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Emma Reyes - Memoria por correspondencia

Aquí puedes leer online Emma Reyes - Memoria por correspondencia texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Emma Reyes Memoria por correspondencia
  • Libro:
    Memoria por correspondencia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Memoria por correspondencia: resumen, descripción y anotación

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De Flora Tristán a Emma Reyes

Hasta hoy, el libro de Flora Tristán de su viaje al Perú y los recuerdos de su infancia son el documento más dramático que haya dejado una mujer en relación con su experiencia en América. Flora, que para muchos nos resulta hija de Bolívar, fue la abuela de Gauguin y su vida bordeó muchas veces las amarguras del infierno. Pero sacó —Dios sabe de dónde— una rebeldía que la coloca como fundadora del socialismo internacional y su vida se estudia en las universidades como podría estudiarse la de su contemporáneo, Carlos Marx. Si Emma Reyes escribiera y publicara la historia completa de su vida, el libro podría tener más lectores que el de Flora. Siendo corrosiva e inteligentísima, tiene unos aciertos de gracia que la convierten en una fabuladora incomparable. Monta su tienda en cualquier sitio de Europa y quienes la escuchan querrían seguir oyéndola hasta pasadas las tres de la mañana.

Salió de Bogotá sin más experiencia que la de una recogida en el hospicio, experta en dechados de costura. Y emprendió un viaje que paró en Buenos Aires, marchando a pie, en buses, trenes o lo que fuera, vendiendo cajas de Emulsión de Scott. De Buenos Aires pasó a Montevideo en plena guerra del Chaco, pasó la luna de miel en un garaje, se fue a vivir a la selva del Paraguay y los guerrilleros le asesinaron el hijo en una escena de crueldad infinita. En Buenos Aires, pintando, se ganó un concurso internacional y fue a dar a París. Tengo un cuadro suyo de la época, pintado como dora el sol las pinturas de Gauguin en Tahití (aquí se cruzan Emma y Flora) y cuando hace su exposición en la orilla izquierda del Sena, el último en salir estampa su firma en la hoja de visitantes que a lo mejor Emma conserva en algún baúl. La firma ya era conocida: Picasso.

De París pasa a Washington y México, conoce a Tamayo y Rivera. Las flores grandes que pintó entonces Rivera, ahora, a los cincuenta años, las convierte Emma en unas rosas, lirios, piñas o alcachofas de muchos metros de grandeza, hechos con una precisión de quien se ha educado cosiendo en un orfanato. Cuando regresa a París, monta su tienda como un beduino y pinta y pinta y pinta y habla y habla y habla y va introduciendo uno a uno a todos los pintores suramericanos que más tarde serán famosísimos en el mundo. Pero siempre rebelde, alerta, curiosa e informada como si fuera una india, que en el fondo no lo es, o una blanca de las izquierdas. Hasta que llega a Périgueux, de brazo de Jean, su médico, con quien se ha casado y que es su gran amor.

Périgueux tiene dos puntos que son las dos columnas propias de su edificio, Montaigne y el rey de la Patagonia. Montaigne vivió más de diez años con un indio guaraní con quien dialogó más que con Platón y Anaxágoras. Dos de sus mejores ensayos están hechos sobre las reflexiones que saca de dialogar con este criado que consiguió en Ruán, cuando la muestra brasilera que organizaron los de la Villa, para inaugurar al nuevo rey. Montaigne descubrió que, como poetas, los guaraníes estaban a la altura de los griegos y, por su dignidad, a una altura mayor que los franceses. Ya en nuestro tiempo, un francés de Périgueux resolvió proclamarse rey de la Patagonia y acabó convencido de serlo. El resto eran trufas y foie gras.

Emma y Périgueux se entendieron en los edificios públicos y en los patios del Liceo están unos murales gigantescos que Emma ha pintado, con el cariño con que se hace una flor de seis metros de altura para que quede como un recuerdo en la solapa de un pueblo. Ahora es una pintora celebrada, pero no hay que olvidar lo que dice su diario de la infancia. Una vez la induje a que lo escribiera y alcanzó a redactar unas cien páginas, que son un modelo por la manera de atropellar el castellano, escribiendo ilusión con c y metiendo palabras de «su» francés alternando con la de «su» recordado castellano. Quizá la única persona que ha leído esa parte, que se quedó en suspenso, en punto y coma, para seguirla con minúscula, fue Gabriel García Márquez, a quien se la mostré. Su entusiasmo fue como ha sido el mío. Y pensar que ese diario dejaría atrás al de Flora Tristán…

GERMÁN ARCINIEGAS

El Tiempo, 9 de agosto de 1993

¿Qué pasó con Emma Reyes?

