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Eduardo Galeano - Días y noches de amor y de guerra

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Eduardo Galeano Días y noches de amor y de guerra

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«Nadie es héroe por irse, ni patriota por quedarse»

Al cabo de diez años de obligado silencio, el semanario Aquí publicó esta entrevista en Montevideo. Fue el 27 de marzo de 1984. Daniel Cabalero formuló las preguntas por teléfono. Galeano contestó desde su casa de Calaella, en Barcelona. Hasta entonces, ninguna publicación uruguaya había mencionado su nombre. Todos sus libros estaban prohibidos.

¿Cuál ha sido tu producción literaria fuera del país?

—Una novela, La canción de nosotros, una especie de conversación con mi propia memoria, que se llama Días y noches de amor y de guerra, y los dos primeros volúmenes de la trilogía Memoria del fuego. El primero, Los nacimientos, se publicó hace un par de años; el segundo, Las caras y las máscaras, salió hace poco. Ahora empiezo a trabajar con el tercero. La trilogía Memoria del fuego es como Días y noches, pero con América: quiero decir, una conversación con la memoria de América, converso con ella como si fuera persona.

—¿Sobre la base Las venas abiertas, pero con un contenido más literario?

—El mismo tema, en cierto modo, pero multiplicado. Una tentativa de rescate de la memoria viva de América, y sobre todo de América Latina, en todas sus dimensiones, olores, colores, dolores… Que el lector sienta que la historia está ocurriendo mientras las palabras la cuentan. Que la historia huya de los museos y respire a pleno pulmón; que el pasado se haga presente. América Latina no solamente ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del caucho y del cobre y del petróleo. También le han expropiado la memoria. Le han secuestrado la memoria para que ella no sepa de dónde viene y para que no pueda averiguar adonde va.

—Las venas abiertas de América Latina la obra fundamental que cimentó tu prestigio de intelectual comprometido. ¿La escribirías de nuevo en los mismos términos?

—No, no, no. Eso sería como invitarme a mi propio entierro. La escribí hace trece o catorce años. Desde entonces, he cambiado. Estoy vivo; cambio todos los días. Asumo Las venas, eso sí, de cabo a rabo. No me arrepiento ni de una palabra; y sé que Las venas abiertas no ha mentido ni disparatado, y que ha servido y sirve para mostrar que no hay en este mundo ninguna riqueza que sea inocente y para mostrar cómo el subdesarrollo no es una etapa hacia el desarrollo, sino la consecuencia histórica del desarrollo ajeno. Pero ahora estoy metido en otra aventura, más abarcadora, mas abrazadora, que no repite a Las venas sino que amplía y profundiza el campo que Las venas me abrió. Quizás por ser un ensayo, Las venas me parece bastante unidimensional, quiero decir: ofrece la historia muy centrada en su dimensión político-económica y por eso puede resultar, a veces, un poquito esquemático. Y además, en estos años, cambié bastante el estilo. Tratamiento para adelgazar. Decir cada vez más, con menos.

En Buenos Aires, en estos tiempos de libertad, Las venas se ha convertido en un furor editorial. ¿Cómo ves esto de que la nueva generación, que nunca había oído hablar de vos, te descubra?

—Me parece que lo de furor exagera. Digamos buena suerte. Me alegra que haya reaparecido en Buenos Aires, con buena suerte, este libro maldito para la dictadura argentina y para otras dictaduras que lo elogiaron prohibiéndolo. Pero no se trata de este libro solamente, que poco significaría. Son miles de cosas que pasan… La Argentina presiente lo que ya está empezando a ocurrir en nuestro país. La Argentina se desata y se destapa. El pueblo quiere saber de qué se trata, al cabo de estos años de silencio y miedo. Está visto que se puede prohibir el agua. La sed, no.

Tu trayectoria y tu obra transitan por los caminos del periodismo y la literatura. ¿Cuál sería tu definición de ambas actividades?

—El periodismo, creo, es una forma de literatura. Yo no comparto la sacralización del libro como forma única de expresión literaria. Haciendo periodismo se puede hacer mala literatura, pero también hay libros que son perfectos mamarrachos. El periodismo está sometido a urgencias y tensiones que perjudican su nivel de calidad, pero también le dan fuerza y encanto. ¿Que la literatura es la eternidad y el periodismo el instante? Algunos de los más perdurables escritores latinoamericanos —José Martí, Carlos Quijano, Rodolfo Walsh, por ejemplo— han dado lo mejor de sí en el periodismo.

