Ciudad de cristal
Cassandra Clare
Extenso y escabroso es el camino
que lleva del Infierno hasta la luz.
JOHN MILTON, El Paraíso perdido
PRIMERA PARTE
Las centellas vuelan al cielo
Empero como las centellas vuelan hacia el cielo,
así el hombre nace para la aflicción
JOB 5:7
La ola de frío de la semana anterior había finalizado; el sol brillaba con fuerza mientras Clary cruzaba apresuradamente el polvoriento patio delantero de Luke, con la capucha de la chaqueta subida para impedir que los cabellos se le arremolinaran sobre el rostro. Puede que el clima se hubiese vuelto más cálido, pero el viento que soplaba del East River todavía podía ser brutal. Transportaba con él un tenue olor químico, mezclado con el olor a asfalto y gasolina propio de Brooklyn, y el de azúcar quemado procedente de la fábrica abandonada que se encontraba calle abajo.
Simon la esperaba en el porche delantero, repantingado en su sillón de muelles roto. Sostenía su DS sobre las rodillas y se dedicaba a golpearla rítmicamente con el puntero.
—Gané —dijo mientras ella subía los peldaños—. Soy el mejor jugando al Mario Kart.
Clary se retiró la capucha, se apartó el cabello de los ojos y rebuscó en el bolsillo sus llaves.
—¿Dónde estabas? Te he estado llamando toda la mañana.
Simon se levantó y guardó el parpadeante rectángulo en su bandolera.
—Estaba en casa de Eric. Ensayo de la banda.
Clary dejó de sacudir la llave en la cerradura, donde siempre se encallaba, para mirarle con desaprobación durante un instante.
—¿Ensayo de la banda? Estás diciendo que todavía sigues…
—¿En el grupo? ¿Por qué no tendría que seguir en él? —Alargó la mano por delante de ella— Trae, deja que lo haga yo.
Clary esperó a un lado mientras Simon giraba con pericia la llave aplicando justo la presión adecuada hasta conseguir que la obstinada y vieja cerradura se abriera emitiendo un chasquido. La mano del muchacho rozó levemente la suya; la piel de Simon estaba fría, a la misma temperatura del aire de la calle. Ella se estremeció ligeramente. Habían cortado su relación la semana anterior, y todavía se sentía confusa cada vez que le veía.
—Gracias. —Recuperó la llave sin siquiera mirarle.
Dentro hacía calor. Clary colgó la chaqueta en la percha del recibidor y se dirigió a la habitación de invitados; Simon la seguía. Clary frunció el ceño al ver su maleta abierta como la concha de una almeja sobre la cama y su ropa y sus cuadernos de dibujo desperdigados por todas partes.
—Pensaba que sólo ibas a estar en Idris un par de días —comentó Simon, evaluando el desorden con una mirada de vaga consternación.
—Así es, pero no se me ocurre qué meter en la maleta. Apenas tengo ningún vestido o falda; ¿y si no puedo llevar pantalones allí?
—¿Por qué no ibas a poder llevar pantalones allí? Es otro país, no cambias de siglo.
—Como los cazadores de sombras son tan anticuados e Isabelle siempre lleva vestidos… —Clary se interrumpió y suspiró—. No te preocupes. Tan sólo estoy proyectando la ansiedad por mi madre en mi guardarropa. Hablemos de alguna otra cosa. ¿Cómo ha ido el ensayo? ¿Seguís sin un nombre para la banda?
—Ha sido genial. —Simon se sentó de un salto sobre el escritorio, dejando colgar las piernas—. Estamos considerando un nuevo lema. Algo irónico como: «Hemos visto un millón de rostros y hemos hecho vibrar a un ochenta por ciento de ellos».
—¿Les has contado a Eric y a los demás que…?
—¿Qué soy un vampiro? No. No es la clase de cosa que uno deja caer así como así en una conversación informal.
—Puede que no, pero son tus amigos. Deberían saberlo. Y además, pensarán que eso te convierte en algo más parecido a un dios del rock, como aquel vampiro llamado Lester.
—Lestat —la corrigió Simon—. El vampiro Lestat. Y pertenece a la ficción. De todos modos, o no he visto que tú hayas corrido a contarles a tus amigos que eres una cazadora de sombras.
