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Anya Rit - Recorriendo tu geografía

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Anya Rit Recorriendo tu geografía

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Recorriendo tu geografía

Anya Rit


Recorriendo tu geografía

Obra escrita por Anya Rit

Portada diseñada por Anya Rit
Modelo: KFP
Lugar: Espacio Arroelo

Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total ò parcial de esta publicación, su almacenamiento o transmisión por cualquier sistema de recuperación de información, en ninguna forma, ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del editor.

Copyright Anya Rit

Primera edición: verano 2018

Hasta que no comiences a creer en ti mismo no tendrás una vida.

Ir a una ronda más cuando piensas que no puedes, marca toda la diferencia en tu vida.


Rocky Balboa

Este libro se lo dedico a todas aquellas personas cuya fuerza de voluntad hizo que luchasen contra viento y marea y que nunca tiraron la toalla. Para esa gente y para las que siempre estuvieron al lado sirviendo de amarre en tiempos de tormenta. Para todas ellas, que sin llevar capa, son héroes y heroínas.

NO HE FRACASADO. HE ENCONTRADO MIL SOLUCIONES QUE NO FUNCIONAN

L a novena sinfonía de Beethoven sonaba en la radio, él quería ser un héroe y no sabía cómo hacerlo.

Puso el intermitente cual movimiento rutinario que llevaba haciendo desde hace más de quince años y giró el volante para adentrarse en el pequeño callejón que daba al aparcamiento del hospital.

Como cada último viernes del mes se sentía egoísta e inmaduro y esa sensación no cesaba hasta pasar unas horas. El hospital era moderno y con muchas instalaciones, a pesar de eso, seguía siendo solamente un edificio en el que se salvaban a muchas personas pero donde también se morían otros. Él se sentía agradecido de estar vivo pero no podía deshacerse del malestar que ese olor le provocaba aún en su cerebro.

Hacía ya tres años del accidente y las secuelas seguían ahí; recordándole que por mucho tiempo que pasase nadaría siempre a contracorriente. No se podía abandonar a la vida sedentaria, ni eludir a los fisios o a los traumatólogos durante largas temporadas. Eso le generaba un desazón que había tratado de explicar a ciertas personas que consideraba cercanas en su vida, pero ninguna de ellas lo había entendido. Es más, algunas de esas personas ya no formaban parte de su día a día.

Jason sacudió la cabeza tratando de eliminar esos pensamientos como perro que se agita tras salir del río y se apeó del coche.

Como cada vez que iba a ese hospital, él se fijaba en todos y cada uno de los detalles como si fuese la primera vez; en esta ocasión una recepcionista regordeta y bien vestida lo saludó con su amable sonrisa, un señor de la limpieza escuchaba música desde sus auriculares sin prestarle la más mínima atención al mundo que lo rodeaba, un par de médicos iban centrados en los documentos que tenían en las manos y comentaban entre ellos las distintas pruebas realizadas, algún que otro paciente ingresado paseaba por los pulidos pasillos del edificio, ciertos familiares se dirigían a la cafetería como si fuese un santuario en el que refrescar sus gargantas y sus mentes para paliar el cansancio físico y emocional que provocaba la estancia en estos lugares… y contrarrestando todo eso estaba ella, esa chica que desentonaba en el ambiente hospitalario: Alana, su fisioterapeuta.

Alana era una mujer corriente, menuda pero fibrosa, una melena repleta de mechas rubias que le llegaba a los hombros y se ataba en muchas ocasiones con un coletero que llevaba en su delgada muñeca, uñas casi siempre pintadas de llamativos colores, ropa juvenil a la par que cómoda, y una cara de duendecillo travieso que seguro tenía más años de los que aparentaba.

Podría decirse que era una chica corriente pero allí, en medio de tanta neutralidad y frialdad que transmitían las blancas paredes del hospital, ella era como un sol brillando en la oscuridad.

Alana era dulce con sus manos a la par que inflexible en sus órdenes; sus masajes no te dejaban dolorido como los de muchos otros fisioterapeutas pero cuando te mandaba hacer ejercicios esperaba siempre lo mejor de ti y lo exigía cual leona.

