Christine Feehan
Corrientes Ocultas
Nº 7 Serie Hermanas Mágicas
– ¿Te diviertes, Sheena? -Stavros Gratsos frotó las palmas arriba y abajo por los desnudos brazos de Elle Drake para calentarla mientras permanecía detrás de ella en la barandilla de su gran yate.
El sonido de la risa y trozos de conversación vagaban por todas partes en el brillante mar mediterráneo.
Sheena MacKenzie, el nombre encubierto de Elle… y su alter ego. Sheena podía sentarse en cualquier mesa y reinar, su elegancia, sofisticación y su halo de misterio garantizaban que consiguiera atención. Desprovista de maquillaje, con el cabello en una cola de caballo, Elle Drake podía deslizarse en las sombras y desaparecer. Hacían una combinación casi imbatible y Sheena había hecho exactamente lo que Elle necesitaba que hiciera, había atraído a Stavros y le mantenía lo suficiente interesado para que Elle fisgoneara en su glamorosa vida y viera lo que podía desenterrar, lo que hasta ahora había sido… nada.
Elle no podía leer los pensamientos y emociones de Stavros del modo en que hacía con los otros cuando la tocaban, y eso la asombraba. Su capacidad psíquica de leer los pensamientos era perturbadora gran parte del tiempo, pero había muy pocos que parecían tener barreras naturales que tenía que «invadir» deliberadamente si quería ver lo que pensaban. Elle raramente se entrometía, aún cuando utilizaba su personaje encubierto, Sheena MacKenzie, pero había hecho una excepción en el caso de Stavros. Le había estado investigando durante meses y no había encontrado nada que le dejara limpio o que señalara su culpabilidad.
Echó un vistazo por encima del hombro a Stavros.
– Ha sido maravilloso. Asombroso. Pero creo que todo lo que haces es así y lo sabes. -Stavros siempre daba las mejores fiestas y su yate era más grande que las casas de la mayoría de las personas. Servía la mejor comida, tenía la mejor música, y se rodeaba de personas inteligentes, personas divertidas.
En todos los meses que lo había estado vigilando, no había descubierto ni la más mínima insinuación de actividad criminal. Stavros había sido amable y generoso, donando millones a organizaciones de caridad, apoyando el arte y resolviendo tratos con empleados en discusiones mano a mano que evitaron despedir a un grupo entero de trabajadores. Había empezado a respetar al hombre a pesar de sus anteriores sospechas y estaba preparada para volver donde Dane Phelps, su jefe, y escribir un informe muy claro expresando que los rumores con respecto a Stavros estaban equivocados, excepto que su aura indicaba peligro y una fuerte inclinación hacia la violencia. Por supuesto algunos de los hombres que sus hermanas habían escogido como compañeros tenían ese mismo vívido color arremolinándose alrededor de ellos.
– He dado esta fiesta en tu honor, Sheena -admitió Stavros-. Mi mariposa evasiva. -Le tiró del brazo para girarla y que la espalda estuviera contra la barandilla y ella enjaulada por su cuerpo-. Deseo que vengas a mi isla conmigo, para ver mi casa privada.
El corazón de Elle saltó. Según los rumores, Stavros nunca llevaba a ninguna mujer a su isla. Tenía casas por todo el mundo, pero la isla era su retiro particular. La mayoría de los operativos encubiertos habrían saboreado la oportunidad de entrar en el santuario privado de Stavros, pero su jefe se había mostrado inflexible respecto a que no fuera, incluso si la oportunidad se presentaba. No había manera de comunicarse desde la isla.
Stavros tomó su mano y se llevó los nudillos a la boca.
– Ven conmigo, Sheena.
Ella trató de no respingar. Sheena. Era un fraude. Este era el hombre del que debería enamorarse, no del gusano quien-nunca-podía-ser-nombrado que le había roto el corazón. Aquí estaba Stavros, guapo, inteligente, rico, un hombre que resolvía problemas y parecía que le preocupaban muchas de las mismas causas que ella. ¿Por qué no podía ser él el hombre del que cayera locamente enamorada?
– No puedo -dijo suavemente-. De verdad, Stavros. Quiero, pero no puedo.