Me llegó un libro a las manos que no pude soltar hasta acabarlo. Lo leí en poco más de dos horas, y después de leerlo, no pude dejar de pensar en él. Días después, seguía ahí dando vueltas en mi cabeza. Ese libro es Memoria por correspondencia y, según la crítica especializada —Semana, por ejemplo—, es el mejor libro de 2012 y de los últimos años en Colombia. El argumento es sencillo: es la infancia miserable de una mujer que la narra sin resentimientos ni rencores a través de veintitrés cartas que le escribe a su amigo, el intelectual Germán Arciniegas. Las cartas recuerdan la pacífica tristeza, la nostalgia sin aspavientos, de Las cenizas de Ángela. Memoria por correspondencia fue escrito por una mujer que fue analfabeta hasta los dieciocho años, que nunca pasó por un colegio ni una universidad. Narra en ellas desde el recuerdo más lejano de su infancia —cuando vivía en una pieza que no tenía ni luz ni inodoro ni ventanas, en el barrio San Cristóbal de Bogotá, a comienzos de los años veinte— hasta que la abandonan junto a su hermana para terminar confinadas en un convento casi por quince años. Si Rilke decía que la patria de todo hombre es su infancia, la de Emma Reyes es una patria eterna para quien la lea. Esa infancia ya es nuestra, nos pertenece para siempre.

Después de su huida del convento se sabe a grandes rasgos que hizo autoestop por Suramérica hasta llegar a Argentina. Se casó en Uruguay. Vivió en Paraguay. Se convirtió en artista. Se ganó una beca y se fue a París para terminar codeándose con la élite cultural de Europa, como Alberto Moravia, Jean-Paul Sartre, Pier Paolo Pasolini, Enrico Prampolini, Elsa Morante, entre tantos otros, y ser la madrina de los pintores colombianos en Francia hasta su muerte, en 2003 en Burdeos. ¿Quién era Emma Reyes, esa mujer que me hizo leer su infancia entre lágrimas? Me obsesioné y desde que terminé el libro me juré averiguarlo. ¿Qué pasó con los demás personajes que menciona en sus cartas? ¿Por qué su apellido Reyes? ¿Supo quiénes eran sus padres? ¿Los buscó alguna vez? Acá está todo lo que sucedió con Emma Reyes, con su hermana, con la increíble vida que le esperaba.


Emma Reyes fue una hija de María Auxiliadora. En 1909 nació el Taller María Auxiliadora donde las niñas «por muchos años se encargan de bordar la banda presidencial por su relativa cercanía, amistad y colaboración permanente con el Palacio Presidencial», justo lo que hizo Emma durante los años que duró allí. En 1920 —cuatro antes de que Emma ingresara—, el taller se ubicó en la calle 8 n.º 10-65, el santo patrón era Juan Bosco y la directora general, María Carolina Mioletti, como también está en sus cartas. Hoy esa dirección no existe: el Parque Tercer Mileno borró el peor recuerdo que pudo tener Emma.

En el Centro Histórico Salesiano, en el colegio León XIII, hay documentos que hablan de algunos personajes como el padre alemán «Bacaus», quien iba todos los días a darles misa a las niñas y quien quizá fue uno de los pocos personajes de recuerdo dulce para ella. Emma nunca supo cómo se escribía su apellido: en realidad era Backhaus, «… el único hombre y la única persona venida del mundo que teníamos derecho a ver». En la revista Voz Amiga, de exalumnas de María Auxiliadora, de 1940, mencionan a tres de las monjas que aparecen en sus cartas: sor Dolores Castañeda, «la directora»; sor Inés Zorrila, «la que dirigía la lavandería», y sor María Ramírez, «la monja que más amé», quien dirigía la zona de planchado. Pero lo más conmovedor, el testimonio más cercano a lo que Emma escribió sobre su paso por ahí, sobre su trabajo con el bordado y la pobreza con la que convivían es un artículo de La Crónica, en 1924, cuando ella debió ingresar allí a los cinco años. El texto «Las hijas de María Auxiliadora» dice que el instituto «tiene por objeto, según se lee en el folleto oficial “Protección de la infancia”, preservar y educar a niños pobres». Y sigue el relato de alguien que optó por firmar como Polídoro: «A ciertas horas se oyen desde los alrededores cantos melifluos, ruidoso gritar de niñas en recreo animadísimo, rezos devotos; en otras el silencio es tan absoluto como si nadie existiera en aquella casa: pero si nos detenemos a escuchar, percibiremos el acompasado rumor de las máquinas Singer o los arpegios del piano».

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