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Ana Ballabriga - Tras el Sol de Cartagena (Spanish Edition)

Aquí puedes leer online Ana Ballabriga - Tras el Sol de Cartagena (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ana Ballabriga Tras el Sol de Cartagena (Spanish Edition)

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TRAS EL SOL DE CARTAGENA ANA BALLABRIGA DAVID ZAPLANA A Javi Galindo y a - photo 1

TRAS EL SOL DE CARTAGENA

ANA BALLABRIGA

DAVID ZAPLANA

A Javi Galindo y a sus padres, Víctor y Antonia,

para que no se cansen de luchar.

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar nos gustaría dar las gracias a toda la gente que nos ha ayudado a recopilar información para escribir este libro:

A los guías de la empresa “Cartagena Puerto de Culturas”, como Pepe Martínez y Rosa Ferrer, que muy amablemente nos han atendido y nos han ayudado a mejorar nuestros conocimientos sobre Mastia, Qart-Hadash y la Ermita de San José.

Así mismo:

A los guías del Ayuntamiento de Cartagena, por sus explicaciones sobre el Anfiteatro.

A la gente del Museo Arqueológico Municipal, por atendernos tan amablemente y explicarnos lo que hemos necesitado sobre Mastia, los cartagineses y los romanos.

A los funcionarios de la Biblioteca y el Archivo Municipal.

A la delegación del diario “La Verdad” de Cartagena.

A D. Jorge Juan Colomer, socio del casino de Cartagena, D. Juan Mediano Durán y D. Ángel Roy por la información aportada sobre la Guerra Civil y el Molinete.

A Fotos Rym, por la información sobre fotografía antes de la Guerra Civil.

Al archivero D. Vicente Montojo, por su información sobre la ermita de San José.

Todos ellos viven, trabajan o se interesan por la historia de Cartagena.

Todos ellos nos han ayudado. A todos ellos muchas gracias.

También queremos agradecer a todos los pacientes lectores que han revisado el libro y nos han ayudado a mejorarlo:

Nuestros padres: Serafín Zaplana y Héctor Ballabriga

Y nuestros amigos: Achim, Antonia y Marga.

Y a Darío y Blanca, por su apoyo incondicional

y su entusiasmo por todo lo que hacemos.

NOTA DE LOS AUTORES:

Este libro es una novela, por lo tanto,

aunque hemos utilizado localizaciones y

comercios reales de la ciudad de Cartagena,

todos los personajes, incluidos los dueños

de establecimientos públicos y su forma de actuar,

son producto de la imaginación de los autores.

3 de Diciembre de 1935

Sus pasos eran acelerados y sus manos se estrujaban nerviosas bajo la capa negra que lo protegía del frío. Hacía ya casi seis horas que el sol había cedido su trono al astro musulmán, que avanzaba navegando sobre un mar azabache. La calle se estrechaba a su paso, como un corredor al Infierno; bajo los balcones azules que refugiaban ojos furtivos. Se cruzó con algunos marineros que cantaban y alborotaban tambaleándose. Salvador intentaba evitarlos, pues sabía que con su metro sesenta no podría salir muy bien parado si se producía una trifulca. “ Un amor en cada puerto... aunque sea pagando ”, pensó. Al fin y al cabo las prostitutas de Cartagena eran conocidas incluso fuera de las fronteras del país.

Ganó la calle Falsacapa hasta la calle de la Aurora y se detuvo un momento ante el Café La Puñalá. Dudó. Quería calmar los nervios con un trago, pero ni el nombre ni el aspecto de su fachada le daban confianza, aunque había oído que no era de los antros más peligrosos de la zona. Mientras se decidía vio al sereno que se acercaba.

– ¿Está buscando algo?

El sereno era Domingo “ El Muelas ”. Lo conocía de oídas: un hombre rudo que desde hacía años era amante de la Cañí, una de las principales competidoras de Caridad “L a Negra ”. La gente del barrio lo apreciaba mucho debido a su habilidad para detener disputas. Según contaban, manejaba el chuzo con una maestría pasmosa y su truco consistía en pegar un certero golpe en la espinilla a cada uno de los alborotadores, dejándolos fuera de combate.

– Sí –Salvador mostró una pitillera con varios cigarros liados y tras ponerse uno en la boca alargó la mano hacia el Muelas–. ¿Gusta?

Domingo cogió uno agradeciéndoselo con un gesto de cabeza y sacó una caja de cerillas.

