Joe Simpson - La llamada del silencio
Aquí puedes leer online Joe Simpson - La llamada del silencio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2002, Editor: ePubLibre, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:La llamada del silencio
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2002
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La llamada del silencio: resumen, descripción y anotación
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La llamada del silencio — leer online gratis el libro completo
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Desde aquella épica batalla por la supervivencia en el Siula Grande, relatada con extraordinario dramatismo en Tocando el vacío, la vida de Joe Simpson ha estado plagada de aventuras, pero también salpicada de muertes. El autor ha sufrido la pérdida de amigos de escalada en accidentes que le han hecho dudar del sentido de la peligrosa actividad a la que ha dedicado toda su vida. La trágica muerte de un íntimo amigo le impulsa a tomar una decisión trascendental: ha llegado la hora de dar la espalda a las montañas que tanto ha amado.
Consciente de que nunca estuvo más vivo que en las situaciones de máximo riesgo, elige como catarsis final escalar los más de mil quinientos metros de la intimidante cara norte del Eiger. Su relato, hermosamente triste y de poderosa carga emotiva, ofrece un apasionado recordatorio del precio que pagan los alpinistas por participar en juegos tan peligrosos.
Con una narrativa que sumerge al lector en experiencias extremas, desde el infierno de una avalancha en Bolivia y escaladas en hielo en los Alpes y Colorado, hasta arriesgados vuelos en parapente en España y el enfrentamiento final con la pared norte del Eiger, Simpson explora el paradójico juego entre el poder de la mente que requiere la escalada y la fragilidad del cuerpo. La llamada del silencio es un relato vívido, que resulta al tiempo hilarante y trágico, una exploración del miedo y de la eterna lucha del escalador por plantarle cara.
Joe Simpson
ePUB r1.2
akilino22.09.13
Título original: The Beckoning Silence
Joe Simpson, 2002
Traducción: Pedro Chapa Huidobro
Editor digital: akilino
Segundo editor: JeSsE
Corrección de erratas: Othon_ot
ePub base r1.0
A Jan «Tat» Tattersall
Te echamos de menos, chaval
Escala si quieres, pero recuerda que
el coraje y la fuerza no sirven para nada sin prudencia,
y que un momento de negligencia
puede acabar con la felicidad de toda una vida.
No hagas nada con prisa; mira bien dónde pisas;
y piensa desde el principio que puede ser el fin.
Edward W HYMPER , Scrambles amongst the Alps
A la memoria de Matthew Hayes y Phillip O’Sullivan,
que apuraron su sueño hasta el final.
La capa de hielo era fina y no estaba bien agarrada a la roca. Podía verse cómo corría el agua por detrás, lo que mermaba su consistencia. Miré hacia abajo, a la izquierda, y vi a Ian Tat Tattersall que, encogido, pateaba el suelo a pie de vía. Él tenía frío y yo iba más lento de la cuenta. Podía sentir su impaciencia. En principio, el primer largo de Alea jacta est, una vía de hielo de ciento cincuenta metros y grado V en el valle de La Grave, en los Alpes franceses, era relativamente asequible. A mí me estaba pareciendo dificilísima y precaria.
Miré hacia abajo, en dirección al lugar en el que había metido mi último seguro: un tornillo, diez metros más abajo, en un resalte de hielo que se estaba fundiendo. Si me caía ahora mi vuelo sería de veinticinco metros, y sabía que ese tornillo no aguantaría. El hielo se haría añicos y el tornillo saltaría de inmediato. La vía estaba, sin duda, en malas condiciones. Más abajo ya había encontrado desde hielo sólido hasta una extraña capa de agua helada sobre una nieve blanda y de aspecto azucarado. Tenía la consistencia justa para aguantar las puntas de mis piolets y crampones, pero ni de lejos para meter un tornillo. Con la esperanza de que el hielo mejorara, había seguido subiendo en diagonal hacia el lado derecho de la pared. Entonces, el hielo empezó a parecerse a la escarcha que se forma en el congelador de mi nevera. Con mucho cuidado, me moví sobre este hielo para entrar en unos muros casi verticales que no me inspiraban ninguna confianza. Aquello no era más que un potingue de escarcha y nieve en polvo sin asentar. Ahora me resultaba imposible destrepar y traté de no caer presa del pánico. Subí con cautela hacia un resalte húmedo que brillaba con tono azulado, cerca del punto en el que un pilar de roca bordeaba otro muro de hielo.
Al enroscar el tornillo en el resalte observé horrorizado cómo se abría un laberinto de grietas alrededor del agujero. Cuando vi que empezaba a salir agua por las grietas dejé de enroscarlo. Pasé la cuerda por ese seguro e intenté ignorar el hecho de que se tratara de mi primer punto de protección, pues tenía claro que no aguantaría mi peso, y mucho menos un vuelo. Si me caía, sabía que acabaría estrellado contra el suelo, treinta metros más abajo. Miré hacia Tat, pero él no me estaba mirando. Parecía increíble lo solo que puede sentirse uno de pronto.
Ascendía despacio, metiendo con delicadeza las puntas de mis piolets en agujeros donde el hielo se había fundido y cuidándome mucho de tirar de ellos hacia abajo y no hacia afuera. Sentí un escalofrío cuando el pie derecho me patinó al separarse el hielo de la roca, pero por suerte se detuvo. Respiré hondo y volví a subir el pie, metiendo la punta de mi crampón en una grietecilla de la roca. Luego, haciendo equilibrios sobre ella, me estiré para clavar el piolet un poquito más arriba, donde el hielo apenas era una pizca más grueso. Cuando cargué mi peso, el hielo se arqueó al separarse de la roca, y se produjo un chasquido seguido de silencio. Contuve la respiración y tiré, con tiento, del mango del piolet.
La descripción de la vía mencionaba una cascada de hielo casi vertical que se dirigía hacia la derecha. Me vino a la cabeza algo que se cuenta sobre escalada en hielo: que setenta y cinco grados parecen noventa y cuando es vertical parece extraplomada. Me encontraba físicamente fuerte, pero mi entereza mental comenzaba a flaquear. Mi seguridad se esfumaba de manera insidiosa y a una velocidad directamente proporcional a la altura que ganaba. Por encima de mí se elevaba un muro de roca, y el hielo se curvaba formando un pequeño diedro. Un trozo de cinta roja asomaba bajo una franja de nieve húmeda. «La reunión», pensé con alivio. «Por fin un seguro decente».
Me subió la moral al ver esa cinta y, con delicados movimientos, subí hasta ponerme con las puntas de los crampones en una tira de musgo y tierra congelada. Me asustó que la tierra no se apoyara sobre una repisa de roca, no era más que un poco de vegetación pegada a la pared. Estiré un piolet para pasar el pico por la cinta y tiré con delicadeza. Di un tirón de prueba y aguantó, señal de que el anclaje era sólido. Me relajé y sentí cómo se aliviaba mi tensión.
—He encontrado la reunión —grité por encima de mi hombro.
No me llegó respuesta. Sacudí la nieve que había alrededor de la cinta con la esperanza de que afloraran un par de robustos parabolts. Se me vino el alma a los pies cuando vi dos pitones extraplanos metidos sólo hasta la mitad en una fisura ciega. La cinta estaba pasada con un nudo de alondra alrededor de las hojas de los pitones para que hicieran menos palanca. Eché un vistazo rápido para ver si encontraba algún otro anclaje que reforzara esa reunión tan horripilantemente precaria. No había nada. Ni grietas para fisureros o clavos ni hielo decente, pues el que tenía al alcance era demasiado fino y frágil para meter un tornillo.
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