Susan Mallery
Sólo para mí
Amor en Fool's Gold, 4
Título original: Finding perfect
Traducido por: Esther Mendía Picazo
– ¿Qué hace falta para que cooperes? ¿Dinero? ¿Amenazas? Cualquiera de las dos me vale.
Dakota Hendrix alzó la vista de su ordenador portátil y se encontró con un hombre muy alto y de mirada seria frente a ella.
– ¿Cómo dice?
– Ya me has oído. ¿Que qué hace falta?
Ya le habían advertido de que habría muchos locos por ahí sueltos, pero no se lo había creído. Al parecer, se había equivocado.
– Tiene mucho carácter para ser alguien que lleva una simple camisa de franela -dijo ella levantándose para poder mirar a los ojos a ese tipo. Si no hubiera estado tan furioso, le habría parecido bastante guapo, con ese cabello oscuro y esos penetrantes ojos azules.
Él bajó la mirada y volvió a alzarla hacia ella.
– ¿Qué tiene que ver mi camisa en esto?
– Es de cuadros.
– ¿Y?
– Cuesta sentirte intimidada por un hombre que lleva cuadros. Solo es eso. Y la franela es un tejido que resulta simpático, aunque un poco rústico para la mayoría de la gente. Ahora bien, si fuera todo vestido de negro con una cazadora de cuero, estaría más nerviosa.
La expresión de él se tensó, como lo hizo el músculo de su mandíbula. Su mirada se agudizó y ella tuvo la sensación de que si ese hombre fuera un poco menos civilizado, le tiraría algo.
– ¿Un mal día? -preguntó Dakota con tono alegre.
– Algo parecido -respondió él apretando los dientes.
– ¿Quiere hablar de ello?
– Creo que es así como he empezado esta conversación.
– No. La ha empezado amenazándome -sonrió-. Aun a riesgo de elevar su índice de cabreo del ocho al diez, le diré que a veces ser más agradables es más efectivo. Por lo menos a mí me pasa -extendió una mano-. Hola. Soy Dakota Hendrix.
Parecía que ese hombre prefiriera arrancarle la cabeza antes que ser educado, pero después de respirar profundamente dos veces, le estrechó la mano y murmuró:
– Finn Andersson.
– Encantada de conocerle, señor Andersson.
– Finn.
– Finn -repitió ella, mostrándose un poco más animada que de costumbre, aunque solo para molestar un poco a ese hombre-. ¿En qué puedo ayudarte?
– Quiero sacar a mis hermanos del programa.
– Por consiguiente, las amenazas.
– ¿Por consiguiente? ¿Quién utiliza esa expresión?
– Es una expresión perfectamente buena y normal.
– No de donde yo vengo.
Ella miró las desgastadas botas que llevaba y volvió a centrarse en su camisa.
– Casi me da miedo preguntar dónde es eso.
– South Salmon, Alaska.
– Pues estás muy lejos de casa.
– Peor, estoy en California.
– ¡Ey! He nacido aquí y te agradecería que fueras más educado.
Él se rascó la nariz.
– Bien. Como quieras. Tú ganas. ¿Puedes ayudarme con mis hermanos o no?
– Depende. ¿Cuál es el problema?
Ella le indicó que tomara asiento y él vaciló un segundo antes de sentar su largo cuerpo.
– Están aquí -dijo finalmente, como si eso lo explicara todo.
– ¿Aquí en lugar de en South Salmon?
– Aquí en lugar de estar terminando su último semestre en la facultad. Son gemelos. Van a la Universidad de Alaska.
– Pero si están en el programa, entonces son mayores de dieciocho -respondió ella con voz suave, sintiendo el dolor de ese hombre, pero sabiendo que había poco que pudiera hacer.
– ¿Eso significa que no tengo autoridad legal? -preguntó él con resignación y amargura-. ¡Como si no lo supiera! -se inclinó hacia delante y la miró fijamente-. Necesito tu ayuda. Como he dicho, les queda un semestre para graduarse y se han marchado para venir aquí.
Dakota había crecido en Fool’s Gold y había elegido regresar después de terminar sus estudios, así que no entendía por qué alguien no querría vivir en un pueblo. Sin embargo, suponía que Finn estaba mucho más preocupado por el futuro de sus hermanos que por dónde se ubicaran.
