Eduardo Galeano - Las caras y las máscaras
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- Libro:Las caras y las máscaras
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Las caras y las máscaras: resumen, descripción y anotación
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Las caras y las máscaras — leer online gratis el libro completo
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Este libro es el segundo volumen de la trilogía Memoria del fuego. No se trata de una antología, sino de una obra de creación literaria. El autor se propone narrar la historia de América, y sobre todo la historia de América Latina, revelar sus múltiples dimensiones y penetrar sus secretos. El vasto mosaico llegará, en el tercer volumen, hasta nuestros días. Las caras y las máscaras abarca los siglos XVIII y XIX.
«Los relatos componen así un mosaico de figuras móviles, vivas, ajenas al mármol silencioso de los monumentos. América Latina no solamente ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del caucho y del cobre y del petróleo. También le han expropiado la memoria para que no sepa de dónde viene y no pueda averiguar adónde va. Memoria del fuego es una tentativa de rescate de la historia viva de América en todas sus dimensiones, olores, colores, dolores. El primer volumen de la serie comienza en la etapa precolombina y se extiende hasta el siglo XVII, el segundo abarca los siglos XVIII y XIX, y el último llega hasta nuestros días. Que el lector sienta que la historia está ocurriendo mientras las palabras la cuentan. Que la historia huya de los museos y respire a pleno pulmón. Que el pasado se haga presente». EDUARDO GALEANO
Eduardo Galeano
Memoria del fuego - 2
ePub r1.1
Titivillus 03.08.15
Título original: Las caras y las máscaras (Memoria del fuego, 2)
Eduardo Galeano, enero de 1984
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Este libro está dedicado a Tomás Borge, a Nicaragua
Además de los amigos que figuran en Los nacimientos y que continuaron colaborando a lo largo de este segundo volumen, muchos otros han facilitado el acceso del autor a la bibliografía necesaria. Entre ellos, Mariano Baptista Gumucio, Olga Behar, Claudia Canales, Hugo Chumbita, Galeno de Freitas, Horacio de Marsilio, Bud Flakoll, Piruncha y Jorge Galeano, Javier Lentini, Alejandro Losada, Paco Moncloa, Lucho Nieto, Rigoberto Paredes, Rius, Lincoln Silva, Cintio Vitier y René Zavaleta Mercado.
Esta vez padecieron la lectura del borrador Jorge Enrique Adoum, Mario Benedetti, Edgardo Carvalho, Antonio Doñate, Juan Gelman, María Elena Martínez, Ramírez Contreras, Lina Rodríguez, Miguel Rojas-Mix, Nicole Rouan, Pilar Royo, César Salsamendi, José María Valverde y Federico Vogelius. Sugirieron varios cambios y evitaron bobadas y disparates.
Nuevamente Helena Villagra acompañó este trabajo paso a paso, compartiendo vuelos y tropezones, con misteriosa paciencia, hasta la última línea.
Yo no sé dónde nací,
ni sé tampoco quién soy
No sé de dónde he venío
Soy gajo de árbol caído
que no sé dónde cayó.
¿Dónde estarán mis
raíces? ¿De qué árbol soy
rama yo?
(Coplas populares
de Boyacá, Colombia)
El tigre azul romperá el mundo.
Otra tierra, la sin mal, la sin muerte, será nacida de la aniquilación de esta tierra. Así lo pide ella. Pide morir, pide nacer, esta tierra vieja y ofendida. Ella está cansadísima y ya ciega de tanto llorar ojos adentro. Moribunda atraviesa los días, basura del tiempo, y por las noches inspira piedad a las estrellas. Pronto el Padre Primero escuchará las súplicas del mundo, tierra queriendo ser otra, y entonces soltará al tigre azul que duerme bajo su hamaca.
Esperando ese momento, los indios guaraníes peregrinan por la tierra condenada.
—¿Tienes algo que decirnos, colibrí?
Bailan sin parar, cada vez más leves, más volando, y entonan los cantos sagrados que celebran el próximo nacimiento de la otra tierra.
—¡Lanza rayos, lanza rayos, colibrí!
Buscando el paraíso han llegado hasta las costas de la mar y hasta el centro de América. Han rondado selvas y sierras y ríos persiguiendo la tierra nueva, la que será fundada sin vejez ni enfermedad ni nada que interrumpa la incesante fiesta de vivir. Los cantos anuncian que el maíz crecerá por su cuenta y las flechas se dispararán solas en la espesura; y no serán necesarios el castigo ni el perdón, porque no habrá prohibición ni culpa.
(72 y 232)
Estos números indican las fuentes documentales que el autor a consultado y remiten a la lista que se publica en el apartado fuentes.
Los indios chiriguanos, del pueblo guaraní, navegaron el río Pilcomayo, hace años o siglos, y llegaron hasta la frontera del imperio de los incas. Aquí se quedaron, ante las primeras alturas de los Andes, en espera de la tierra sin mal y sin muerte. Aquí cantan y bailan los perseguidores del paraíso.
Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra escrita, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en las alforjas.
Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre piel de Dios, porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos.
(233 y 252)
El padre Antonio Vieira murió al filo del siglo, pero no su voz, que continúa abrigando el desamparo. En tierras del Brasil suenan recientes, siemprevivas, las palabras del misionero de los infelices y los perseguidos.
Una noche, el padre Vieira habló sobre los más antiguos profetas. Ellos no se equivocaban, dijo, cuando leían el destino en las entrañas de los animales que sacrificaban. En las entrañas, dijo. En las entrañas, no en la cabeza, porque mejor profeta es el capaz de amor que el capaz de razón.
(351)
En su gabinete de París, está dudando un sabio en geografías. Guillaume Deslile dibuja exactos mapas de la tierra y del cielo. ¿Incluirá a El Dorado en el mapa de América? ¿Pintará el misterioso lago, como ya es costumbre, en alguna parte del alto Orinoco? Deslile se pregunta si existen en verdad las aguas de oro que Walter Raleigh describió grandes como el mar Caspio. ¿Son o han sido de carne y hueso los príncipes que se sumergen y nadan, ondulantes peces de oro, a la luz de las antorchas?
El lago figura en todos los mapas hasta ahora dibujados. A veces se llama El Dorado; a veces, Parima. Pero Deslile conoce, de oídas o leídas, testimonios que lo hacen dudar. Buscando El Dorado muchos soldados de fortuna han penetrado el lejano nuevo mundo, allá donde se cruzan los cuatro vientos y se mezclan todos los colores y dolores, y no han encontrado nada. Españoles, portugueses, ingleses, franceses y alemanes han atravesado abismos que los dioses americanos habían cavado con uñas o dientes, han violado selvas recalentadas por el humo de tabaco soplado por los dioses, han navegado ríos nacidos de los árboles gigantes que los dioses habían arrancado de raíz, y han atormentado o matado indios que los dioses habían creado con saliva, aliento o sueño. Pero al aire se ha ido y al aire se va, siempre, el oro fugitivo, y se desvanece el lago antes de que nadie llegue. El Dorado parece el nombre de una fosa sin ataúd ni sudario.
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