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Ginés - El sol de Argel

Aquí puedes leer online Ginés - El sol de Argel texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Cork, Año: 2014;2013, Editor: Carena;Primento Digital Publishing, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    El sol de Argel
  • Autor:
  • Editor:
    Carena;Primento Digital Publishing
  • Genre:
  • Año:
    2014;2013
  • Ciudad:
    Cork
  • Índice:
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El sol de Argel: resumen, descripción y anotación

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Matías tiene treinta años y una vida prometedora, pero decide suicidarse. Martín, su gemelo idéntico, desconoce qué lo condujo a actuar de esa manera. Desorientado e incapaz de pasar página, emprende una acelerada investigación que cambiará su forma de entender la estrecha relación que los unía. Convertido casi en un detective, se sumerge en los últimos meses de vida de su hermano para encontrarse con un Matías desconocido. ¿Con quién se citaba en un antiguo edificio medio derruido en el centro de Madrid? ¿Quién es M., esa misteriosa persona de la que él nunca oyó hablar y que alteró la exist.;Portada; Título; Prólogo; Enero; Primera parte; Capítulo 1; Capítulo 2; Capítulo 3; Capítulo 4; Capítulo 5; Capítulo 6; Capítulo 7; Segunda parte; Capítulo 8; Capítulo 9; Capítulo 10; Capítulo 11; Capítulo 12; Capítulo 13; Capítulo 14; Capítulo 15; Capítulo 16; Capítulo 17; Capítulo 18; Capítulo 19; Capítulo 20; Capítulo 21; Capítulo 22; Capítulo 23; Capítulo 24; Capítulo 25; Capítulo 26; Epílogo; Noviembre; Otros títulos del mismo editor; ¿Le ha gustado este libro?; Copyright.

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Luz

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Este libro es para mi familia especialmente para mi hermana Elia Y para - photo 1

Este libro es para mi familia,
especialmente para mi hermana Elia.
Y para Patricia, que siempre creyó en que esto vería la luz
.

“A nuestra manera, todos somos pájaros huidos
del frío que a veces encontramos, por casualidad,
cornisas para nuestros llantos.”

Parpadeos
Eloy Tizón

“El libro es como la sepultura de un ser querido. Le vas
a poner flores, pero no sirve de nada. Su alma no está allí,
revolotea por los lugares donde dejó su semilla.”

La reina de las nieves
Carmen Martín Gaite

PRÓLOGO
Enero

Esperaba apoyada en los ventanales del Café Comercial, arrebujada en su abrigo naranja de lana, los pies ya fríos comenzando a impacientarse por estar quietos. El año nuevo había entrado con mucho viento y unas temperaturas que rozaban los cero grados, y a través de las grandes cristaleras de la cafetería se podía ver a los camareros con bandejas repletas de tazas humeantes. Se arrepintió de no haber quedado dentro, y pensó que en ese momento la espera podría ser mucho más agradable si estuviese sentada frente a la ventana, tomando un té caliente o un chocolate mientras contemplaba a la gente pasar. Resignada, se acercó al quiosco de la glorieta y curioseó entre las cajas de películas antiguas, libros y otras promociones de los periódicos. En la calle, entre el pitido constante de los coches, varias furgonetas empezaban a quitar las luces de Navidad y Madrid volvía a recuperar la normalidad tras los días de fiestas y compras.

Volvió a mirar la hora. Tan solo llevaba esperando diez minutos, pero el frío hacía que se sintiera como si llevase allí horas. Abrió su bolso y sacó un cigarro que encendió con mucha dificultad. Pensó que fumar acabaría con la opresión en el pecho que llevaba dentro desde que salió de casa y que en esos momentos parecía agudizarse. “A saber qué querrás, Matías, para qué me habrás hecho venir hasta aquí”, se dijo mientras ajustaba la boina para que le tapara bien las orejas. Pensaba en el inminente encuentro, en lo que él necesitaría decirle con tanta urgencia que no había sido capaz de esperar hasta el día siguiente, martes, que era cuando se veían siempre. Se apartó un mechón de pelo rojizo que le caía sobre uno de los ojos y se enfundó los guantes agradeciendo el calor inmediato. En ese momento vio a Matías salir de la estación de metro. Respiró profundamente, se obligó a olvidar el dolor en el pecho, que ya era como un martilleo constante, y trató de aparentar la tranquilidad que había perdido en algún lugar del camino.

—Hola, Mati —saludó.

Él sonrió y le dio un beso. El tacto de su boca sobre la mejilla era cálido y agradeció la sensación, aunque notó cómo enseguida apartaba la mirada y rompía el contacto visual. Matías, mucho más alto que ella, vestía una cazadora de cuero negra que contrastaba con su piel blanca. Se colocó a su lado, con el rostro dividido entre la seriedad y la apatía y los labios apretados en un gesto tenso. Durante unos momentos, pareció olvidarse de que ella seguía ahí, mirándole en silencio con las manos cruzadas, como si aún esperase la llegada de alguien. Por fin, levantó la cabeza y ella se fijó en sus fríos ojos azules, un azul eléctrico, tirando a cobalto, un azul casi de tormenta. No necesitó mucho más para confirmar que sus pronósticos se habían cumplido, que ésa no iba a ser una buena mañana de comienzos de año. Miró el cielo grisáceo, apagado, con unas nubes oscuras a lo lejos que amenazaban lluvia.

