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María de la Pau Janer - Cartas que siempre esperé

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María de la Pau Janer Cartas que siempre esperé

Cartas que siempre esperé: resumen, descripción y anotación

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Drama, Romántico

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MARÍA DE LA PAU JANER 1966 Hija del también escritor Gabriel Janer Manila y - photo 1

MARÍA DE LA PAU JANER (1966), Hija del también escritor Gabriel Janer Manila y habitual de los medios de comunicación de Cataluña y las islas Baleares, María de la Pau Janer es autora de ocho novelas. Hizo su debut en 1988 con Els ulls d'ahir (Los ojos de ayer). Antes de ser finalista del Planeta en 2002 por la novela Las mujeres que hay en mí, su primer intento de entrar en el mercado en lengua castellana, se había llevado todos —o casi todos— los premios del territorio catalán.

El trayecto empezó en 1989 con el Premio Andròmina de la editorial valenciana Tres i Quatre, que se llevó por su segunda novela, L'hora dels eclipsis (La hora de los eclipses); en 1993 fue el Sant Joan, publicado por Edicions 62, por Màrmara; en 1995, el Carlemany, por entonces coeditado por Columna y Proa, por Natura d'anguila (Naturaleza de anguila), y en 1999, el Ramon Llull, de Planeta, por Lola. Del Premio Sant Jordi, uno de los galardones con más solera de la narrativa en catalán, se quedó a las puertas en 1997 por Orient, Occident. Dues històries d'amor (Oriente, Occidente. Dos historias de amor) a pesar de que había sonado con insistencia en los días anteriores a la concesión del premio como la más que probable ganadora. Ese año lo ganó Alfred Bosch, otro escritor de la órbita de Grupo Planeta. Las dos últimas novelas están traducidas al castellano, al igual que Ets la meva vida, ets la meva mort (Eres mi vida, eres mi muerte), del año 2001.

Doctora en Filología Catalana y profesora de la Universidad de las Islas Baleares, otra de las facetas de Maria de la Pau Janer es la de compiladora de rondalles mallorquinas.

A Axel y a la memoria de Adam Título original Cartas que siempre esperé - photo 2

A Axel y a la memoria de Adam

Título original: Cartas que siempre esperé

María de la Pau Janer, 2010.

Nº Páginas: 300

Editor original: Enylu & Mística (v1.0)

ePub base v2.0

Una apasionada historia sobre secretos escritos en cartas que nunca llegaron a tiempo a su destino. «Hay un lugar donde las cartas van a morir. Hay quien espera una carta toda la vida» Así comienza esta novela marcada por el azar, la espera y los secretos. Cada mañana Miguel, el cartero de un pequeño pueblo, pasa por delante de la ventana de Ricarda.

Ella espera desde hace años una carta, pero cuando ésta finalmente llega, ya es demasiado tarde. Luís, su hijo, queda marcado por la imagen de una madre melancólica, siempre esperando noticias, y comienza a trabajar en el departamento de «cartas muertas», el lugar a donde van a parar las cartas que nunca llegaron a su destino. Allí encuentra las cartas perdidas de «Paula», cuyo nombre le atrae de forma misteriosa e inexplicable.

María de la Pau Janer Cartas que nunca esperé ePUB v10 Enylu Mística - photo 3

María de la Pau Janer

Cartas que nunca esperé

ePUB v1.0

Enylu & Mística16.07.12

XXVIII Fueron pasando los días Transcurrieron las semanas Los meses volaron - photo 4

XXVIII

Fueron pasando los días. Transcurrieron las semanas. Los meses volaron. La gente feliz no sufre la lentitud de las horas. El tiempo se detiene en el infortunio, pero se escapa en la suerte. En la cabecera de la cama de un enfermo, cada minuto se eterniza. En la cabecera de una cama donde se celebra el amor, los minutos vuelan. El placer acorta el tiempo; el dolor lo prolonga. La espera les había parecido interminable. Cuando pudieron vivir juntos, tuvieron la impresión de que los días eran breves y las noches demasiado cortas. Les sorprendía la rapidez con la que se habían adaptado a la convivencia. No habían tenido que esforzarse para acoplar hábitos, aunque estaban acostumbrados a organizar la vida de ambos a su aire. Hay dosis de egoísmo en el amor. Si no queremos al otro, si no lo deseamos en exclusiva, si no soñamos en una historia sin fecha de caducidad, ¿dónde está la gracia?

