Para la celebración del Jubileo del tercer milenio Roma se ha engalanado como nunca, ofreciendo una ocasión irrepetible para recorrerla y disfrutar de su imperecedero encanto. Este libro pretende ser una guía útil y práctica para el viajero o el peregrino que se adentre en los vericuetos de la Ciudad Eterna.
A partir de la ruta de las Siete Basílicas, Paloma Gómez Borrero nos acompaña y orienta, alejándonos del clásico tour, e incluso hace que nos extraviemos por lugares insólitos, con el propósito de que descubramos la Roma secreta y cargada de historia, la Roma mística e inaccesible. Porque como escribió Stendhal, otro enamorado de esta ciudad extraordinaria, «es necesario perderse, vagabundear por sus calles para conocerla, para amar sus virtudes, sus defectos y sus vicios».
Caminando por Roma es un libro escrito con mucho amor por esta ciudad indolente y caótica, pero en la que cada piedra habla a quienes quieren escuchar. Y sin duda se convertirá en un libro-guía para hoy, mañana y siempre, porque a Roma nunca se le dice adiós sino arrivederci!
Paloma Gómez Borrero
Caminando por Roma
Una guía del viajero para el Jubileo
ePub r1.0
Liete28.09.13
Título original: Caminando por Roma
Paloma Gómez Borrero, 1999
Editor digital: Liete
ePub base r1.0
MARÍA PALOMA GÓMEZ BORRERO, nació en Madrid el 18 de agosto de 1934.
Se licenció en periodismo y trabajó como enviada especial del semanario Sábado Gráfico en Alemania, Austria y el Reino Unido.
Durante doce años fue corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano, siendo la primera mujer corresponsal en el extranjero de la televisión nacional.
Hasta Junio del 2012 fue corresponsal de la cadena COPE.
Tiene un amplio conocimiento de la Santa Sede, y ha realizado todos los viajes del Papa por el mundo. Acompañó a Juan Pablo II en sus 104 viajes (5 de ellos a España) visitando 160 países: unas 29 veces la vuelta al mundo en kilómetros recorridos. Sigue formando parte del grupo de periodistas que viaja en el avión de Benedicto XVI en sus visitas pastorales.
Tiene la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, concedida por el Rey Juan Carlos I el 12 de julio de 1999 y Dama de la Orden San Gregorio Magno concedida por Juan Pablo II el 13 de julio de 2002.
Es autora de los siguientes títulos: «Huracán Wojtyła», «Abuela, háblame del Papa», «Juan Pablo, amigo», «Adiós, Juan Pablo, amigo», «Dos Papas, una familia», «La Alegría», «A vista de Paloma», «Caminando por Roma», «Los fantasmas de Roma», «Los fantasmas de Italia», «Una guía del viajero para el jubileo», así como «El Libro de la pasta», «Pasta, pizza y mucho más», «Comiendo con Paloma Gómez Borrero», «Cocina sin sal» o «Nutrición infantil».
Notas
Quien hace el primer viaje a Roma no ve nada,
en el segundo la conoce y en el tercero se la lleva
en el alma.
HARREBOMEÉ SPREEKWOORDEN, siglo XVII
PRIMERA PARTE
Antes del Jubileo
«Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», había dicho Jesús. Y Pedro había venido a Roma. Y después lo había hecho Pablo, el más cosmopolita y viajero de los apóstoles. Ninguno como él, como dice Montanelli, comprendió que el mundo se gobernaba desde la urbe y que sólo encaminándose por la via Apia, la Flaminia, la Salaria y todas las demás, podría triunfar la Cruz.
Pero cuando la civilización nacida en Roma se vino abajo, cuando la orgullosa Caput Mundi dejó de ser capital de demarcación alguna, no quedó a Roma más crédito que el de la fe. Y todos, en aquel mundo roto y triste del final del Imperio pensaron que a la ciudad y su historia no les quedaba más camino que el de la decadencia, la destrucción y el olvido de su gloria. Así había sucedido con Babilonia, Tebas, Atenas, Creta, Persia…
Y fue entonces cuando comenzó la segunda vida de la Ciudad Eterna.
Convertida en el «esqueleto de un gigante», ruina de sí misma, reducida a poco más que aquel villorrio fundado por Rómulo y Remo, la urbe no tenía más autoridad que la del Romano Pontífice. Se dice que Roma se convirtió en la meta de las peregrinaciones del mundo cristiano una vez que el acceso a Tierra Santa se volvió difícil debido a las invasiones musulmanas, a partir del siglo VIII . Pero no es cierto. O al menos, no del todo. Roma era ya un centro de peregrinaciones durante la era paleocristiana y continuó siéndolo durante toda la Edad Media, hasta que el impulso del Jubileo le otorgó el primado absoluto.
El título de «primer peregrino a Roma» no parece corresponder como alguno ha dicho, a San Pablo, el viajero infatigable Porque él vino a Roma, forzado por las circunstancias, a presentar «recurso de apelación» en su proceso, haciendo uso del derecho de todo ciudadano romano. El primero que acudió a Roma con un santo interés, o al menos de quien tenemos noticias más tempranas, es San Ignacio de Antioquía, obispo de esta ciudad, que saludaba a la Iglesia de la urbe como «presidente de la caridad». Pero Ignacio vino también con un deseo que se cumplió: el de morir en la Ciudad Eterna como mártir de la fe. Y muchos otros murieron con él.
Los años de las persecuciones dejaron tras de sí una estela de santos, mártires y reliquias que, una vez terminada la era pagana, se convirtieron en un atractivo para los cristianos de todo el mundo. Se daba por entendido que el santo visitado haría descender su bendición sobre aquellos que venían a rendirle homenaje, y que cualquier objeto que tocase su tumba se convertiría en reliquia. Un concepto tan arraigado que los arquitectos de las iglesias paleocristianas concibieron una cripta que permitiera acercarse a las sepulturas.
A estos «píos turistas» se les debe llamar con propiedad «romeros», palabra griega que en un principio designaba a los que llegaban a Palestina en visita a los Santos Lugares. Cuando el viaje a Tierra Santa se volvió imposible, el término se extendió a los que llegaban a la Nueva Jerusalén, o sea, a Roma. Lo de peregrino, en sentido estricto, corresponde sólo a los de Santiago de Compostela. Pero seguramente el patrón de España no se tomará a mal que metamos a todos en el mismo saco. ¡No vamos a revolver Roma con Santiago…!
Sabemos, pues, que estos romeros comenzaron a llegar incluso antes de la caída del Imperio romano, y lo hicieron durante todo el Medievo, incluso antes de que existiera el atractivo del Jubileo. Esto es importante porque explica la causa de que Roma (y Europa entera) ya contase en tiempos de Bonifacio VIII con una estructura de «atención al peregrino», como relataremos a lo largo de estas páginas.
Ya en el siglo VI , el venerable Enodio dijo que el sepulcro de Pedro «atrae gente de todas las partes del mundo». Y lo mismo ocurría con las tumbas de los mártires. Las catacumbas de San Calixto y San Sebastián, en plena via Apia, eran la primera etapa del viaje de estos turistas cristianos. En cada excavación, los arqueólogos encuentran un buen surtido de monedas de todos los tiempos y lugares del mundo antiguo, como testimonio de la afluencia de los peregrinos. O como demostración de que los bolsillos ya se agujereaban desde la noche de los tiempos.