EL SEGUNDO PERÍMETRO
(Joe DiMarco - II)
MIKE LAWSON
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Para Tracy Howell
Resumen
La segunda novela protagonizada por Joe DeMarco, un abogado cuyo apellido italiano ligado a la mafia lo hace vulnerable al chantaje, y su compañera Emma, una ex espía de la Agencia de Inteligencia de Defensa, versada en el arte de matar.
Cuando el sobrino del secretario de la Marina le dice a su tío que dos colegas en la base de la Marina americana pueden estar involucrados en un asunto de estafas, su tío se muestra escéptico. Reacio a iniciar una investigaciónoficial basada en las sospechas vagas de un pariente, elsecretario le pide al presidente de la cámara de representantes, John Mahoney, que envíe a su factótum DeMarco a ver qué averigua. Cuando DeMarco y su amiga Emma, una agente retirada de la Agencia de Inteligencia de Defensa, empiezan a investigar lo que ellos consideraban una pequeña estafa, advierten que una red de espionaje seha infiltrado en la base naval. La líder de la red no es otra que una mujer con quien Emma ya tuvo que vérselas en el pasado. En aquel entonces, Emma acabó con la prometedora carrera de la mujer, que se convirtió en una agente sin escrúpulos con un solo objetivo: destruir a la responsable de su humillación
Prólogo
D
esde la ventana de su oficina Norton veía el submarino de ataque clase Los Ángeles amarrado en uno de los muelles. Estaba demasiado lejos para leer el número que figuraba en el casco, pero le pareció que era el USS Asheville, SSN 758. El año anterior había trabajado en aquella nave, y había pasado muchas horas bebiendo con algunos de los jefes. Tras quedarse mirando el submarino unos instantes más, se dio cuenta de que estaba entreteniéndose y giró la varilla de las persianas venecianas para cerrarlas. Era poco probable que alguien llegara a ver lo que hacía a través de una ventana de la cuarta planta, pero no podía arriesgarse.
Norton se apartó de la ventana y se asomó por encima de las mamparas que separaban su cubículo del resto. Era la hora de comer. Había cuatro tipos jugando a las cartas dos cubículos más allá y, cerca de la puerta, una secretaria limándose las uñas. No veía a nadie más en toda la oficina. Norton había enviado a Mulherin a distraer a la secretaria; eso se le daba bien a Mulherin. Si veía venir a alguien por el pasillo en dirección a Norton, Mulherin lo pararía y diría algo para avisarle.
Sin más pretextos para demorarse, Norton sacó el tablero de ajedrez de su mochila. Medía treinta y tres centímetros cuadrados y tenía cuatro centímetros de grosor, un poco más de lo normal. Norton presionó un lateral del tablero y se abrió una delgada tapa; por la abertura aparecieron un montón de piezas de ajedrez, que quedaron esparcidas sobre su mesa. Luego inclinó hacia abajo el tablero, de cuyo interior salió un fino ordenador portátil que estaba alojado en el hueco existente entre la parte superior e inferior del tablero.
Lo del tablero de ajedrez había sido idea de Carmody.
Tras utilizar el portátil, Norton volvería a guardarlo en el compartimento oculto del tablero, colocaría este sobre el archivador y dispondría encima unas cuantas piezas para simular que jugaba una partida con Mulherin. Eso sí que tenía gracia: Mulherin jugando al ajedrez.
Entrar en el astillero con el portátil era la parte más arriesgada de toda la operación. Norton solo necesitaba usarlo unos minutos al día, y cuando lo hiciera, procedería como en aquel momento, sacándolo a la hora de comer mientras Mulherin vigilaba para que no se acercara nadie. Pero su mayor temor había sido acceder al recinto con el portátil encima. De hecho, había sudado tanto que le extrañó que ninguno de los marines apostados en la entrada se hubiera dado cuenta.
Los ordenadores personales estaban prohibidos dentro del complejo naval —solo se permitía el uso de equipos suministrados por el gobierno—, y si los marines que vigilaban el acceso a las instalaciones lo hubieran elegido al azar aquella mañana en un control de seguridad rutinario, y por casualidad hubieran descubierto el portátil que llevaba escondido en el tablero de ajedrez, habría metido la pata. Hasta el fondo.
Pero las probabilidades de que eso ocurriese eran escasas. Cuando la amenaza de ataque terrorista estaba en un nivel alto, los marines registraban todo lo que pasaba por la entrada. Vehículos, mochilas, bolsos, fiambreras. Absolutamente todo. Pero aquel día el nivel de amenaza se hallaba dentro de los parámetros normales, y Norton había esperado a que se formara un embotellamiento en la entrada, con un montón de gente quejándose de que tenían que llegar a su puesto de trabajo, lo que solía hacer que los marines agilizasen los registros. Lo de aprovechar un atasco para entrar también había sido idea de Carmody. El muy cabrón era un tipo listo.
Norton se dio cuenta entonces de que su temor no eran los marines, sino Carmody. Solo de pensar en Carmody se acojonaba.
Capítulo 1
D
eMarco dejó el coche en una plaza libre que había en el aparcamiento del club de golf Goose Creek de Leesburg, en Virginia. Tras salir del vehículo, cerró la puerta y recorrió veinte metros antes de recordar que no había bloqueado la cerradura. Volvió sobre sus pasos hasta el automóvil, bajó el pestillo de un manotazo y cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Le fastidiaba, sobre todo aquella mañana, que su Volvo fuera tan viejo que no tuviera uno de aquellos chismes modernos que cerraban las puertas de forma automática con un pitido.
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