Charlaine Harris
Muerto y enterrado
Nº 9 Sookie Stackhouse
Son muchas las personas que me han ayudado a lo largo del camino, y esa ayuda es la que me ha puesto donde hoy estoy. Quisiera expresar mi agradecimiento a algunas de ellas. Las actuales moderadoras de mi sitio web (Katie, Michele, MariCarmen, Victoria y Kerri) hacen que mi vida sea mucho más fácil, y las moderadoras eméritas (Beverly y Debi) también son de quitarse el sombrero. Los lectores que entran en www.charlaineharris.com para dejar sus comentarios, teorías y palmadas en la espalda siempre son una fuente de ánimo.
Con el apoyo de miles (bueno, cuatro), Toni Kelner y Dana Cameron son siempre una fuente de apoyo, ánimo, comprensión y entusiasmo. No sabría qué hacer sin ellas.
– Los vampiros de raza blanca no deberían vestir nunca de ese color -entonó el locutor de televisión-. Hemos estado filmando en secreto a Devon Dawn, que sólo hace diez años que es vampira, mientras se arreglaba para pasar una noche en la ciudad. ¡Mirad ese conjunto! ¡No le queda nada bien!
– ¿En qué estaría pensando? -preguntó una ácida voz femenina-. ¡Hay que estar anclada en los noventa! Mira qué blusa, si es que podemos llamarla así. Y su piel… está pidiendo a gritos algo de contraste, ¿y qué color se pone ella? ¡Marfil! Hace que su piel recuerde a una bolsa de basura.
Hice una pausa mientras me ataba la zapatilla para ver lo que pasaba a continuación mientras los dos expertos en moda vampírica seguían atacando a su víctima indefensa -oh, disculpad, la afortunada vampira- que estaba a punto de recibir un cambio radical sin haberlo pedido. Sentiría además el placer adicional de enterarse de que sus amigos la habían entregado a la policía de la moda.
– No creo que esto vaya a terminar bien -dijo Octavia Fant. A pesar de que mi compañera de piso me había colado en cierto modo a Octavia en casa (aferrándose a una invitación casual que le hice en un momento de debilidad), el arreglo no estaba saliendo hasta ahora del todo mal.
– Devon Dawn, te presento a Bev Leveto, de El vampiro con más estilo, y yo soy Todd Seabrook. ¡Tu amiga Tessa nos ha llamado para decirnos que necesitabas ayuda con tu forma de vestir! Te hemos estado filmando en secreto durante las dos últimas noches y… ¡Aaaghh! -Una mano blanca aferró el cuello de Todd, que desapareció, dejando en su lugar un enorme punto rojo. La cámara siguió filmando, hechizada, mientras Todd caía al suelo, antes de seguir la lucha entre Devon Dawn y Bev.
– Dios mío -dijo Amelia-. Parece que Bev va a ganar.
– Tiene sentido de la estrategia -opiné-. ¿Os habéis dado cuenta de que dejó entrar primero a Todd?
– La tengo inmovilizada -anunció Bev, triunfal desde el televisor-. Devon Dawn, mientras Todd recupera el habla, le echaremos un vistazo a tu armario. Una chica que va a vivir para toda la eternidad no puede permitirse ser tacaña. Los vampiros no pueden quedarse anclados en su pasado. ¡Tenemos que ser vanguardistas con nuestro estilo!
Devon Dawn lloriqueó.
– Pero ¡a mí me gusta mi ropa! ¡Forma parte de mi ser! Me has roto el brazo.
– Se curará. Escucha, no querrás que se te conozca como la pequeña vampira que no supo adaptarse, ¿verdad? ¡No puedes dejarte llevar por el pasado!
– Supongo que no.
– ¡Bien! Ahora te soltaré. Y por la tos que oigo puedo decir que Todd se encuentra mejor.
Apagué el televisor y me até la otra zapatilla, meneando la cabeza ante la nueva adicción americana hacia los reality shows vampíricos. Saqué mi abrigo rojo del armario. Su color me recordó que yo misma tenía verdaderos problemas con un vampiro; en los dos meses y medio transcurridos desde la conquista de Luisiana por parte de los vampiros del reino de Nevada, Eric Northman había estado de lo más ocupado consolidando su posición dentro del nuevo régimen y evaluando lo que quedaba del antiguo.