—¿Qué amigos? Tú eres mi amigo. —Se arrojó sobre la mesa de espaldas y alzó los ojos hacia Simon—. Y te lo conté, ¿no es cierto?
—Porque no tenías elección. —Simon inclinó la cabeza a un lado, estudiándola; la luz de la mesilla de noche se reflejaba en sus ojos, dándoles un tono plateado—. Te echaré de menos mientras estés fuera.
—Yo también te echaré de menos —repuso Clary, aunque sentía un hormigueo de nerviosa expectativa por toda la piel que le dificultaba la concentración.
«¡Me voy a Idris! —canturreó para sí misma—. Veré el país del que proceden los cazadores de sombras, la Ciudad de Cristal. Salvaré a mi madre.
»Y estaré con Jace.»
Los ojos de Simon centellearon como si pudiese oír sus pensamientos, pero su voz sonó sosegada.
—Cuéntamelo otra vez… ¿por qué tienes que ir a Idris? ¿Por qué no pueden Madeleine y Luke ocuparse de esto sin ti?
—Mi madre consiguió el hechizo que la sumió en este estado de manos de un brujo: Ragnor Fell. Madeleine dice que tenemos que dar con él si queremos saber cómo invertir el hechizo. El brujo no la conoce, pero sí que conocía a mi madre, Y Madeleine cree que confiará en mí porque yo me parezco mucho a ella. Y Luke no puede venir conmigo. Podría ir a Iris, pero al parecer no puede entrar en Alacante sin el permiso de la Clave, y ellos no lo darán. Y no les hables de ello, por favor; él querría acompañarme. Si yo no hubiese conocido a Madeleine antes, tampoco creo que me dejasen ir a mí.
—Pero los Lightwood también estarán allí. Y Jace. Ellos te ayudarán. Porque… Jace dijo que te ayudaría, ¿verdad? ¿A él no le importa que vayas?
—Claro, él me ayudará —dijo Clary—Y por supuesto que no le importa. Le parece estupendo.
Sin embargo, ella sabía que eso no era cierto.
Clary había ido directamente al Instituto después de haber hablado con Madeleine en el hospital. Jace había sido el primero a quien le había contado el secreto de su madre, antes incluso que a Luke. Y él se había quedado allí plantado mirándola fijamente, cada vez más pálido, mientras Clary hablaba, como si en lugar de estarle contando cómo podía salvar a su madre ella le estuviera extrayendo la sangre con cruel lentitud.
—Tú no vas a ir —dijo él en cuanto la chica hubo finalizado—. Aunque tenga que atarte y sentarme encima de ti hasta que este demencial capricho tuyo se te pase, no vas a ir a Idris.
Clary se sintió igual que si la hubiesen abofeteado. Había creído que él estaría encantado. Había acudido corriendo desde el hospital a contárselo, y allí estaba él de pie en la entrada, enfadado, mirándola con aquella expresión tétrica.
—Pero vosotros sí que vais.
—Sí, claro. Tenemos que ir. La Clave ha convocado a todos los miembros activos de los que se pueda prescindir de vuelta a Idris para una gran reunión del Consejo. Van a votar qué hacer respecto a Valentine, y puesto que somos las últimas personas que le han visto…
Clary pasó por alto aquello.
—Entonces, si vosotros vais, ¿por qué no puedo ir contigo?
La sencillez de la pregunta pareció enojarle aún más.
—Porque no es seguro para ti ir allí.
—Vaya, ¿y acaso estoy segura aquí? Han intentado asesinarme una docena de veces durante el mes pasado. Y siempre aquí, en Nueva York.
—Eso es porque Valentine ha estado concentrado en los dos Instrumentos Mortales que había aquí —masculló Jace entre dientes—. Ahora va a desviar su atención a Idris, todos lo sabemos…
—No estamos tan seguro de eso —dijo Maryse Lightwood.
La mujer había permanecido de pie en la sombra de la entrada del pasillo, sin que ninguno de ellos la viera; avanzó hasta quedar bajo las fuertes luces de la entrada, que iluminaron las arrugas de agotamiento que parecían alargar su rostro. Su esposo, Robert Lightwood, había resultado herido por veneno de demonio durante la batalla de la semana anterior y había necesitado cuidados constantes desde entonces; Clary podía imagina muy bien lo cansada que debía de estar.