Jason estaba en su mundo cuando ella lo llamó para iniciar su sesión mensual. Al principio se veían a diario, luego pasó a ser semanalmente, quincenalmente y ahora solo se veían una vez al mes. Una parte de él lo agradecía pues ir al fisio diariamente le robaba mucho tiempo, sin embargo, otra parte de él echaba de menos a esa personita que irradiaba positivismo por doquier como si sus pilas no se fuesen a agotar nunca.

Ese día Alana parecía un poco más decaída de lo normal, estaba ligeramente más callada aunque seguía siendo cordial y él, que conocía tanto sus masajes, estaba notando en ellos que hoy eran algo más torpes de lo habitual.

-¿Qué tal el día? – Se aventuró a decir Jason. Nunca se esforzaba en tener una conversación con ella pues Alana solía ser la que siempre sacaba temas donde sin saber cómo te hacía que respondieses a preguntas personales sin apenas darte de cuenta.

-He tenido días mejores pero estoy bien. – Contestó en modo evasiva.

-Si has tenido días mejores es que no estás bien. –Afirmó él todo convencido.

-Verás Jason, en muchas ocasiones podemos tener días peores y eso no significa que no estemos bien. Cuando terminemos la sesión será la hora de comer y me gustaría enseñarte algo.

La hora pasó un tanto lenta para el gusto de Jason que estaba acostumbrado a que el minutero anduviese como en fórmula 1 al lado de ella y al terminar fue incapaz de decirle que no. Se sentía intrigado por lo que Alana quería enseñarle, a fin de cuentas aunque en las sesiones hablaban mucho y se sinceraban bastante (sobre todo él) nunca hablaban nada fuera de esa hora de tratamiento.

Ella retiró el ya cálido gel de su maltrecha pierna, recogió todo y lo colocó pulcramente en una balda del armario empotrado mientras él se vestía. Abrió la puerta y salieron a un amplio hall en donde apenas había gente a esa hora. Allí, aparte de Alana, trabajaba otro fisioterapeuta más que fue quien había tratado a Jason durante los dos primeros años tras su accidente de coche; Jason supuso que las pocas personas que quedaban en la sala de espera serían pacientes suyos.

Ambos se dirigieron a un ala que era totalmente desconocida para Jason. Durante el camino Alana no abrió la boca, sencillamente dejó que su compañero de caminata se empapase de todas las imágenes que seguramente quedarían grabadas para siempre en su memoria.

Las primeras habitaciones que vieron impactaron algo a Jason: algunos pacientes comían por sí solos mientras otros tenían que ser ayudados por sus familiares y amigos, la falta de pelo en muchos pacientes así como la palidez de su tez y la hinchazón de sus cuerpos hizo deducir a Jason que estaban en oncología.

Pero no fue hasta que llegaron al pasillo contiguo que la sangre de Jason se paralizó en sus venas… Habían llegado a la zona en la que estaban los pacientes de cáncer infantil. Lo que más llamó la atención de Jason no fue el mal estado de salud de los niños, sino cómo sonreían ante cualquier estímulo.

-¿Por qué me enseñas esto? – Preguntó Jason con extrañeza.

-Antes me dijiste que “Si había tenido días mejores es que hoy no estaba bien”. Y quería que entendieses mi respuesta. Llevo tratándote aproximadamente un año, Jason, y en ese año me he dado cuenta de que estás más taciturno. –Alana soltó el aire que tenía contenido. –puede que no sea de mi incumbencia, soy tu fisioterapeuta no tu psicóloga Jason pero lo que tú necesitas ahora mismo no son masajes o magnetoterapia.

-No voy a mejorar y lo sabes. Las secuelas me quedarán de por vida –Contestó Jason ofendido ¿Quién se creía ella para decidir lo que necesitaba o lo que no? Cómo podía siquiera juzgar cómo estaba, por supuesto que no era de su incumbencia.

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