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(Comisario Rebaudengo 01) Investigación a la tinta de calamar

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(Comisario Rebaudengo 01) Investigación a la tinta de calamar: resumen, descripción y anotación

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Investigación a la tinta de calamar Comisario Rebaudengo I CRISTINA RAVA Este - photo 1

Investigación a la tinta de calamar

Comisario Rebaudengo I

CRISTINA RAVA

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Un gracias especial al «verdadero» comisario de Alassio

Resumen

Un caso para el comisario Rebaudengo, piamontés que ejerce en la Liguria. La llamada telefónica de la Sra. Ferretti le plantea un caso distinto a los habituales, su marido profesor de filosofía del instituto de Albenga, ha desaparecido sin dejar rastro. Una segunda llamada unos días después de un jubilado que paseaba por los alrededores de esta última población, descubre el cadáver desnudo de una muchacha...

Capítulo 1

H

abía llegado la hora; de nada servía esperar más, y sin embargo no se movía. Miraba por la ventana, la que estaba encima del fregadero de la cocina, era invierno y en invierno hay petirrojos. Había uno justo ahí, sobre el pequeño melocotonero desnudo, parecía un fruto de lo redondo que era. El creciente cacarear de la cafetera la despertó, apagó el gas. Antes de empezar, necesitaba un café; se sentía exhausta y tenía frío. El sol todavía estaba muy lejos y el aire del jardín parecía azul, lo que reforzaba la sensación de hielo. El petirrojo voló, dejando detrás de sí la vibración de la ramita abandonada. Cerca del seto pasaba uno de los gatos del vecino, como de costumbre. Se sirvió el café, le echó azúcar y decidió ir hacia el estudio donde estaban el teléfono y la guía. Cuando empezó a ojearla, se dio cuenta de que se le habían olvidado las gafas en el lavabo. Refunfuñando en voz baja, fue a buscarlas. Se sentó de nuevo, buscó el número y empezó a pulsar las teclas.

—Comisaría, ¿dígame?

Durante un segundo le faltó la voz, sintió las rodillas muy muy flojas y dio gracias por estar sentada.

—Buenos días. Quería hacer una denuncia.

—¿Con quién hablo?

—Me llamo Fabiola Ferretti, llamo de Cisano sul Neva.

—¿Me lo puede repetir, por favor?

—Cisano sul Neva. Está en la carretera nacional que va hacia Piamonte, a pocos kilómetros del peaje de Albenga, ¿sabe dónde es?

—Entendido. ¿Una denuncia de qué tipo, señora?

—Tengo que denunciar la desaparición de alguien... de mi marido.

—Espere que le paso con el inspector que se ocupa de estos casos.

—De acuerdo.

El corazón le martilleaba en la cabeza, era como si tuviera dos, uno en el tórax y otro detrás de los ojos, entre las sienes. No tenía ni una gota de saliva, lamentaba no haberse llevado la taza de café.

—Hola, Departamento de Denuncias. Soy el inspector Ravera, ¿con quién hablo?

—Me llamo Fabiola Ferretti. Quería denunciar la desaparición de mi marido.

—¿De dónde llama, señora?

—De Cisano sul Neva. ¿Sabe dónde está?

—Sí señora. ¿Cómo se llama su marido?

—Alfonso, Alfonso Oddone.

—Bien, como puede imaginar, señora Ferretti, tendrá que venir aquí a la comisaría de Alassio para poner la denuncia. Necesitaremos cierta información, una fotografía reciente, ¿sabe si cogió el coche?

—Sí, se fue en coche.

—Entonces una descripción del coche y también suya, de su marido.

—¿Con la foto sola no sirve?

—Puede que no sea suficiente, siempre es mejor acompañarla de una descripción escrita. Pero dígame, señora: ¿cuántas horas hace que su marido está desaparecido?

—Desde el sábado por la noche.

—Así que todavía no han transcurrido cuarenta y ocho horas, ¿correcto?

—No, de hecho todavía no. Serán cuarenta y ocho horas a las once de esta noche. Pero me parece muy raro que no haya dado señales de vida.

—¿De qué trabaja su marido?

—Es profesor de filosofía.

—Es decir, de secundaria, y ¿dónde exactamente?

