BREVE HISTORIA DE LA
MITOLOGÍA GRIEGA
Fernando López Trujillo
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve Historia de la Mitología Griega
Autor: Fernando López Trujillo
Copyright de la presente edición: © 2008 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Editor: Santos Rodríguez
Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Florencia Gutman
Maquetación: Ana Laura Oliveira
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ISBN: 978-84-9763-592-9
Libro electrónico: primera edición
Índice
CAPÍTULO 1: MITOLOGÍA Y SOCIEDAD
EN LA GRECIA ANTIGUA
CAPÍTULO 3: EL OLIMPO, RESIDENCIA
DE LOS DIOSES
CAPÍTULO 4: ZEUS Y HERA,
LA PAREJA DIVINA
CAPÍTULO 8: AMORES PARA
TODOS LOS GUSTOS
Introducción
L a sociedad griega clásica de los siglos VII al IV a.C., es a la que asignamos –sin que ella pueda rebatirnos– el mote de “cuna de la civilización occidental”. Pero, ¿será preciso decir que aunque con caracteres que le darán su originalidad, esta cultura tiene orígenes más diversos, y en buena medida orientales?
Es necesario apuntar primero, que los griegos nunca se llamaron a sí mismos griegos. “Graeci” fue el apelativo que les pusieron los expansivos romanos, pero aquéllos se denominaron a sí mismos helenos, y “Hélade” a la dilatada región que les vio dar sus primeros pasos en la carrera de la civilización.
El mar Egeo de los siglos XIII al IX a.C. es de una agitación fascinante; pareciera que un gigante hubiera hundido el pie en un hormiguero. Poblaciones de orígenes diversos se trasladan a una y otra margen de ese gran lago salado poblando la miríada de islas que llenan ese escenario. Hace cuatro mil años comenzó a asentarse en las riberas occidentales del Egeo un pueblo indoeuropeo emigrado del norte. Portaban una lengua original, el griego, y este será su mayor aporte al nuevo mundo que surgiría a orillas del mar Egeo.
La región se encontraba ya desde antaño habitada por pueblos que sin duda poseían culturas antiguas y notorias. Podría decirse que Creta es la verdadera cuna de esta nueva criatura, aunque ella misma es producto de otro nudo histórico anterior. A fines del tercer milenio ya Creta era un reino insular que mediante una armada de guerra logró establecer un régimen tributario (Talasocracia) sobre poblaciones de las islas cercanas, e incluso el Peloponeso y el Ática. Y era una sociedad aún más madura cuando ya en el segundo milenio se produzcan tantas transformaciones. En tiempos en que esos nuevos migrantes ávidos de tierras trastornen definitivamente el mundo del Egeo que narraran Homero y Hesíodo.
Hacia el 1200 a.C., cuando pareciera situar -se la acción que Homero reseña, una segunda oleada de migrantes invadió otra vez la península. Es notable que por casi cuatrocientos años no tengamos noticias, y casi ni registros del paso histórico de esta multitud de pueblos en movimiento. A dicha etapa se la suele denominar historiográficamente como “Edad Oscura”, un eufemismo para clasificar lo inclasificable por ausencia de fuentes.
Pero de pronto, hacia el siglo VIII a.C. asomó una nueva civilización, y esta se nos revela escribiendo en griego. Seguramente tal hallazgo ha de tener una larga cocina durante esos cuatro siglos, y entre los cucharones que se han hundido en esa marmita hay un decisivo aporte oriental. Porque ese mismo “griego” que les dará su identidad y las bases de su genio, necesitó de la habilidad lingüística de los fenicios que convirtió en signos los sonidos de esta lengua. Desde entonces sí, lo “griego” será aquella cultura raíz de la civilización europea que aún hoy impregna nuestra cotidianeidad.