Él se levantó.
– Pero, ¿qué hago hablando contigo? Eres una de ésas de Hollywood. Seguro que estás contenta de que lo hayan dejado todo para estar en tu estúpido programa.
Ella también se levantó y sacudió la cabeza.
– En primer lugar, no es «mi» estúpido programa. Yo estoy con el pueblo, no con el equipo de producción. En segundo lugar, si me das un momento para pensar en lugar de enfadarte, puede que se me ocurra algo para ayudarte. Si eres así con tus hermanos, no me sorprende que hayan querido recorrer miles de kilómetros para alejarse de ti.
Dado lo poco que sabía sobre Finn, se esperaba que le gritara y se largara. Por el contrario, la sorprendió sonriendo.
La curva de sus labios y el brillo de sus dientes no eran algo especialmente único, pero le produjo un cosquilleo en el estómago de todos modos. Sintió como si se le hubiera escapado todo el aire de los pulmones y no pudiera respirar. Unos segundos después, logró reponerse y se dijo que había sido un problema momentáneo de su radar emocional. Nada más que una anomalía.
– Eso dijeron -admitió él volviendo a su asiento con un suspiro-. Que se habían esperado que yéndose a la universidad podrían irse mucho más lejos, pero no fue así -la sonrisa se desvaneció-. ¡Maldita sea! Esto es muy duro.
Ella se sentó y apoyó las manos en la mesa.
– ¿Qué dicen tus padres de todo esto?
– Yo soy los padres.
– Ah -exclamó ella, desconociendo qué tragedia podría haber provocado esa situación. Diría que Finn tenía unos treinta años, treinta y dos tal vez-. ¿Cuánto tiempo hace…?
– Ocho años.
– ¿Has estado criando a tus hermanos desde que tenían…? ¿Cuántos? ¿Doce?
– Tenían trece, pero sí.
– Felicidades. Has hecho un buen trabajo.
– ¿Y eso cómo lo sabes?
– Porque han entrado en la universidad, han logrado llegar hasta su semestre final y ahora son lo suficientemente fuertes emocionalmente como para enfrentarse a ti.
– Deja que adivine. Eres una de esas personas que dicen que la lluvia es «sol líquido». Si hubiera hecho bien mi trabajo con mis hermanos, aún estarían en la universidad en lugar de aquí para participar en un estúpido reality show.
Él sacudió la cabeza.
– No sé qué he hecho mal. Lo único que quería era que terminaran el curso. Tres meses más. Solo tenían que seguir en la facultad tres meses más. Pero, ¿podían hacerlo? No. Hasta me enviaron un e-mail diciéndome dónde estaban, como si fuera a alegrarme por ellos.
Ella levantó las carpetas que tenía sobre la mesa.
– ¿Cómo se llaman?
– Sasha y Stephen -su expresión se animó levemente-. ¿Puedes hacer algo?
– No lo sé. Como te he dicho, estoy aquí en representación del pueblo. Los productores nos presentaron la idea del reality show. Créeme, Fool’s Gold no estaba buscando esta clase de publicidad. Queríamos negarnos, pero nos preocupaba que siguieran adelante y lo hicieran de todas formas. De este modo, estamos involucrados y esperamos poder tener algo de control en lo que suceda.
Lo miró y le sonrió.
– O por lo menos nos hacemos ilusiones con que tenemos el control.
– Confía en mí. No será tan bueno como os lo han pintado.
– Ya estoy dándome cuenta. Todos los posibles concursantes se han sometido a unos exámenes exhaustivos y se han comprobado los antecedentes penales de todos. Insistimos en eso.
– ¿Intentando evitar a los locos?
– Sí, y a los criminales. Los reality shows ejercen mucha presión sobre los concursantes.
– ¿Cómo conoció la televisión al pueblo si vosotros no acudisteis a ellos?
– Fue cuestión de pura mala suerte. Hace un año una estudiante de posgrado que estaba escribiendo su tesis sobre densidad de población descubrió que padecíamos una escasez crónica de hombres. Los cómos y los porqués se convirtieron en un capítulo de su proyecto. En un esfuerzo de despertar atención hacia su trabajo, vendió su tesis a distintas productoras y ahí nos conocieron.
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