—¿Tienes tiempo para un café? —preguntó ella, mientras señalaba el Comercial.

Tardaba tanto en contestar que acabó con la mirada en un escaparate de una tienda de Fuencarral, donde dos empleadas vestidas de negro colocaban con algo de esfuerzo unos llamativos carteles anunciando las rebajas.

—No, tengo cosas que hacer —dijo al fin Matías—. De hecho, tengo bastante prisa.

Ella asintió. Su respuesta sonó poco creíble, incluso falsa, y supo que los dos se habían dado cuenta de ello, pero no dijo nada. Después de sus palabras vacías volvieron a quedarse en silencio, el uno junto al otro. Ella murmuró algo en voz baja y sacó otro cigarro del bolso, más por sentirse entretenida que por pura necesidad. Había fumado mucho esa mañana y se hubiera aguantado con facilidad de no ser por la situación tan tensa. Sabía que él lo había dejado, pero estuvo tentada de ofrecerle uno para abrir hueco al diálogo. “Fumar en silenciosa compañía a veces es mejor que una buena conversación”, se dijo mientras rebuscaba en los bolsillos del abrigo, creyendo que el mechero estaría en uno de ellos. Al final, volvió a meter las manos en el bolso de cuero marrón y empezó a revolver entre las cosas. Matías, inmóvil a su lado, la observaba sin decir nada. El mechero se había colado en un agujero del forro y tardó en sacarlo.

Encendió el cigarro y siguió con la vista el ir y venir de los coches que pasaban por la glorieta. En ese momento, los operarios que retiraban las luces de Navidad se habían cambiado de acera, y ella los vio en la esquina de Fuencarral. Tuvo la sensación de llevar ahí toda la mañana, plantada como un árbol, los pies helados y los ojos fijos en la gente que caminaba con prisas rozándole el abrigo y a veces dándole pequeños empujones. Le molestó la situación, perder el tiempo parados en medio de la calle, como dos extraños que coinciden mientras esperan a otras personas y parece, si uno no se fija mucho, que están juntos. Acabó hartándose de los silencios de Matías, de mirar de reojo su rostro pálido, el pelo castaño que se le movía con el viento, y optó por mandar su orgullo de vuelta a casa.

—Si tienes prisa, al menos déjame que te acompañe. Me estoy quedando helada aquí de pie.

Él asintió y comenzaron a bajar por Sagasta en silencio. De algún modo, se dijo mientras tiraba el cigarro, había algo en Matías que intimidaba. Pensó, una vez más, en sus prolongados silencios, sus sonrisas enigmáticas y esos ojos azules, que hechizaban a cualquiera, y que solían cambiar de intensidad dependiendo de su estado de ánimo. No terminaba de acostumbrarse a él, pero la barrera había estado ahí desde el principio. No recordaba una época en la que él fuera diferente, aunque sí menos distante. Le parecía, sin embargo, que eso había ocurrido demasiado tiempo atrás y que si quería recordarlo estaba obligada a viajar a una época de la que ya no le quedaba nada. Existía entre ellos una especie de pacto por el cual nunca hablaban de lo que sentía el otro. No había imposiciones ni preguntas incómodas, tenían toda la libertad para hablar o callar, compartir las cosas o guardárselas para sí mismos. Así había empezado y supo en cuanto lo vio llegar esa mañana que iba a terminar de esa manera, que Matías no la había llamado para hablar o confesarle algo que le preocupaba. Ella hubiera traicionado el pacto mil veces, pero sobre todo, hubiera dado lo que fuese por romperlo ese día, por preguntarle qué era lo que pasaba por su cabeza, por qué habían quedado ahí, un día antes de lo previsto, con una urgencia amenazadora. Una vez más, sin embargo, se calló y no dijo nada hasta que él dio el primer paso.

—¿Cómo vas escribiendo? —preguntó de repente.

Ella aceleró el paso y se metió las manos en los bolsillos. Matías caminaba rápido y le costaba seguirlo.

—Un poco parada, bueno, más bien atascada. Me gustaría terminar antes de que empiecen las obras, aunque no me han dado un plazo fijo. Sé que tengo este año y no quiero desaprovecharlo.

—¿Y luego?

Esta vez fue ella la que se quedó en silencio, sorprendida. Ya habían hablado de eso varias veces, muchas veces de hecho, para lo poco que trataban en profundidad las cosas. No quiso responder y Matías tampoco insistió. De repente hizo un gesto brusco con la mano para indicarle que cruzaran de acera. Por cómo actuaba, a ella le pareció que no tenía muy claro hacia dónde se encaminaban. Le hubiera preguntado, pero en el fondo le daba igual el lugar, y tampoco le importaba si en realidad él tenía algo que hacer o solo estaba disimulando para matar el tiempo y que ella se hartara.

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