Cardenal Robert Sarah
con Nicolas Diat
La fuerza del silencio
Frente a la dictadura del ruido
Título original: La force du silence By Cardinal Sarah with Nicolas Diat
© Librairie Arthème Fayard, 2016
© Ediciones Palabra, S.A. 2017
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© Traducción: Gloria Esteban Villar
Diseño de portada: Roxanne Mei Lum
Fotografía de portada: El Panteón, Roma (© IStockphoto)
Diseño de ePub: Rodrigo Pérez Fernández
ISBN: 978-84-9061-533-1
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A Benedicto XVI, buen amigo de Dios,
maestro de silencio y oración.
A Mons. Raymond-Marie Tchidimbo,
antiguo arzobispo de Conakri, preso
y víctima de una dictadura sangrienta.
A todos los cartujos desconocidos
que llevan casi un milenio buscando a Dios.
Así pues, ¿qué nos grita esa avidez y esa impotencia,
sino que hubo otrora en el hombre una verdadera dicha,
de la cual solo le queda ahora la señal y el rastro
totalmente vacío, y que él trata inútilmente de llenar
con todo lo que lo rodea, buscando en las cosas ausentes
el auxilio que no consigue de las presentes, auxilio del cual
son todas incapaces, porque el abismo infinito solo puede ser
llenado por un objeto infinito e inmutable,
es decir, por Dios mismo?
Blaise Pascal, Pensamientos
¡Oh, dialecto de mi aldea interior,
dulce hablar de mis campos imaginarios,
jerga ribereña de mi río invisible,
lengua de mi país, de mi patria espiritual!
¡Oh, idioma más querido que el francés,
oh, mi silencio! Yo te hablo y te recito.
Mil veces te canto para deleite de mi alma
y como a órganos triunfales te oigo resonar.
Jean Mogin, Pâtures du silence
Prológo
¿Por qué ha querido el cardenal Sarah dedicar un libro al silencio? Hablamos por primera vez de este gran tema en abril de 2015. Volvíamos a Roma después de pasar unos días en la abadía de Lagrasse.
En este magnífico monasterio, entre Carcasona y Narbona, el cardenal visitó a su amigo el hermano Vincent. Destrozado por una esclerosis múltiple, el joven religioso sabía que estaba llegando al final de su vida. Inmovilizado en plena juventud, clavado al lecho de la enfermería, condenado a implacables protocolos médicos, hasta el aliento más débil le suponía un ímprobo esfuerzo. El hermano Vincent-Marie de la Resurrección vivía ya en esta tierra inmerso en el gran silencio del Cielo.
El primer encuentro tuvo lugar el 25 de octubre de 2014. Ese día marcó profundamente al cardenal Sarah, quien descubrió de inmediato a un alma ardiente, a un santo escondido, a un buen amigo de Dios. Imposible olvidar la fuerza espiritual del hermano Vincent, su silencio, la belleza de su sonrisa, la emoción del cardenal, las lágrimas, el pudor, los sentimientos encontrados… El hermano Vincent era incapaz de pronunciar una sola frase, pues la enfermedad había acabado privándole del uso de la palabra. Solamente podía alzar la mirada hacia el cardenal. Solamente era capaz de mirarlo fijamente, dulcemente, amorosamente. Los ojos teñidos de púrpura del hermano Vincent tenían ya el color de la eternidad.
Ese día soleado de otoño, al salir de la pequeña habitación donde los canónigos y los enfermeros se turnaban incansablemente con una abnegación extraordinaria, el padre Emmanuel-Marie, abad de Lagrasse, nos llevó a los jardines del monasterio, junto a la iglesia. Necesitábamos recobrar el aliento para aceptar la voluntad silenciosa de Dios, ese plan oculto que se llevaba inexorablemente a un religioso joven y bueno, con el cuerpo martirizado, a orillas desconocidas.