Por aquel entonces, este pueblo era conocido como aqueo, así los denominó Homero. En La Iliada, la más antigua obra escrita en lengua griega, un poeta que quizá viviera hacia mediados del siglo IX a.C. nos cuenta de una ciudad protegida por colosales murallas y de formidables guerreros que peleaban en unas costas inhóspitas con sus barcos por retaguardia. Es un lugar común en la cultura universal, apelar al famoso “caballo de Troya” para referirse a una acción en que nuestro adversario se ha infiltrado en nuestras defensas. Pero ciertamente, bajo los muros de Troya, en el extremo occidental de Asia Menor, se desarrolló hace más de tres mil años el supremo drama de una humanidad que contaba entonces con una breve existencia histórica.
Los versos escritos o compilados por Homero cuatro siglos después, son el acta fundacional de la literatura en lengua griega. Pero ¿qué sabemos de la vida de Homero mismo? Bastante poco: se decía que fue un bardo ciego, que deam -bulaba de ciudad en ciudad y se ganaba la vida recitando sus poesías. Siete ciudades griegas reclamaban el ho nor de haberle visto mendigar el pan por sus calles, y otras tantas juraban guardar sus restos.
Se sabe más de Hesíodo. Según Herodoto nació hacia el 860 a.C., aunque algunos investigadores sitúan su nacimiento alrededor del año 750 a.C. y aun más tarde. El mismo Herodoto habría nacido cuatro siglos después y, si bien como padre de la Historia ha fijado algunas fechas más o menos seguras en el devenir humano, es claro que la fecha que brinda para el nacimiento de Hesíodo es más bien producto de un tanteo en la oscuridad más absoluta.
La leyenda cuenta que el padre de Hesíodo emigró de Cume (Asia Menor) a Ascra (Beocia), donde se supone que nació su hijo. Se dice que este se trasladó después a Orcomenos, donde murió; por lo menos su tumba se mostraba en dicho lugar en épocas posteriores. Tucídides, contemporáneo de Herodoto y testigo privilegiado de la guerra del Peloponeso (de la que nos dejará una minuciosa crónica), menciona una tradición según la cual fue muerto en el templo de Zeus Nemeo, en Oeneon de Lo cris, por los habitantes del lugar.
Pero la versión de que ambos (Hesíodo y Homero) tomaron parte en un concurso de poe sía, es un disparatado anacronismo. Sin embargo, es posible ver que ambas obras participan de un espíritu común. Tarde hemos venido a saber que aquello que Homero reseñaba, de una guerra que enfrentara a troyanos y aqueos por el espacio de una década en las arenas de la costa occidental de Asia Menor, no era un producto de su imaginación. A fines del siglo XIX las investigaciones del Dr. H. Schliemann dieron con la perdida ciudad de Troya, y aquella epopeya que por milenios fuera tenida por ficción adquirió de pronto caracteres definidamente históricos.
Seguramente tiene rasgos tanto más mitológicos la segunda obra atribuida a Homero, La Odisea. Pero nadie descartaría que muchas de las historias allí narradas cuenten con algún basamento cierto y, quién sabe, hasta verificable.
Por lo menos, es posible verificar históricamente numerosos detalles culturales y técnicos a los que refiere el texto. El mismo procedimiento puede aplicarse a La Teogonía de Hesíodo, una extensa génesis del entero panteón griego. En cambio, su otra obra conocida, Los Trabajos y los Días, es la más genuina muestra del temperamento práctico griego: un minucioso tratado que incluye métodos de labranza y de la debida observancia de las estaciones, un calendario y numerosos preceptos para la administración casera, comercio, elección de esposa, navegación y hasta educación de los niños. Porque si algo caracteriza a la cultura helena es su practicidad. El propio antropomorfismo de su religión es la prueba más cabal de su actitud práctica frente a la vida. Sus dioses cubren desde sus características específicas las más diversas necesidades de la sociedad griega. Su devoción no es extática, sus divinidades poseen todos los vicios y pasiones que inquietan a los pobres mortales. Esto es quizá lo que hace tan atractivo el relato de sus aventuras.
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