NO VOY
A MENTIR
NO VOY
A MENTIR
Y otras mentiras que dices
cuando cumples 50 años
GEORGE LOPEZ
con Alan Eisenstock
Celebra
Published by the Penguin Group
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Published by Celebra, a division of Penguin Group (USA) Inc. Published simultaneously in a Celebra hardcover English-language edition.
First Printing (Spanish Edition), May 2013
Copyright © George Lopez, 2013
Translation copyright © Penguin Group (USA) Inc., 2013
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Celebra Spanish-edition
THE LIBRARY OF CONGRESS HAS CATALOGED
THE ENGLISH-LANGUAGE G-IN-PUBLICATION DATA:
Lopez, George, 1961–
I’m not gonna lie, and other lies you tell when you turn 50/George Lopez, with Alan Eisenstock.
p. cm.
ISBN: 978-1-101-63151-5
1. Lopez, George, 1961– 2. Comedians—United States—Biography. 3. Television actors and actresses—United States—Biography. 4. Hispanic-American comedians—Biography.
5. Hispanic-American television actors and actresses—Biography.
6. Aging—Humor. I. Eisenstock, Alan. II. Title.
PN2287.L633A3 2013
792.702’8092—dc23 2012045899
[B]
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PUBLISHER’S NOTE
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A mi hija, Mayan, la luz de mi vida.
INTRODUCCIÓN:
CONTANDO
CALLES
¡LO hice!
Llegué al número.
Increíble.
¡Cumplí cincuenta!
Sin duda, mi cumpleaños más importante.
No estoy mintiendo. Llegar a los cincuenta significó mucho para mí.
Para empezar, significó que no estaba muerto.
La mayoría de la gente subestima el cumplir cincuenta años. Yo no. Casi me muero cuando tenía cuarenta y cuatro años. De una enfermedad renal. Sobreviví, pero fue una situación crítica hasta el final. De hecho, me gusta llamar a mis cuarenta una década crítica. Fui bendecido con mucho éxito, incluyendo un Premio ALMA para la trayectoria en televisión, dos nominaciones a los premios Grammy y una comedia que duró seis años. Pero también recibí un trasplante de riñón, pasé por un divorcio y me cancelaron dos programas televisivos.
Así que, sí, en ocasiones mi década de los cuarenta fue dura. Pero si tuviera que elegir una década en la que estuve más nervioso, sería la primera, también conocida como mi infancia. Hablando de un comienzo inestable: mi padre me echó un vistazo y me dejó. Eso no es cierto. Esperó dos meses enteros y luego se fue. A mi madre le tomó más tiempo. Ella lo intentó, pero era joven, estaba llena de problemas y no estaba preparada para ser madre, por lo que me dejó con mis abuelos cuando yo tenía diez años.
Crecí con un constante temor a la muerte. Estaba muerto de miedo de molestar a mi abuela. Por alguna razón, ella siempre estaba alterada. No importa lo que ella estuviera haciendo mañana, tarde o noche, si me acercaba a ella y comenzaba a hablarle, ella decía:
—¿Y ahora qué?
Esa era su frase típica. No importaba lo que yo le dijera.
—Hola, abuela.
—¿Y ahora qué?
Nunca “¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Qué puedo hacer por ti?”.
No. Ella decía:
—¿Y ahora qué?
Y yo me sentía intimidado y decía:
—Me olvidé.
Entonces ella decía:
—Bueno, si te olvidaste, seguro que era una mentira. Porque uno nunca se olvida de la verdad.
Mi abuela tenía razón. Por eso no voy a mentir. No más. No a mi edad. No tengo tan buena memoria.
Pensando en mi infancia, mi abuela no me hacía la vida fácil porque todo con ella era un trabajo.
—¿Abuela?
—¿Y ahora qué?
—¿Me das dos dólares?
—¿Para qué?
—Eh…yo…necesito dos dólares.
—¿Para qué?
—Para comprar un auto.
Ojalá hubiera sido lo suficientemente inteligente o valiente para haber dicho algo así, pero no lo era. Puedo pretender que era así de rápido:
—¿Abuela, me das un dólar?
—¿Para qué?
—Para ir a la universidad.
Sí, caminé en puntillas mucho durante mi infancia, pero tuve buenos momentos también. Sin embargo, a pesar de que me sentí más nervioso que nunca en mis primeros años, mi peor década fue sin duda de los años cuarenta a los cuarenta y nueve. Estuve muy contento de ver esa década llegar a su fin. Pasé todo mi año número cuarenta y nueve esperando que el calendario pasara a ese número mágico.
De hecho, mientras más cerca estaba de cumplir cincuenta, mejor me sentía. Era casi como si las nubes se disiparan. Sí, experimenté un poco de miedo y ansiedad. Pero sobre todo me sentí emocionado. Luego, alrededor de una semana antes de mi cumpleaños una sensación de calma se apoderó de mí. Sabía que lo iba a lograr. Estaba tan listo.
La noche antes del gran día, volé a Las Vegas y me alojé en mi hotel favorito. Tuve una cena agradable y tranquila con un par de amigos y me fui a acostar temprano. Estaba tan emocionado por mi fiesta que no podía dormir. Traté de contar ovejas, pero eso nunca funciona. Siempre parezco evocar unas ovejas grandes, desagradables y beligerantes. Les digo que salten lentamente por encima de la cerca imaginaria pero se niegan. Me miran con odio. Esa primera oveja se ve del tamaño de Babe, el Buey Azul. Me mira y le empieza a salir humo del hocico, y me dice en español: “Chinga ese puto”. Luego hace que todas las demás me rodeen como una pandilla de ovejas y se me echen encima, estrellándose directamente contra la cerca.
Olvídate de las ovejas. Yo necesitaba algo más relajante.