El cardenal regresó varias veces para orar junto a su amigo el hermano Vincent. El estado del enfermo no paraba de deteriorarse, pero la calidad del silencio que sellaba el diálogo de un ilustre prelado y un sencillo canónigo crecía de un modo cada vez más sobrenatural. Cuando se encontraba en Roma, el cardenal llamaba con frecuencia al hermano. Uno hablaba con dulzura y el otro guardaba silencio. Unos días antes de morir, el cardenal Sarah habló una vez más con el hermano Vincent. Pudo escuchar su respiración, ronca y discordante, los embates del dolor, los últimos esfuerzos de su corazón, y darle su bendición.
El domingo 10 de abril de 2016, cuando el cardenal Sarah asistía en Argenteuil a la clausura de la exposición de la túnica sagrada de Cristo, el hermano Vincent entregó su alma a Dios rodeado del padre Emmanuel-Marie y de su familia. ¿Se puede comprender el misterio del hermano Vincent? Después de tantas pruebas, el final del camino fue apacible. Los rayos del paraíso atravesaron sin ruido las ventanas de su habitación.
Durante sus últimos meses de vida el joven enfermo rezó mucho por el cardenal. Los canónigos que se ocupaban en todo momento del hermano están convencidos de que siguió con vida algunos meses más para cuidar mejor de Robert Sarah. El hermano Vincent sabía que los lobos estaban al acecho, que su amigo le necesitaba, que contaba con él.
Esta amistad nació en el silencio, creció en el silencio y continúa existiendo en el silencio.
Los encuentros con el hermano Vincent eran una pizca de eternidad. Nunca dudamos de la importancia de cada minuto que pasamos junto a él. El silencio permitía elevar cualquier sentimiento a su estado más perfecto. Cuando teníamos que dejar la abadía, sabíamos que el silencio de Vincent nos haría más fuertes para enfrentarnos a los ruidos del mundo.
Ese domingo primaveral en que el hermano Vincent se reunió con los ángeles del Cielo el cardenal quiso ir a Lagrasse. Reinaba una enorme quietud en todo el monasterio. El silencio del hermano habitaba los lugares que le eran familiares. Aunque no resultaba nada fácil pasar junto a la enfermería desierta…
En el coro de la iglesia donde el cuerpo del hermano reposó varios días sonaba la hermosa oración de los canónigos.
Un cardenal africano acababa de llegar para enterrar a un joven religioso con quien jamás pudo conversar. El niño de la sabana guineana hablaba en silencio con un joven santo francés: una amistad única e inquebrantable.
Sin el hermano Vincent, La fuerza del silencio no habría existido nunca. Fue él quien nos mostró cómo el silencio en el que le había sumergido la enfermedad permitía penetrar aún más profundamente en la verdad de las cosas. Las razones de Dios suelen ser misteriosas. ¿Por qué quiso probar con tanta dureza a un joven feliz que no pedía nada? ¿Por qué una enfermedad tan cruel, tan violenta, tan dolorosa? ¿Por qué ese encuentro sublime entre un cardenal llegado a las cimas de la Iglesia y un enfermo encerrado en su cuarto? El silencio dio el toque final a esta historia. El silencio tuvo la última palabra. El silencio fue el ascensor hacia el Cielo.
¿Quién buscaba al hermano Vincent? ¿Quién vino a llevárselo sin una sola palabra? Dios.
Para el hermano Vincent-Marie de la Resurrección el programa era sencillo. Se resumía en tres palabras: Dios o nada.
Hay otra etapa que marca esta amistad espiritual. De no ser por el hermano Vincent, de no ser por el padre Emmanuel-Marie, nunca habríamos ido a la Gran Cartuja.
Cuando germinó la idea de pedir al padre general de la Orden cartuja que participara en este libro, el proyecto nos parecía casi imposible. El cardenal no quería perturbar el silencio de la Gran Cartuja y las palabras del padre general son contadas.
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