Charlaine harris
Corazones muertos
Nº2 Sookie Stackhouse
Andy Bellefleur estaba borracho como una cuba. No era habitual en Andy, créeme: conozco a todos los borrachos de Bon Temps. Trabajar en el bar de Sam Merlotte estos últimos años me ha ayudado bastante en este aspecto. Pero Andy Bellefleur, oriundo de la ciudad y detective del pequeño cuerpo policial de Bon Temps, nunca antes se había emborrachado en el local de Merlotte. Y yo ardía en deseos de saber el motivo por el que aquella noche era una excepción.
Andy y yo no somos ni remotamente amigos, así que no podía acercarme a preguntarle sin más. Sin embargo, disponía de otros medios a mi alcance… y estaba dispuesta a usarlos. Aunque trato de no abusar de mi defecto, o don, o como sea que quieras llamarlo, para desenterrar cosas que puedan afectarme a mí o a los míos, a veces la simple curiosidad se impone al buen juicio.
Expandí mis sentidos y leí la mente de Andy. No tardé en arrepentirme.
Andy había arrestado a un hombre acusado de secuestro esa mañana. El criminal se había llevado a su vecinita de diez años hasta los bosques y la había violado. La niña estaba en el hospital y el hombre en la cárcel, pero el daño causado era irreparable. Me sentí triste y alicaída. Se trataba de un crimen que me recordaba mi propio pasado. La depresión que devoraba a Andy hizo que me cayera un poco mejor.
– Andy Bellefleur, dame las llaves -dije. Su amplio rostro se giró hacia mí, y en él había dibujado un gesto de incomprensión obvio. Después de una larga pausa en la que pugnó confuso por comprender lo que le acababa de decir, Andy rebuscó en el bolsillo de sus pantalones y me acercó su pesado llavero. Le serví otro bourbon con Coca-Cola.
»Aquí tienes tu recompensa -le aclaré, y después me dirigí al teléfono situado al final de la barra para llamar a Portia, la hermana de Andy. Los hermanos Bellefleur vivían en un decadente edificio de dos plantas de estilo colonial que antaño se había erigido como un lugar turístico, en la mejor calle del mejor barrio de Bon Temps. En la calle Magnolia Creek todas las casas daban al parque por el que corría el arroyo, salpicado de cuando en cuando por puentes peatonales. Un sendero permitía recorrer el parque sin preocupaciones. Había unas pocas casas más antiguas en la misma calle, pero todas se hallaban en mejor estado que la de los Bellefleur, Belle Rive. Belle Rive era demasiado cara de mantener para Portia, una abogada, y Andy, un policía. El dinero que una vez adornó sus paredes y terrenos hacía ya tiempo que se había consumido. Pero su abuela, Carolina, se obstinaba en no venderla.
Portia respondió después de que el teléfono sonara dos veces.
– Portia, soy Sookie Stackhouse -dije, y tuve que elevar la voz para hacerme entender entre el griterío del bar.
– Debes de estar trabajando.
– Sí. Andy está aquí, y ha bebido demasiado. Le he requisado las llaves. ¿Puedes pasarte a recogerlo?
– ¿Andy está borracho? Qué raro. Claro, estaré ahí en diez minutos -prometió, y colgó a continuación.
– Eres una ricura, Sookie -apuntó Andy de improviso.
Se había terminado la bebida que le había servido. Aparté el vaso fuera de su vista y confié en que no pidiera más.
– Gracias, Andy -le respondí-. Tú tampoco eres un mal tipo.
– ¿Dónde está… tu novio?
– Justo aquí -dijo una voz calmada, y Bill Compton apareció detrás de Andy. Le sonreí por encima de la bamboleante cabeza de Andy. Bill medía sobre un metro ochenta, y tanto sus ojos como su pelo eran de un color castaño oscuro. Poseía unos hombros anchos y unos brazos fibrosos, propios de un hombre que lleva dedicándose al trabajo físico durante años. Bill llevó una granja junto a su padre, aunque terminó encargándose él solo de ella antes de enrolarse en el Ejército y ser enviado a la guerra. La Guerra Civil.