Luis era un hombre cargado de manías. El talante obstinado lo había condicionado siempre. Se obsesionó con unas cartas, con el recuerdo de la madre, con el pueblo de la infancia, con la enfermedad de sus ojos. Paula había vivido siempre vidas ajenas: la de su padre, la de la hija, incluso la de Sergio, a causa del miedo que le inspiraba. Ahora lo importante era el presente que compartían. Pactaron no hacer planes. Convirtieron la existencia en un juego de improvisaciones. Todas las mañanas decidían la inmediatez. Lo hacían según el ánimo, las condiciones climatológicas, las necesidades logísticas y las ganas. Hablaron mucho. Se contaban lo que habían vivido. No solían interrumpirse. Se escuchaban con devoción, llenos de buena voluntad. Amar te hace comprensivo, tolerante, amable. A menudo hacían el amor. Era difícil apagar el hambre del cuerpo, calmar la sed de los labios. Aprendieron a aplacar sus propias flaquezas gracias a la generosidad con la que cada uno sabía escuchar. No hay juez más condescendiente que aquel que valora las faltas de los que quiere. Saberlo les devolvía la confianza en sí mismos, tantas veces perdida. Luis aprendió a relativizar la enfermedad. Paula empezó a perdonarse.

Acabó el autorretrato. Al mirarlo no se reconocía. Distinguía, en cambio, rasgos de Mimona y de otras mujeres de la familia. Había hecho un puzzle de donde emergían las características de diferentes rostros, miradas difíciles de reconocer, sonrisas esquivas Se había esforzado por rescatar la inocencia perdida, las ganas de vivir, la curiosidad por el mundo. Habría querido un rostro convincente, seductor. Dispuesto a no dejar pasar nada por alto. Buscaba la expresión de los que no han perdido la capacidad de conmoverse. A la mujer de hoy la sorprendían muy pocas cosas. Paula era de gestos duros, que sólo se relajaban cuando Luis la abrazaba. La que aprendió que defenderse tiene un alto precio. La que observaba la vida con escepticismo, y miraba a los demás con incredulidad.

El retrato mostraba un rostro con los cabellos castaños. Según la luz, la figura adquiría matices inescrutables. Los rayos enrojecían el pelo mientras le daban un aire de bruja malvada. La suavidad del atardecer dulcificaba las facciones. La sonrisa variaba según el ángulo desde el que se observaba. Podía ser angelical o demoníaca. Tenía la capacidad de robar el corazón por su ingenuidad o inspirar desconfianza. El gozo se confundía con la amargura. La alegría juvenil, con la burla de una vieja experta. Había pretendido retratar a una mujer y había conseguido ocultarla con absoluta discreción.

Las intenciones iniciales de esa pintura no se cumplieron. No lo consiguió. La tela no reflejaba a la mujer que había sido, tampoco a la que el tiempo y el amor transformaron. Los diferentes rostros se superponían en la pintura. La colgó en el estudio, con la sensación de cerrar un ciclo de su vida. Cuando Luis la vio, no pudo evitar exclamar: «Es bellísima, pero también trágica.» Y la abrazó. Ella lo miró con los ojos llenos de diminutas gotas de agua, como la lluvia recién caída, y le dijo:

—No volveré a pintar jamás.

—¿Por qué?

—Lo decidí cuando empezaba el autorretrato. Ahora ya está terminado.

—Las circunstancias eran distintas. Sergio vivía. Te amenazaba.

—Sí. El secreto de mi padre ya no está en peligro, pero estoy cansada.

—¿De qué?

—De padecer. Toda la vida he relacionado la pintura con una actividad secreta que he tenido que realizar como si cometiera un pecado. La sensación de culpa siempre me acompañará. Si continuara pintando, todavía se haría más intensa. Si lo suplanté para prolongar la vida de su arte, no tengo que volver a dedicarme a ello. Me alejaré del mundo que compartíamos y la pena se mitigará. Dicen que el tiempo todo lo cura.

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