– ¿Dónde está El Gato Negro? –Preguntó Salvador, mientras el Muelas le acercaba la cerilla. Había oído hablar de ese sitio y pensó que sería mejor elección que La Puñalá.

– Usted no viene mucho por aquí, ¿verdad?

– No, es la primera vez.

– Eso está bien. Está unos metros más palante. –El Muelas escupió una bocanada de humo que resplandeció bajo la luz del candil y apagó la cerilla que ya se acercaba peligrosamente a sus dedos–. Está justo ahí, en la Cuesta del Maestro Francés.

Salvador había oído nombrar esa calle, llamada así porque hacía años un tal Nicolás Fuscal puso una escuela para enseñar su idioma natal. Fijó la vista unos instantes: “El Gato Negro”.

– Vaya, gracias. La noche refresca y apetece un trago para caldear.

– Eso está bien.

– Sí –confirmó Salvador–. Parece que hay jaleo esta noche, por aquí será lo habitual.

– Pues no. –El Muelas resopló un torrente de humo amarillento y de inmediato volvió a succionar el cigarro. Salvador nunca había visto a nadie fumar de esa forma–. Eso quisieran las furcias. Ayer llegó un barco mercante. Por lo visto viene de Inglaterra.

– Ya. Y los marineros siempre arman jaleo, ¿no?

– Pues depende. A veces hay que tener más recelo de los hombres que parecen de bien.

El Muelas ya estaba terminando su cigarro y Salvador pensó que era un buen momento para continuar su camino, el hombre le ponía un poco nervioso.

– Bueno, amigo, gracias por la ayuda y a pasar buena noche.

– De nada, hombre.

Cuando Salvador entró en El Gato Negro se sentó en una mesa y pidió una copa de coñac, pero el camarero le sirvió un brandy y en vaso. Frunció el ceño y pensó en protestar, pero decidió que era mejor no buscar líos. Saboreó el alcohol de la bebida y tuvo que escupir tras el primer trago. Se relajó observando a dos chicas bailar en el pequeño escenario y a los hombres gritar y silbar excitados. El segundo trago le sentó mejor y comenzó a experimentar un hormigueo placentero en los brazos y las piernas. No podía creer que realmente estuviera tan cerca. ¿De verdad podría conseguirlo? Y lo que era aún más importante, ¿serviría para algo? Le quedaban algunas cosas por averiguar, pero tenía un buen presentimiento.

Observó el ambiente con detenimiento. Despreciaba a toda aquella gentuza. Aunque por otra parte, le gustaba mirarlos y pensar que él estaba muy por encima de ellos, que era miles de veces mejor que cualquiera de los que se encontraban en aquel bar. Salvador era maestro en las Escuelas Graduadas. Hasta principios del S.XX la educación se había consumido en unas condiciones pésimas, dando lugar a un enorme índice de analfabetismo. Los maestros, que vivían de la caridad de la gente, se veían obligados a dar clase en sus propias casas careciendo por completo de condiciones pedagógicas o higiénicas. Niños de todas las edades se hacinaban en una misma estancia oscura y maloliente. Fue a finales del XIX cuando en Cartagena se creó un movimiento de lucha por la mejora de la educación, viajando a otros países para captar ideas. Así se fundaron en Cartagena las primeras Escuelas Graduadas de España. Era un edificio público donde los maestros desempeñaban su trabajo, con un sueldo pagado por el ayuntamiento. Además, se creó una estructura educativa, agrupando por primera vez a los alumnos por edades y conocimientos, permitiendo así una educación más eficiente. Fue un tremendo avance y ahora Salvador se beneficiaba de él y disfrutaba de una posición de poder y respeto, que le había permitido comenzar a hacer sus pinitos en política. Si todo iba bien pronto sería alcalde de la ciudad y el asunto que traía ahora entre manos, sin duda, lo ayudaría considerablemente a conseguir ese objetivo.

Apuró la bebida y salió del bar alcanzando enseguida la calle del Adarve. Allí se situaba una de las entradas a la casa de Caridad la Negra, según le habían informado; la otra era por la calle San Vicente. Cuando llamó a la puerta fue la misma Caridad quien le abrió. Observó la cara risueña y agradable de aquella mujer debía de pasar la cincuentena, y que aún se mantenía atractiva y enérgica. Había sido una de las prostitutas más famosas del barrio, tanto por sus artes amatorias como por ejercer de musa del pintor Wssel de Guimbarda.

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