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Alejandra Kimella - Reina del desastre

Aquí puedes leer online Alejandra Kimella - Reina del desastre texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Caligrama, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Reina del desastre
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    Caligrama
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    2018
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Reina del desastre: resumen, descripción y anotación

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Luce Webber tiene veintitrés años, mala suerte y una lengua con vida propia.Liam es un importante empresario de veintinueve años, serio, enfocado al trabajo y con un inexistente conocimiento de la palabra «diversión».Cuando ambos se ven forzados a trabajar en equipo saltan chispas. Luce no soporta la presión laboral de Liam, ni su seriedad. Liam no soporta la enorme boca de Luce ni esos golpes de mala suerte que solo sirven para estropear el trabajo de ambos.Pronto se darán cuenta de que los dos necesitan un poco de todo eso en sus vidas.

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Reina del desastre — leer online gratis el libro completo

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Esta es una obra de ficción Cualquier parecido con la realidad es mera - photo 1

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

Reina del desastre

Primera edición: septiembre 2018

ISBN: 9788417587635
ISBN eBook: 9788417587161

© del texto:

Alejandra Kimella

© de esta edición:

, 2018

www.caligramaeditorial.com

info@caligramaeditorial.com

Impreso en España – Printed in Spain

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Para todos aquellos que busquen un escape de la realidad, principalmente a los Role Players que inspiraron esta novela.

Es fácil besar en París.
Yo busco quien me ame en Vietnam.

Carlos Kaballero,
« Te haré al odio por si el amor no basta».

Capítulo 1

Presioné repetidamente el botón para llamar al elevador al tiempo que tiraba con fuerza hacia arriba de mis cuatro viejas maletas, mientras el guardia de seguridad me lanzaba una mirada amenazadora desde la puerta principal del complejo de apartamentos en el que viviría por al menos seis meses hasta encontrar un trabajo mejor.

El tío Ben se había ganado el cielo dejándome usar su «viejo» apartamento en la ciudad a cambio de que lo invitara a la boda de mi hermana, lo cual, claro, no iba a ser tan complicado después de salvarnos a ambas de volver con la cola entre las patas a casa de mis padres, donde una enorme sopa de: «Te lo dije» , nos esperaba al lado de un sabroso jugo de: «Eso es lo que pasa cuando me desobedecen» , en la mesa de la familia «nadie puede ser independiente» , donde el bastardo sin gloria del tío Benetaller Webber conservaba la corona de la victoria al demostrar, con todos sus millones, que la rebeldía algunas veces podía dar buenos resultados.

Las puertas del elevador se abrieron con una lentitud olímpica mientras, sin esperar a que estuvieran del todo abiertas, metía las maletas al elevador vacío y aún sin entrar del todo, ya estaba presionando el número 9. Justo cuando las puertas comenzaban a cerrarse nuevamente con la promesa implícita de llevarme a una zona de completa tranquilidad en la que podría beber limonada mientras veía un cómico real lity show de media noche, una mano clara detuvo el movimiento mecánico, logrando que el elevador se retractara de su promesa y permitiéndole el paso a un hombre joven a finales de los veinte.

Era una persona imponente, su sola presencia era imposible de ignorar, sus ojos demandaban mi atención completa obligándome a pasar por alto un par de segundos el resto de su cuerpo bastante en forma y en proporciones correctas. Era lo más parecido a algo que a la tía Maggie le gustaba llamar un «hombre neutral» ya que su cabello castaño parecía no poder decidirse entre lacio o rizado, sus ojos no parecían lograr el complicado proceso de diferenciación entre el azul y el gris, ni su bonito traje de negocios lograba encajar en el semblante taciturno del hombre frente a mí.

—Voy al piso 10 —dijo con cortesía, clavando su mirada en la mía. Tuve que luchar con toda mi fuerza de voluntad para no apartar la mirada de golpe como una adolecente hormonal que acaba de ser pillada espiando al capitán del equipo de futbol desde el otro lado del salón.

—Bien por ti —respondí permitiendo que mi mirada vagara en su pecho y la forma en la que su camisa se adaptaba perfectamente a cada centímetro de su piel.

Tan loca como podía parecer al quedarme mirándole como idiota, decidí cambiar la mirada hacia la esquina de una de mis maletas rotas. Estaba abriéndose de nuevo.