– ¡Hey, V. B.! -gritó el marido de Charsie Tooten, Micah. Bill alzó la mano sin mucho entusiasmo para devolver el saludo.
– Buenas, Vampiro Bill -dijo mi hermano en tono educado. Jason, que no había recibido demasiado bien la integración de Bill en nuestro pequeño círculo familiar, parecía haber decidido pasar página en el asunto. Contuve el aliento, o al menos lo hizo mi mente, y aguardé para comprobar si su cambio de actitud iba en serio.
– Bill, no eres un mal tipo para ser un chupasangre -reflexionó Andy, a la vez que rotaba sobre el taburete para encarar a Bill. Mejoré mi opinión acerca de la borrachera de Andy; pues de otra forma nunca habría aceptado de tan buen grado la existencia de vampiros en la sociedad americana.
– Gracias -respondió Bill con aspereza-. Tú tampoco lo eres, a pesar de ser un Bellefleur. -Se apoyó sobre la barra del bar para darme un beso. Sus labios estaban tan fríos como su voz. Tenías que acostumbrarte. Como cuando apoyabas la cabeza sobre su pecho y no oías ni un solo latido.
»Buenas tardes, cariño -susurró. Deslicé un vaso de B negativo sintético, desarrollado por los japoneses, sobre la barra. Se lo bebió de un sorbo y se lamió los labios; adquirió rubor casi de inmediato.
– ¿Qué tal ha ido la reunión, cariño? -inquirí. Bill había estado en Shreveport casi toda la noche.
– Después te cuento.
Confié en que su historia fuera menos estresante que la de Andy.
– De acuerdo. Sería un detalle que ayudaras a Portia a meter a Andy en el coche. Ya está aquí -dije señalando hacia la puerta.
Por una vez Portia no vestía la falda, blusa, chaqueta, medias y zapatos bajos de charol que constituían su uniforme profesional. Los había cambiado por vaqueros azules y una sudadera raída de Sophie Newcomb. Portia poseía una complexión tan recia como la de su hermano, aunque exhibía un cabello largo y espeso de color castaño. El mantener bien cuidado su pelo era señal de que aún no se había rendido. Se abrió camino con obstinación entre la multitud congregada.
– Bueno, pues parece que sí que está borracho como una cuba -concedió tras evaluar a su hermano. Portia trataba de ignorar a Bill, pues la hacía sentir muy incómoda-. No ocurre a menudo, pero si decide beber, lo hace a conciencia.
– Portia, Bill puede llevarlo hasta tu coche -comenté. Andy era más alto que Portia, y más corpulento; una carga muy pesada para su hermana.
– Creo que podré apañármelas sola -me rebatió con firmeza sin prestar atención a Bill, que enarcó las cejas al mirarme.
Así que dejé que Portia deslizara un brazo en torno a Andy y tratara de levantarlo de la silla. Andy apenas se movió. Portia miró en derredor en busca de Sam Merlotte, el propietario del bar, quien a pesar de su tamaño y apariencia enjuta era bastante fuerte.
– Sam está en una fiesta de aniversario en un club de campo -le expliqué-. Será mejor que Bill te eche una mano.
– Está bien -se resignó la abogada, con los ojos clavados en la madera pulida de la barra-. Muchas gracias.
Bill levantó a Andy y se dirigió hacia la puerta en menos que canta un gallo, a pesar de que las piernas de Andy parecieran hechas de gelatina. Micah Tooten le abrió la puerta y Bill condujo medio a rastras a Andy hasta el aparcamiento.
– Gracias, Sookie -dijo Portia-. ¿Ha pagado la cuenta?
Asentí.
– Vale -respondió, y golpeó la barra en señal de que ya se marchaba de allí. Tuvo que escuchar un coro de consejos bienintencionados mientras seguía a Bill hasta la puerta principal del Merlotte.
Y fue así cómo el viejo Buick de Andy Bellefleur se quedó en el aparcamiento del Merlotte toda esa noche, hasta la mañana siguiente. Andy juró después que estaba vacío cuando lo dejó allí para entrar en el bar. También testificó que estaba tan afectado por lo sucedido que olvidó cerrar el coche.
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