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Susan Faludi - En el cuarto oscuro

Aquí puedes leer online Susan Faludi - En el cuarto oscuro texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Anagrama, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Susan Faludi En el cuarto oscuro

En el cuarto oscuro: resumen, descripción y anotación

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Una ambiciosísima memoir novelada sobre el laberinto de la identidad.

En verano de 2004, Susan Faludi fue a Hungría para visitar a su padre, con el que no tenía ningún trato desde hacía muchos años. Cuando llegó al aeropuerto de Budapest se llevó una sorpresa: su padre era una mujer. A sus setenta y tantos años, Steven Faludi, ahora Stefánie Faludi, había ido a un hospital de Tailandia y había cambiado de sexo. Pero no se trataba del único cambio que se había producido en su vida. Personaje enormemente complejo y poliédrico, estaba acostumbrado a los disfraces y a cambiar de nombre. Había sido rico y pobre, era judío y se había hecho pasar por cristiano, había sido varón y ahora era mujer, y cuando reconoció que era judío, empezó a votar a partidos antisemitas. Susan se de­cide a investigar su vida, a pesar de la oposición del padre, que solo poco a poco irá revelando sus asombrosos secretos.

En el cuarto oscuro es un libro minucioso, reflexivo y potente sobre la identidad de sexo y de género, y sobre la identidad nacional de un país que, al igual que muchas personas, necesita inventar su propia historia.

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En el cuarto oscuro — leer online gratis el libro completo

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Índice Para los Grünberger de Spiské Podhradie y los Friedman de Koice y - photo 1

Índice

Para los Grünberger de Spišské Podhradie y los Friedman de Košice, y para sus hijos y los hijos de sus hijos, la familia que encontré y me encontró

Pensó de qué manera había sido despreciado y escarnecido, y ahora oía a todos decir que era el ave más hermosa de todas las aves hermosas. Y las lilas inclinaban sus ramas hasta tocar el agua, y el sol brillaba cálida y gratamente. Entonces ahuecó las plumas, irguió el esbelto cuello y su corazón se llenó de gozo. «No soñé con semejante felicidad cuando era un patito feo.»

H ANS C HRISTIAN A NDERSEN , «El patito feo»

Nuestra identificación con la imagen visual de nosotros mismos es instintiva; es una tendencia que viene de antiguo. Mi imagen, el yo que se ve, soy yo.

D. H. L AWRENCE , «Arte y moralidad»

Hace mucho

hubo un curioso engaño:

un lobo vestido con volantes,

una especie de travesti.

Pero me estoy adelantando a mi cuento.

A NNE S EXTON , «Caperucita roja»

PREFACIO: LA BÚSQUEDA

En el verano de 2004 me puse a investigar a alguien a quien apenas conocía: mi padre. La idea surgió a causa de un agravio, el sufrido por una hija cuyo padre había huido de su vida. Iba en pos de un burlador de la ley, de un astuto evasor de responsabilidades que se había saltado muchas cosas: deberes, afectos, culpabilidades, arrepentimientos. Yo preparaba una acusación, acumulaba hallazgos para presentar una demanda. Pero en cierto momento del proceso, el fiscal se convirtió en testigo.

Lo que presencié era inasible. Durante toda su vida mi padre había recurrido a múltiples reinvenciones, había hecho gala de muchas identidades. «Soy húngaaaro», alegaba, con el acento que sobrevivía a todos sus cambios de fachada. «Sé fingir y falsificar.» Como si fuera todo tan sencillo.

«Escribe mi historia», me dijo, o más bien me desafió, en 2004. El motivo de la invitación era turbio. «Podría ser como Hans Christian Andersen», me dijo tiempo después, a propósito de nuestra aventura biográfica. «Cuando Andersen escribía un cuento de hadas, todo lo que decía era real, pero lo rodeaba de fantasía.» No era mi estilo. Sin embargo, recogí el guante con determinación y con intenciones propias.

A pesar del ofrecimiento, mi padre siguió siendo una persona escurridiza. Nuestra colaboración fue casi todo el tiempo como el juego del gato y el ratón, un juego en el que el ratón solía ganar. Al igual que aquel otro húngaro, Houdini, mi padre era un maestro de la fuga. Yo, por mi parte, no dejaba de buscar. Había organizado un equipo unipersonal y seguía el rastro de las muchas personalidades de mi padre hasta dar con sus respectivas guaridas. Mi intención era escribir un libro sobre mi padre. Hasta el verano de 2015, después de redactar muchos borradores y entregar el manuscrito, y cuando mi padre había fallecido ya, me di cuenta de que en buena medida lo había escrito para él, para un hombre que, en mi mente al menos, había pasado a ser mi principal, imaginario y deseado lector, con toda la generosidad y toda la hostilidad que esto supone. No era un simple regalo.

