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Tú música en mi silencio

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Unknown Tú música en mi silencio
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    Tú música en mi silencio
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Tú música en mi silencio: resumen, descripción y anotación

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Quiero dar gracias a Dios por las bendiciones que me regala día tras día y muy - photo 5

Quiero dar gracias a Dios por las bendiciones que me regala día tras día, y muy en especial, por esta oportunidad, la de hacer tangible mis letras. No estaría aquí escribiendo esto, si no fuera por mi bella familia que tanto me apoya en mis proyectos y que son siempre los primeros en enterarse cuando una nueva historia se forja en mi mente. A mi marido, Andrés, por ser mi compañero y caminar a mi lado, por seguirme en cada locura y cada sueño, a mis hijos: Ezequiel, Lupe e Iñaki, por iluminar mi vida y por acompañarme siempre en cada nueva aventura. Y a mi madre, por apoyarme en cada camino elegido. No puedo dejar de dar gracias a las personas que aportaron su tiempo para que esta obra brillara un poco más, a María Liz Pellegrini y a Yeri Quiroz, por regalarme un poco de sus conocimientos y experiencia, y ayudarme a pulir ciertos términos. También a mis talentosos amigos: Guillermo Sandoval, por el diseño de la portada; a Fernanda Salinas por la foto utilizada en la misma; a la profesora María Elena Cisneros por prestarnos su casa y su piano para la misma y a Bianca Fernández por los bellos dibujos de las manos que hablan al inicio de cada capítulo. A Nova Casa Editorial, por confiar una vez más en mi trabajo y darme la oportunidad de alcanzar un sueño más, uno demasiado especial, porque esta es la primera obra que ambiento en mi país, y me hace muy feliz la posibilidad de llevar un granito de mi tierra guaraní, al mundo. A todos los que están, estuvieron y estarán, a cada uno de mis lectores y en especial a aquellos que están muy cerca de mi corazón

haciéndome

llegar

constantes

comentarios

y

compartiendo conmigo su alegría y entusiasmo en mi grupo de

lectores, muchas, muchísimas gracias, nada sería posible sin ustedes.

Índice

Prólogo

22 Sueño

1 Clases

23 Reencuentro

2 Panambí

24 Te extrañé

3 Amigos

25 La novia

4 Música

26 Distancia

5 Te quiero

27 Te amo

6 Celos

28 Pasión

7 Cumpleaños

29 Vete

8 Prohibido

30 Verdades

9 Cambios

31 Encuentro

10 Teclas y piel

32 Perdón

11 Vibrando

33 Oportunidades

12 Más cambios

34 Hermanas

13 Cuidado

35 Buenos aires

14 Lejos

36 Familia

15 Traición

37 Desconfianza

16 Corazón roto

38 Un piano y un anillo

17 Dolor

39 Felicidad

18 Sobrevivir

40 Final feliz

19 Pesadilla

Epílogo

20 Dificultades
Vocabulario

21 Bebé

Estaba allí recostada en esa cama de hospital Sabía que no le quedaba mucho - photo 6

Estaba allí, recostada en esa cama de hospital. Sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida; ya no tenía fuerzas y los dolores eran cada vez más insoportables. Su hija dormía en sus brazos, y a pesar de que el médico le había recomendado que descansara, no quiso hacerlo; ya tendría mucho tiempo para eso.

Quería pasar sus últimos días cerca de sus seres queridos, verlos por última vez, grabar sus facciones a fuego en su alma. Creía en la vida más allá de la muerte, creía en que pronto estaría en un lugar mejor y que allí ya no habría dolores ni sufrimientos; por eso, lo que le quedaba de vida, debía aprovecharlo al máximo.

Ese mismo día, más temprano, su hijo Arandu había venido a jugar con ella. Había traído una docena de pequeños coches de juguete y los había acomodado sobre la cama. Habían imaginado carreteras con ciudades, alrededor de las cuales los cochecitos circulaban. Mientras el pequeño ideaba situaciones, ella lo miraba memorizando el color de su cabello, la pureza de su mirada. Era un buen chico, dulce y muy maduro para su edad.

—Cuando yo me vaya vas a cuidar de tu hermanita,

¿verdad? —dijo tomando su pequeña mano entre las suyas.

—¿Adónde te vas a ir? —preguntó el pequeño.

—Al cielo, junto con papá Dios y la Virgencita de Caacupé.

—¿Por qué te vas? —preguntó—. ¡Yo también quiero ir!

—Un día vas a ir y yo voy a estar esperándote. Prometeme que serás un buen chico —pidió, intentando contener las lágrimas.

El chico volvió a concentrarse en mover uno de los cochecitos mientras su madre se lo imaginó convertido en un hombre guapo, trabajador, honrado.

—Sí, yo voy a cuidar a Panambí, mami —afirmó el pequeño un rato después.

Cuando su papá lo vino a buscar, trajo a su hermana pequeña consigo. El médico le había pedido que no estuviera con más de uno a la vez, así que ella besó a su chico en la frente y lo abrazó con mucha fuerza antes de despedirlo.

—Dios te bendiga, te cuide y te proteja siempre, mi bebé —

agregó haciendo la señal de la cruz en la frente de su hijo.

—Ya no soy un bebé. —Se quejó el chico, y su madre sonrió.

La pequeña niña de pelo negro estaba adormilada. Su padre la colocó a un lado de la cama y ella se arrastró hasta apoyar la cabeza en el pecho materno. Cuando su padre y hermano se fueron, su madre comenzó a cantarle; le cantó como lo hacía siempre, desde el día en que nació… incluso mucho antes. A pesar de que Panambí no podía escuchar, la joven mujer siempre había insistido en cantarle, y la niña solía acomodarse cerca de su pecho, donde parecía recibir las vibraciones de la voz de su madre. Eso la calmaba y la hacía dormirse enseguida.

—Vas a ser una nena muy bonita, mi Panambí… Vas a ser muy fuerte, lo fuiste desde antes de nacer. Juntas superamos todos los obstáculos, y ahora que te miro, tan linda, tan perfecta, sé que todo valió la pena. Nunca olvides que sos la mariposita de mamá, que un día tenés que abrir tus alitas y volar. Tenés que tener una vida mejor que la que me tocó a mí; vos tenés que llegar lejos.

»Nunca te des por vencida, mi chiquita. No dejes que nadie te haga sentir diferente porque vos no sos diferente, sos especial.

Vos no podés escuchar, pero las personas que te quieran sabrán

escuchar tu hermoso silencio, sabrán encontrar la mejor melodía en tus ojitos brillantes, en tu sonrisa chispeante, en tu alegría y tu fortaleza. Pase lo que pase, mi bebé, no te des por vencida nunca.

La vida es de los que la luchan hasta el último suspiro, mi hija.

Yo me voy, pero no me quejo, y doy gracias a Dios porque me permitió quedarme un tiempo a tu lado para poder verte crecer. Dos días después, falleció.

Era una mañana de febrero y el sol calentaba de lleno como todos los días de - photo 7

Era una mañana de febrero y el sol calentaba de lleno, como todos los días de verano en el país. Aunque el reloj recién marcaba las seis y media, el termómetro ya indicaba treinta y dos grados en la escala de Celsius. Eso solo auguraba un día infernal, y probablemente en la siesta, se superarían los treinta y ocho o cuarenta grados. Daniel se levantó de mal humor; era el primer día de clases en una escuela nueva, en una ciudad nueva.

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