caída de Troya, reunió a un grupo de supervivientes y partieron en busca de otras tierras. Fue así como se iniciaron los viajes de Eneas que Virgilio relata en la Eneida.

Eneas navegó por todo el Mediterráneo en busca de un asentamiento para su pueblo. Llegó hasta el sur de la península itálica (la Magna Grecia), pero allí se encontró con colonias griegas que no le acogieron favorablemente. Entonces decidió bordear Sicilia, para evitar el estrecho de Escila y Caribdis, y llegar más al norte. Pero tuvo que hacer escala en Drépano, donde murió Anquises. Cuando reanudaron el viaje, una tempestad los llevó a las costas de África, en concreto a la ciudad de Cartago; allí se encontró con la reina Dido, con quien mantuvo un apasionado romance.

Pero obedeciendo las órdenes de los dioses, que no querían que se asentase en una ciudad llamada a ser enemiga de Roma, abandonó Cartago y se dirigió a Cumas, donde visitó a la Sibila y descendió a los infiernos. De allí partió hacia el norte bordeando las costas de Italia, hasta que desembarcó en la desembocadura del Tíber. Remontó el río hasta la ciudad de Palanteo (emplazada en el monte Palatino, donde más tarde se asentará Roma) y se alió con el rey Evandro, que años atrás había sido huésped de su padre. Palanteo fue atacada por los rútulos, y Eneas intervino en la guerra con la armadura invencible que Venus había mandado fabricar a Vulcano. Tras la muerte de Palante, hijo de Evandro, un consejo de guerra decidió que la contienda se resolviese con un duelo entre Eneas y Turno, rey de los rútulos. Venció Eneas.

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