Se sabe que fuiste uno de los más precoces exponentes de una generación que decidió apostar por una patria digna, solidaria y justa. Ante las enormes dificultades para la concreción de semejantes expectativas, ¿en algún momento te sentiste desesperanzado?

—Cómo no. Y más de una vez. Yo desconfío, y aconsejo desconfiar, de los hombres de madera. El Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, cuenta que los dioses hicieron unos hombres de madera, a modo de ensayo, pero no funcionó: los hombres de madera se parecían al hombre y hablaban como el hombre, pero no tenían sangre ni aliento y por lo tanto tampoco desaliento.

¿Qué fue lo que más te ayudó para vencer la colonización mental y otras tranquilidades que propiciaban el Uruguay aquel en que naciste y que se ha dado en llamar «la tibia Arcadia»?

—La realidad. La realidad de un país en crisis, que apaleaba y expulsaba a sus trabajadores jóvenes. La tal Arcadia ya era tema de nostalgia o chiste cuando mi generación entró en escena.

Pueden reconocerse diferentes tipos de exilio. ¿Acaso ya lo habías sentido, de alguna manera, dentro de tu patria, cuando decidiste no usar públicamente tu primer apellido?

—Antes de escribir, yo dibujaba. Publicaba caricaturas en el semanario socialista El Sol. Las firmaba Gius, para que Hughes sonara claro en castellano, y no por faltarle el respeto a mi tatarabuelo gales. Cuando empecé a escribir, firmé Galeano, que es mi segundo apellido; y así seguí. A lo largo de los años he escuchado las más diversas interpretaciones sobre este asunto, incluyendo imaginarios conflictos de familia y otros disparates. La del «exilio interior» no la tenía. Pero bien se sabe que el nombre poco importa, en este mundo dónde una cárcel puede llamarse, pongamos por caso, Libertad.

¿Cómo anda tu disposición para aceptar críticas? Alguna vez se comentó que junto a tu aguda inteligencia corría un cierto estilo elitista, algo así como de aristocracia intelectual. ¿Habrá sido quizás una pose de juventud en un hombre que tan temprano conoció el éxito?

—Críticas, todas; pero por favor, que sean de frente. No me gusta ese «alguna vez», y menos me gusta el «se comentó…». ¿Cuándo, quién? Y no es por defenderme. Me consta que en el zoológico humano los escritores estamos en la jaula de los pavos reales; y no es fácil salirse. De todos modos, nunca he creído menos que ahora en eso que llaman éxito, ni en la ideología reaccionaria que hace de la vida un sistema de recompensas y castigos; y me siento a muchos años luz de cualquier tentación narcisista.

¿Te cambió mucho el exilio? ¿Cómo lo definirías?

El exilio me ha enseñado nuevas humildades y paciencias. Creo que el exilio es un desafío. Empieza siendo un tiempo de penitencia, nacido de una impotencia o de una derrota, y se precisan humildades y paciencias para convertirlo en tiempo de creación y para asumirlo como un frente más de lucha. Entonces uno mira hacia adelante y descubre que la nostalgia es buena, tirón de tierra, señal de que uno no ha nacido de una nube, pero la esperanza es mejor. El proceso no resulta nada fácil, sobre todo para miles y miles de trabajadores uruguayos condenados al desarraigo bajo muy lejanos cielos, en países que hablan otras lenguas y sienten y piensan de otro modo y donde el exilio es una cotidiana lucha a brazo partido. Yo tuve suerte. Pude trabajar siempre en lo mío y nunca dejé de escribir, como desmintiendo aquello del Martín Fierro, cuando dice que vaca que muda de querencia demora la parición. El exilio me confirmó que la identidad no es cuestión de domicilio ni de documentos: soy uruguayo viva donde viva y aunque me nieguen el pasaporte. Y en estos diez años, que ya van para once, perdí el pelo pero nada más: se me han multiplicado la pasión solidaria, el impulso incesante de crear y de amar y la capacidad de indignación ante la injusticia. Yo estaba, siempre estuve, con el toro. Sigo estando.

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