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Deborah Crombie - Un pasado oculto

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Un pasado oculto: resumen, descripción y anotación

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Connor Swann, yerno de Sir Gerald Asherton, director de orquesta, y de su mujer, Dame Caroline, cantante de ópera, es hallado muerto en una esclusa del Támesis en la encantadora campiña de los alrededores de Henley. Ante las dudas acerca de las circunstancias de su fallecimiento, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James son designados para encargarse de dilucidar el caso, y pronto se percatan de que no se trata de un accidente. Otro suceso trágico ya había golpeado a los Asherton veinte años atrás con la muerte por ahogamiento de su hijo Matthew ante los ojos de Julia, hermana del niño. Aunque aparentemente los dos sucesos no tienen relación, no se descarta que exista un nexo. Con los hábiles interrogatorios y el acercamiento a la vida íntima de los personajes, ambos policías construyen pieza a pieza el telón de fondo de la verdadera historia. El flash de una imagen que surge con fuerza de la mente de Kincaid será la clave para descubrir el móvil que ha provocado el luctuoso hecho.

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Deborah Crombie Un pasado oculto Kincaid James 03 Leave the Grave Green - photo 1

Deborah Crombie

Un pasado oculto

Kincaid & James 03

Leave the Grave Green

© 1995 by Deborah Darden Crombie

Traducción: Rebeca Bouvier

PRÓLOGO

– Vigila. No resbales. -Julia se apartó los mechones de pelo oscuro que se le habían soltado de la cola de caballo. Frunció el ceño con preocupación. El aire era denso y tan espeso y sustancial como el algodón. Pequeñas perlas de humedad resbalaban por su piel; gotas más grandes caían intermitentemente de los árboles sobre la empapada alfombra de hojas que había bajo sus pies-. Llegaremos tarde a tomar el té, Matty. Y ya sabes lo que dice papá cuando no terminas los deberes a tiempo para practicar.

– No seas tan sosa, Julia -dijo Matthew. Era un año menor que su hermana y tan rubio y corpulento como ella delgada y morena. Había crecido más que ella durante el año anterior y por esa razón se había vuelto un engreído insufrible-. Pesada. «Matty no resbales. Matty no te caigas». -La imitó con crueldad-. Actúas como si no supiera ni limpiarme los mocos. -Mantenía el equilibrio, con los brazos extendidos a la altura de los hombros, mientras caminaba sobre el tronco de un árbol caído, junto a la orilla de la corriente crecida. Su mochila yacía en el barro, donde la había soltado con despreocupación.

Julia, con los libros apretados contra su pecho, se meció sobre las puntas de los pies. Le estará bien empleado si papá lo regaña. Pero la regañina, aunque fuera severa, sería breve y la vida en casa volvería rápidamente a la normalidad. La normalidad que hacía que todos se comportaran -según decía Plummy cuando Matty la sacaba especialmente de quicio- «como si el sol saliera y se pusiera únicamente con el fin de complacer a Matthew».

Los labios de Julia temblaron al pensar en lo que Plummy diría al ver su mochila y sus zapatos llenos de barro. Pero no importaba. Todo le sería perdonado. Porque Matthew poseía el atributo que sus padres valoraban por encima de todo. Sabía cantar.

Su clara voz de soprano se elevaba sin esfuerzo y surgía de sus labios suave como un susurro. Y cantar lo transformaba. Al concentrarse desaparecía el torpe y desdentado chiquillo de doce años y su cara se mostraba seria y llena de gracia. Solían reunirse en el salón después del té. Su padre corregía a Matthew la cantata de Bach que había cantado con el coro por Navidad. Su madre los interrumpía a menudo y ofrecía tanto críticas como elogios. A Julia le parecía que los tres formaban un atractivo círculo al cual ella, debido a un accidente de nacimiento o un capricho inexplicable de Dios, le fue denegada la entrada para siempre.

Los niños habían perdido el autobús aquella tarde. Julia, que quería hablar en privado con la profesora de dibujo, se había retrasado demasiado y el autobús había pasado con gran estruendo por delante de ellos, salpicándoles las pantorrillas de barro. Tuvieron que caminar hasta casa. Al coger un atajo a través de los campos, la arcilla cubrió sus zapatos y tuvieron que levantar los pesados pies a propósito, como si fueran visitantes de un planeta más ligero. Cuando llegaron al bosque, Matthew cogió la mano de Julia y tiró de ella. Resbalando y deslizándose entre los árboles, bajaron la colina hasta el riachuelo cercano a su casa.