Ya era muy tarde para charlar sobre todo lo que por fin había conseguido recordar acerca de nuestros intensos y extraños días juntos, aquellos en los que perdió la memoria temporalmente debido a un conjuro.
– ¿Qué vais a hacer esta noche mientras yo esté en el trabajo? -pregunté a Amelia y a Octavia, ya que lo que menos falta me hacía era otra ronda de conversaciones imaginarias. Me puse el abrigo. El norte de Luisiana no sufre las horribles temperaturas del auténtico norte, pero esa noche rondaba los cuatro grados, y haría incluso más frío cuando saliese del trabajo.
– Salgo a cenar con mi sobrina y sus hijos -dijo Octavia.
Amelia y yo intercambiamos miradas de sorpresa mientras la cabeza de la mujer mayor se centraba en la blusa que estaba remendando. Era la primera vez que se veía con su sobrina desde que se mudó de su casa a la mía.
– Creo que Tray y yo nos pasaremos por el bar -dijo Amelia a toda prisa para disimular la pequeña pausa.
– Entonces os veré en el Merlotte's. -Hacía años que trabajaba allí de camarera.
– Oh, me he equivocado con el color del hilo -se quejó Octavia, y desapareció por el pasillo, camino de su habitación.
– ¿Entonces ya no te ves mucho con Pam? -le pregunté a Amelia-. Tray y tú cada vez vais más en serio. -Me metí la camiseta blanca en los pantalones negros. Eché una mirada al viejo espejo que había sobre la repisa de la chimenea. Tenía el pelo recogido en la coleta de rigor para el trabajo. Localicé un pelo rubio sobre el abrigo y lo quité.
– Lo de Pam no fue más que una locura, estoy segura de que ella piensa lo mismo. Tray me gusta de verdad -me explicaba Amelia-. No parece preocuparle el dinero de mi padre ni tampoco molestarle que yo sea una bruja. Y me vuelve loca en la cama. Así que la cosa va viento en popa. -Amelia me dedicó esa sonrisa que ponen los gatos cuando están a punto de comerse al canario. Puede que tuviese el aspecto de la típica ama de casa de barrio residencial: pelo corto y brillante, una preciosa sonrisa blanca, ojos claros… pero el sexo le interesaba, y de formas muy variadas desde mi punto de vista.
– Es un buen tipo -comenté-. ¿Ya lo has visto en forma de lobo?
– No, pero lo estoy deseando.
Capté algo de la transparente mente de Amelia que me desconcertó.
– ¿Falta poco? ¿Para la revelación?
– ¿Te importaría dejar de hacer eso? -Amelia solía tener muy en cuenta mi habilidad para leer la mente, pero ese día se le olvidó-. ¡Tengo que guardar los secretos de otras personas, ya lo sabes!
– Lo siento -dije. Y así era, pero al mismo tiempo me sentía un poco apenada. Veía lógico poder relajar las ataduras de mi habilidad en mi propia casa. Después de todo, ya tenía que luchar contra ellas todos los días en el trabajo.
– Yo también lo siento -contestó Amelia al momento-. Escucha, tengo que arreglarme. Luego nos veremos.
Subió a paso ligero las escaleras hasta el piso de arriba, que apenas había sido utilizado hasta que ella vino de Nueva Orleans, unos meses antes. A diferencia de la pobre Octavia, se había librado del Katrina.
– Hasta luego, Octavia. ¡Que lo pases bien! -dije antes de salir por la puerta trasera para coger el coche.
Mientras recorría el largo camino que atravesaba el bosque hasta Hummingbird Road, cavilé acerca de las probabilidades de Amelia y Tray Dawson como pareja. Tray, que era licántropo, trabajaba como mecánico de motos y guardaespaldas. Amelia era una prometedora bruja en ciernes, y su padre era inmensamente rico, incluso después del Katrina. El huracán había dejado intacta la mayor parte del material de su almacén y le había proporcionado trabajo suficiente para décadas.
Según se desprendía de la mente de Amelia, ésa iba a ser la gran noche. No aquella en la que Tray le pediría matrimonio, sino la noche en la que daría a conocer que era un hombre lobo. La naturaleza dual de Tray era un plus para mi compañera de habitación, que se sentía profundamente atraída por todo lo exótico.
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