El hombre rio con simpatía y me señaló brevemente con el índice antes de asegurar:

—Estás bloqueado el tablero de controles.

Giré sobre mis talones y me abofeteé mentalmente mientras presionaba el número 10 en el panel de control, antes de girar con los pequeños retazos de mi dignidad de vuelta hacia él.

—Lo siento.

Sonrió ligeramente a modo de respuesta y volvió la vista al frente mientras las puertas se cerraban.

No llegamos demasiado lejos, a nivel del piso 4 el elevador se detuvo nuevamente, abriendo sus puertas para dejar pasar a una anciana con un perro chihuahua al que no podía describir con otra palabra que no fuera ri dículo mientras portara con orgullo ese feo moño rosa y ese pañuelo en el pecho que le hacía parecer una rata doméstica a mediados del siglo XVIII. Su dueña era una mujer a finales de los cincuenta que usaba un fino traje rosa acompañado de un elegante sobrero con un pequeño velo negro ridículamente sofisticado. Mamá solía decir que una forma de ocultar algo feo era desviar la atención hacia algo más feo. Teoría que comprobé en la escuela secundaria cuando reprobé la clase de Química orgánica y para menguar la presión familiar decidí rasurar una de mis cejas. Mi familia rio tanto que no pudo castigarme con seriedad, sufrí las consecuencias poco después cuando descubrí que el maquillaje lo empeoraba, pero esa es otra historia, en el caso de la señora elegante, creo que su forma de ocultar su atuendo llamativo era mostrando a su perro con uno aun peor.

Detrás de la mujer entraron dos hombres: uno que parecía ser su esposo por la edad, la mirada de adoración y la forma en la que le sonreía, y otro joven, que apenas de entrar me dio el visto bueno recorriéndome con la mirada de la misma manera en la uno va al mercado a elegir las frutas menos verdes o los tomates más rojos.

No parecía mayor al hombre del piso 10, tenían el mismo porte, pero uno de ellos tenía un espíritu más vivaz y al perecer poco reservado.

—¿Te vas o llegas? —preguntó señalando mis maletas.

Y directo.

Dudé. No quería darle ningún tipo de información a nadie. La boda de mi hermana era en un par de meses y lo último que necesitábamos, era a la prensa fuera del lugar esperando una buena nota.

—Me voy.

Mentí.

Nunca fui una buena mentirosa, pero sí era una fiel creyente de la frase: «La práctica hace al maestro» y aún después de veintitrés años sin ver frutos maduros, seguía esperando mi momento espe cial porque, como decía mi madre: «La esperanza es lo último que muere».

—Uf, una pena. —Extendió su mano en mi dirección—. Soy Oscar.

La estreché por cortesía, pero me aparté en cuanto el perfil de comportamiento social me lo permitió. Ese hombre rubio de bonita sonrisa y ojos verdes no advertía otra cosa que no fueran problemas, había sido una suerte que no fuera mi hermana quien se hubiera topado con él o ya estarían conocién dose mejor .

Le eché una mirada al primer hombre en el elevador, el de los ojos exóticos, y lo encontré lanzando una mirada irritada a la pared frente a él. Parecía estar acostumbrado a ese tipo de situaciones y francamente cansado.

—Piso 6 —advirtió la mujer sin mucha paciencia.

Bueno, al parecer ya había pasado por la fámula del ascensor —¡Hey! No sonaba tan mal… Siempre que no se conociera el significado de la palabra podía pasar por un trabajo sofisticado—. Si no conseguía un buen empleo en la ciudad, definitivamente me plantearía la idea.

—Yo voy al piso 9 —dijo Oscar con una sonrisa ladeada—. Supongo que tú esperas hasta la recepción.

Asentí presionando todos los botones detrás de mi espalda por mera inercia. No hacía falta más que presionar el PB además del seis, pero girarme a mirar implicaría dejarle un ángulo para observar que el piso 9 ya estaba presionado y de ninguna manera quería dejarle claro mi paradero a Oscar, tampoco quería errar en el tino y quedar como una idiota… Aunque, bien mirado, acababa de quedar como una loca compulsiva con problemas de hiperactividad táctil, aunque la verdad tampoco estaba muy segura de que eso fuera médicamente correcto.

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