Los ojos se oscurecieron, llegando a ser tempestuosos. A Stavros le gustaba salirse con la suya y definitivamente estaba acostumbrado a conseguirlo.
– Quieres decir que no vendrás.
– Quiero decir que no puedo. Tú quieres cosas de mí que no puedo darte. Te dije desde el del principio que podríamos ser amigos, no amantes.
– No estás casada.
– Sabes que no. -Pero debería haberlo estado. Debería haber estado asentada en su casa familiar con el hombre que el destino había previsto para ella, pero él la había rechazado. El estómago se le revolvió con el pensamiento. Había puesto un océano entre ellos y él todavía trataba de alcanzarla, su voz un zumbido débil en la cabeza, tratando de persuadirla de que volviera, ¿a qué? Un hombre que no deseaba niños ni un legado de magia. Él se negaba a comprender que eso era quién ella era… lo que era. Al rechazar su legado, él la rechazó. Y Elle necesitaba un hombre que la ayudara. Que comprendiera cuán difícil era para ella encarar el futuro. Necesitaba alguien en quien apoyarse, no alguien a quien tuviera que mimar y cuidar.
– Ven a casa conmigo -repitió él.
Elle negó con la cabeza.
– No puedo, Stavros. Sabes lo que sucedería si lo hiciera y no podemos entrar en eso.
Los dientes blancos destellaron.
– Por lo menos has pensado acerca de ello.
Elle inclinó la cabeza hacia atrás y lo miró.
– Sabes cuán encantador eres. ¿Qué mujer no estaría tentada por ti? -Y lo estaba. Sería tan fácil. Él era tan dulce con ella, siempre atento, queriendo darle el mundo. Se estiró y le tocó la cara con pesar-. Eres un buen hombre, Stavros.
Se avergonzaba de haber sospechado cosas atroces, tráfico de humanos entre lo peor. Sí, él había empezado pasando de contrabando armas en sus buques de carga, años antes cuando no tenía nada. Pero parecía que había más que compensado todos sus errores y por lo que ella podía deducir, él era sinceramente legítimo. Por lo menos ella podría limpiar su nombre con la Interpol y las otras agencias del mundo donde su nombre seguía surgiendo. Eso la haría sentirse mejor acerca de haber pasado estos últimos meses trabajando para ofrecerle amistad y ganarse su confianza.
– Oigo un pero ahí, Sheena -dijo Stavros.
Elle abrió los brazos, abarcando el yate y el brillante mar.
– Todo esto. Esto es tu mundo y yo puedo dar un paso en él ocasionalmente, pero nunca podría vivir en él cómodamente. He mirado tu historial, Stavros, y no crees en la permanencia, y no, no insisto en casarme contigo. Me conozco. Me conectó a la gente y separarse es terriblemente doloroso.
– ¿Quién dice que tenemos que separarnos? -dijo Stavros-. Vuelve a casa conmigo. -Su voz era suave, persuasiva, y por un momento ella quiso rendirse, quiso tomar lo que él le ofrecía. La hacía sentirse como una hermosa y deseable mujer, cuando nadie más lo había hecho, pero al final, no era la glamorosa y sofisticada Sheena, en realidad era Elle Drake y llevaba su equipaje con ella a todas partes donde fuera.
– No puedo decirte cuánto quiero ir contigo, Stavros -dijo sinceramente-, pero realmente no puedo.
Una rápida impaciencia cruzó el bien parecido rostro y él parpadeó, los oscuros ojos se volvieron un poco fríos.
– Los barcos comienzan a llevar a algunos de nuestros huéspedes de vuelta a la costa. Necesito hablar con algunos de ellos. Permanece aquí y espérame.
Elle asintió. ¿Qué mal había en ello? Después de esta noche, Sheena MacKenzie iba a desaparecer y Stavros nunca la vería otra vez. Quizá él ya sabía que ella se estaba despidiendo. No podía culparle por estar molesto. Había intentado permanecer dentro de los límites, sin darle esperanzas, sólo ganando lo suficiente su confianza como para entrar en sus círculos íntimos. Había asistido a sus obras de caridad y a sus fiestas, y nunca, ni una vez había oído el rumor de una actividad ilegal. Si él era el criminal que su jefe sospechaba, era asombrosamente experto en ocultarlo y ella ya no creía que fuera posible.
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