—En el instituto de bachillerato, en la modalidad de humanidades.

—¿De Albenga?

—Sí, sí, el estatal de Albenga.

—¿Y esta mañana tendría que haber ido a la escuela?

—Sí, su día libre es el miércoles.

—Entonces a las ocho, ocho y algo ¿tendría que haber estado en el trabajo?

—Sí, los lunes empieza a primera hora, a las ocho y veinte.

—¿Tiene móvil?

—Sí, pero debe de estar apagado o en un lugar donde no hay cobertura.

Su voz se estaba entrecortando.

—De acuerdo, señora, escuche. ¿Usted está bien de salud?

—Sí, estoy bastante bien.

—¿Tiene un medio de transporte, un coche?

—Sí, sí, tengo mi coche.

—¿Se siente en condiciones de conducir?

—Sí, creo que sí.

—Bien, entonces sería oportuno que viniera aquí a la comisaría de Alassio: le haremos algunas preguntas y redactaremos la denuncia. Acuérdese de traer una fotografía de su marido. ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Alfonso Oddone.

—De acuerdo, señora. La espero aquí. ¿Sabe dónde está la comisaría?

—Sí, la he visto mil veces. Siempre íbamos a dar un paseo por la playa de Alassio.

Le entraron ganas de llorar.

—Señora, no quiero darle falsas esperanzas, pero por experiencia tengo que decirle que, en la mayoría de los casos, estos momentos dramáticos como los que usted está viviendo acaban en un buen susto y ya está, ¡créame!

—Quizás tenga razón... Pero yo ahora....

—La entiendo, señora, pero le pido que venga en cuanto pueda.

—¿Por quién tengo que preguntar?

—Por el inspector Ravera, del Departamento de Denuncias.

—De acuerdo, hasta luego.

—Hasta luego.

Instintivamente, con un extremo de la bata secó el auricular del teléfono, húmedo por el sudor, y se quedó mirándolo un segundo más. Ya estaba, había dado el primer paso, ahora tenía que arreglarse e ir a Alassio. Apagó la luz del estudio y salió de la habitación. Añadió un poco de café, que estaba todavía caliente en la cafetera, al que ya se había entibiado en la taza y lo bebió lentamente, mirando hacia fuera, aunque en realidad no estaba viendo el primer destello de sol que iluminaba la cumbre de la montaña frente a su casa. Estaba reflexionando sobre el hecho de que, para ella, todos los agentes de la autoridad, incluso los Agentes Forestales, habían sido siempre una fuente de ansiedad. Cuando tenía que entregar el carné de conducir y el permiso de circulación a un policía o a los carabinieri, durante un simple control, sin haber cometido ninguna infracción, le temblaba la mano o lo hacía con expresión culpable. Alfonso se reía, pero en aquellos momentos la actitud de su mujer lo irritaba si ella estaba conduciendo, sobre todo cuando el agente empezaba a mirarla fijamente con curiosidad, porque él también notaba su desazón.

Esta vez, en cambio, aparte de tener la boca seca como un estropajo, había conseguido hablar sin enredarse. Quizás era porque se trataba de una situación de emergencia real, que había que preocuparse de verdad.

Abrió el grifo y dirigió el chorro de agua hacia la taza, que dejó en el fregadero, y fue a vestirse. Al gato le daría de comer a la vuelta, ahora no le apetecía.

La máquina de café no funcionaba del todo bien, tardaba un poco en llenar el vasito de cartón, y, justo mientras esperaba, el comisario Rebaudengo empujó la puerta de entrada. Para ser un lunes a primera hora de la mañana no tenía cara de estar demasiado alterado.

—Buenos días comisario.

—Hombre, Ravera, ¿qué hay?

—¡Bah! ¿Qué hay? Todo bien, diría. Para estar a principios de semana, podría ser peor.

—¿Un domingo tranquilo?

—Sí, anoche incendiaron otro contenedor de basura en la calle Neghelli; hubo un robo en el piso de unos de Turín, estaba vacío, no se han llevado nada, no había nada que llevarse; hubo un principio de pelea delante del pub Gandalf, pero sólo fue una bulla, nada de armas, una nariz rota, y luego esta mañana...

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