«Aquí hay cosas que te costará aceptar», le advertí en el otoño de 2014, cuando lo llamé para anunciarle que había terminado el libro. Me preparé para encajar la respuesta. Mi padre se había ganado la vida retocando fotos y desde siempre se había dedicado a camuflar su personalidad, de modo que supuse que no soportaría que yo lo retratara con todos sus defectos.

«Bueeeno», oí tras un rato de silencio. «Me alegro. Ya sabes de mi vida más que yo.» Por una vez, parecía satisfecho de ser apresado, aunque solo fuera sobre el papel.

Primera parte
1. REGRESOS Y PARTIDAS

Una tarde estaba en mi estudio, en mi casa de Portland, Oregón, guardando en cajas las notas procedentes de un empeño literario anterior, un libro sobre la masculinidad. En la pared que tenía delante colgaba una foto en blanco y negro, debidamente enmarcada, que había comprado hacía poco, de un antiguo soldado llamado Malcolm Hartwell. La foto había formado parte de una exposición sobre el tema «¿Qué es ser hombre?». Los sujetos fueron invitados a dar respuestas visuales y a adjuntar un comentario escrito. Hartwell, un individuo fornido con botas de trabajador de la construcción y pantalón de chándal, aparecía apoyado en el morro de su Dodge Aspen, adoptando una pose de chica de calendario, con una mano enguantada en la abultada cadera y con los tobillos cruzados. Su comentario escrito a mano, con una bonita falta de ortografía incluida, decía literalmente: «Los hombres no saven contactar con su feminidad.» Hice un alto en el trasiego de cajas para mirar el correo electrónico y encontré otro mensaje:

Para: Susan C. Faludi

Fecha: 7/7/2004

Asunto: Cambios

El e-mail era de mi padre.

«Querida Susan», decía, «tengo interesantes noticias para ti. He reflexionado y ya estoy harta de encarnar al macho agresivo que nunca he llevado dentro.»

El anuncio no me sorprendió del todo. Yo no era la única persona a la que mi padre había notificado un renacimiento. Otro miembro de la familia, que no había visto a mi padre desde hacía años, había recibido hacía poco una llamada con vaguedades sobre una estancia en un hospital y una visita a Tailandia. La llamada fue precedida por un inesperado e-mail que traía un documento adjunto, una foto de mi padre encuadrado en la horquilla de un árbol, con una camisa de manga corta azul claro que parecía más bien una blusa. La prenda tenía unos discretos frunces en el cuello. El pie de foto decía «Stefánie». El subsiguiente mensaje telefónico de mi padre fue breve: «Stefánie es ya una realidad.»

El e-mail del anuncio era igual de lacónico. Una cosa no había cambiado: mi padre el fotógrafo seguía prefiriendo la imagen a la palabra escrita. En el mensaje había adjuntado una serie de instantáneas.

En la primera mi padre está de pie en el vestíbulo de un hospital, vestido con una falda roja y una blusa transparente y sin mangas, al lado (según indica su anotación) de «las otras mujeres operadas», dos pacientes que también habían experimentado lo que ella llamaba «el Cambio». Una enfermera tailandesa de uniforme sujeta a mi padre por el brazo. El comentario de la foto decía: «Parezco cansada después de la intervención.» Las fotos restantes se habían hecho antes de la operación. En una, mi padre está sentado en una arboleda, luciendo una rojiza peluca con flequillo y la misma blusa azul claro con frunces en el cuello. El comentario decía: «Stefánie en jardín vienés.» Es el jardín de la villa imperial de la emperatriz austrohúngara. Mi padre había sido durante mucho tiempo un admirador de las testas coronadas del centro de Europa, en particular de la emperatriz Isabel, la popular «Sisí», la esposa del emperador Francisco José, conocida en su época como «el ángel custodio de Hungría». En una tercera imagen se ve a mi padre con una peluca rubio platino –hasta el hombro y terminada en bucle al estilo de los años cincuenta–, blusa blanca con volantes, otra falda roja con azucenas estampadas y sandalias blancas de tacón alto que dejan al descubierto las lacadas uñas de los pies. En la última foto, titulada «De excursión por Austria», mi padre está delante de su caravana VW, con botas de alpinista, falda vaquera, pantis, peluca a lo paje y un pañuelo de lunares anudado al cuello. Su pose: una mano en la sobresaliente cadera, piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Levanté la cabeza para mirar la foto que tenía en la pared: «Los hombres no saven contactar con su feminidad.»

En el e-mail se despedía con la siguiente frase: «Con cariño de tu progenitora, Stefánie.» Era la primera comunicación que recibía de mi «progenitora» al cabo de los años.

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