Julia tuvo un escalofrío y miró hacia arriba. Había oscurecido notablemente y, a pesar de que las tardes de noviembre se hacían más cortas, pensó que la falta de visibilidad significaba más lluvia. Durante semanas había llovido con fuerza a diario. Los chistes sobre «el diluvio universal» ya olían a rancio. Ahora, las miradas hacia el cielo plomizo iban seguidas de un gesto silencioso de resignación. Aquí, en las colinas de caliza al norte del Támesis, el agua se filtraba a un ritmo constante, brotando del suelo saturado y fluyendo hacia los afluentes ya sobrecargados.

Matty, que había dejado de hacer equilibrios sobre el tronco y se había agachado junto al borde del agua, jugueteaba con una rama larga. El arroyo, que cuando hacía buen tiempo era un cauce seco, circulaba lleno hasta las orillas. El agua bajaba opaca como un té con leche.

Julia, cada vez más enojada, dijo:

– Ven, Matty, por favor. -Su estómago rugió-. Tengo hambre. Y frío. -Apretó los brazos con fuerza-. Si no vienes me iré sin ti.

– ¡Mira, Julia! -Indiferente a sus quejas, Matty apuntó con la rama a un punto en el agua-. Hay algo atrapado bajo la superficie, justo allí. A lo mejor es un gato muerto. -Se volvió hacia ella y sonrió.

– No seas asqueroso, Matty. -Sabía que su tono remilgado y mandón no haría más que avivar sus burlas, pero ya no le importaba-. De verdad, me voy a ir sin ti. -Mientras se daba la vuelta con resolución sintió unos desagradables calambres en su abdomen-. De verdad, Matty, no me encuentro…

La salpicadura le llegó a las piernas cuando se dio la vuelta.

– ¡Matty! No seas…

Se había caído al agua de espaldas con los brazos y piernas separados torpemente.

– Está fría, -dijo con cara de sorpresa. Buscaba donde apoyar el pie en la orilla, riendo, sacudiéndose el agua de los ojos.

Julia vio como la expresión de alegría de su hermano se desvanecía. Sus ojos se abrieron y la boca formó una gran O.

– Matty…

La corriente lo había atrapado, arrastrándolo río abajo.

– Julia, no puedo… -El agua le cubrió la cara, llenándole la boca.

Ella caminó a tropezones por la orilla, llamándolo por su nombre. La lluvia empezó a caer en serio. Grandes gotas salpicaban su cara, cegándola. Su dedo gordo quedó atrapado en una piedra que sobresalía y cayó. Se levantó y siguió corriendo, vagamente consciente del dolor que sentía en la espinilla.

– Matty. Matty, por favor. -Repetía las palabras una y otra vez, como recitando inconscientemente un conjuro. A través del agua fangosa podía ver el azul de la chaqueta del uniforme y el despliegue pálido de su cabello.

El terreno descendía bruscamente a medida que el arroyo se ensanchaba y apartaba. Julia se deslizó por la pendiente y paró. En la otra orilla un viejo roble se tambaleaba peligrosamente. Un amasijo de raíces sobresalía allá donde el arroyo había erosionado la orilla. Allí era donde el cuerpo de Matthew se había quedado atrapado, inmovilizado bajo las raíces, como si una mano gigantesca lo hubiera asido.

– Matty, -gritó, con voz más enérgica ahora, como un lamento de desesperación. Entró en el agua. Notó un gusto salado que llenaba su boca tras morderse el labio inferior. El frío la impresionó y entumeció sus piernas. Se forzó a seguir adelante. El agua se arremolinaba entre sus rodillas, tiraba del dobladillo de su falda. Le llegó a la cintura, luego al pecho. Respiró entrecortadamente al notar cómo el frío calaba en sus costillas. Notó los pulmones como paralizados por el frío, incapaces de ensancharse.

La corriente la arrastró, tirando de su falda, cambiando su punto de apoyo en las rocas cubiertas de musgo. Con los brazos extendidos para guardar el equilibrio, Julia avanzó su pie derecho. Nada. Se movió un poco a un lado, luego al otro, palpando el terreno. Aún nada.

El frío y el cansancio la estaban dejando sin fuerzas. Respiraba entrecortadamente y la fuerza de la corriente parecía más insistente. Miró arroyo arriba y arroyo abajo sin encontrar un lugar donde cruzar más fácilmente. Y no es que cruzar al otro lado la ayudara en algo. Era imposible llegar a él por la empinada orilla.

Se le escapó un breve gemido. Estiró los brazos hacia Matty, pero les separaban metros y ella estaba demasiado asustada como para hacer frente a la corriente. Ayuda. Debía encontrar ayuda.

Cuando se dio la vuelta notó como el agua la levantaba y la arrastraba hacia delante, pero hundió los talones y dedos para agarrarse. La corriente aflojó y Julia trepó hacia fuera. Se paró un momento en la orilla fangosa al notar como una oleada de debilidad la invadía. Una vez más miró a Matty. Vio el contorno de sus piernas retorciéndose de lado en la corriente. Luego empezó a correr.

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