• Quejarse

Eduardo Galeano - Nosotros decimos no

Aquí puedes leer online Eduardo Galeano - Nosotros decimos no texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1989, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Eduardo Galeano Nosotros decimos no
  • Libro:
    Nosotros decimos no
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1989
  • Índice:
    3 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 60
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Nosotros decimos no: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Nosotros decimos no" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Eduardo Galeano: otros libros del autor


¿Quién escribió Nosotros decimos no? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Nosotros decimos no — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Nosotros decimos no " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Nosotros decimos no al elogio del dinero y de la muerte Decimos no a un - photo 1

Nosotros decimos no al elogio del dinero y de la muerte. Decimos no a un sistema que pone precio a las cosas y a la gente, donde el que más tiene es el que más vale, y decimos no a un mundo que destina a las armas de guerra dos millones de dólares cada minuto, mientras cada minuto mata treinta niños por hambre o enfermedad curable. La bomba de neutrones que salva a las cosas y aniquila a la gente, es un perfecto símbolo de nuestro tiempo. Para el asesino sistema que convierte en objetivos militares a las estrellas de la noche, el ser humano no es más que un factor de producción y de consumo y un objeto de uso; el tiempo, no más que un recurso económico; y el planeta entero una fuente de renta que debe rendir hasta la última gota de su jugo. Se multiplica la pobreza para multiplicar la riqueza, y se multiplican las armas que custodian esa riqueza, riqueza de poquitos, y que mantienen a raya la pobreza de todos los demás, y también se multiplica, mientras tanto, la soledad: nosotros decimos no a un sistema que no da de comer ni da de amar, que a muchos condena al hambre de comida y a muchos más al hambre de abrazos.

Eduardo Galeano Nosotros decimos no Crónicas 1963-1988 ePub r10 Titivillus - photo 2

Eduardo Galeano

Nosotros decimos no

Crónicas, 1963-1988

ePub r1.0

Titivillus 03.12.16

Eduardo Galeano, 1989

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A mis hijos Este libro reúne los principales trabajos periodísticos que Galeano - photo 3

A mis hijos

Este libro reúne los principales trabajos periodísticos que Galeano escribió a lo largo de un cuarto de siglo, entre 1963 y 1988, incluyendo también un par de discursos. Algunos de estos textos han sido previamente recopilados en otros libros de menor extensión.

Yo soy parte del sol, como mis ojos son parte de mí. Mis pies saben perfectamente que yo soy parte de la tierra; y mi sangre es parte de la mar. No hay ninguna parte de mí que exista por su cuenta, excepto, quizás, mi mente; pero en realidad mi mente no es más que un fulgor del sol sobre la superficie de las aguas.

D. H. Lawrence

EL SÍMBOLO URUGUAYO DEL MAL

Esta historia empieza con una llamada telefónica. A fines del año 49, el comisario Copello recibió una denuncia anónima. Lo de todos los días: un chiquilín travieso molesta a los vecinos del barrio, mata gallinas, tira pedradas a los techos. Pocos días después, la monja firma el recibo en el asilo: Zelacio Duran Naveiras, de once años de edad, es internado «en calidad de depósito». De ahí en adelante, del asilo a la Colonia Suárez, de la Colonia a la cárcel, el Cacho alimentará la crónica roja sin descanso, sin darse ni dar tregua: será el símbolo uruguayo del Mal. Los delitos se sucederán de menor a mayor, del juego al crimen; la población, escandalizada, clamará por su seguridad hecha humo. Ya en el 55, se alzaron voces pidiendo la pena de muerte: silla eléctrica para el criminal. Una comisión especial de la Cámara discutió, por entonces, varios proyectos destinados, no a recuperar a los siniestros infanto-juveniles, sino a poner a salvo a los adultos de su peligrosa proximidad. Había caído en definitivo desuso el artículo del Código del Niño que prohíbe publicar nombres y fotos de menores delincuentes. Desde la primera página de los diarios, el Cacho enfrentaba el relámpago del magnesio; los canillitas voceaban su nombre: el crimen del día.

La marea había ido subiendo. Al principio eran robos insignificantes: unos paquetes de manteca, un destornillador. Muchas veces se fugó del albergue; le tomó el gusto a la libertad; vendía diarios, comía y dormía donde se le daba la gana. Se hizo punguista. Después, un delincuente experimentado le enseñó a robar coches haciendo puente de contacto con alambres de cobre. Roba sus primeros autos nada más que para pasear, hasta que aprende a arrancar las radios y los faros. Aparece la primera mujer: dieciocho años, él quince; la policía los atrapa en una pensión de la calle Zabala. A mediados del 54, hace ya dos años que conoce la picana eléctrica, el caballete, los chalecos de fuerza. Cae preso nuevamente y sufre una crisis nerviosa: se da de cabeza contra la ventana de la comisaría, se corta los brazos y la cara con una hoja de afeitar. Fuga del manicomio a los diez días. Empieza a proteger sus huidas a balazos. Después, todos lo saben: un bombero arrollado en la calle, una salvaje violación, el asesinato de un policía. El Cacho y su banda tienen en jaque a la sociedad.

Cada ciudadano se considerará, en lo sucesivo, con autoridad y fuerza moral de sobra para arrojar la primera piedra contra este joven maldito. Corre peligro el honor de las hijas, la seguridad de las cerraduras, la propia vida. Una filosofía de película de gangsters enciende los corazones: el villano está ahí, mágico y abominable, marcado, como Caín, en la frente. La furia no hace cuestión de detalles: si estaba o no, el Cacho, al volante del auto que atropelló al bombero, poco importa. Tampoco los 12 otros atenuantes: él no tocó a la obrera textil que sus compañeros violaron en los arenales de Carrasco, ni fue quien disparó el primer balazo cuando el policía lo persiguió por la calle Rivera. El mito se infla sin que importen los hechos ni las causas que los engendraron. Redentores del mundo, honestos ciudadanos sedientos de justicia, seguirán empujando a el Cacho hacia las alucinantes luces y sombras del mundo del hampa. ¿Culpa del destino? No: de las circunstancias.

Conocí al monstruo el otro día. No es un personaje de Mickey Spillane. Lástima grande, pero la vida nada tiene que ver con las seriales de TV. Quienes se complacen mirando historietas de sangre y tiroteos y puños de acero en las pantallas, espectadores morbosos aunque pasivos, se sentirían, seguramente, desorientados. Y sería difícil que reconocieran a el Cacho aquellos que han reclamado para él castigos reservados a las bestias y a los Grandes Culpables de la Historia. De estatura mediana, un poco gordo y bastante miope, no parece nada temible. Por lo menos de pinta, ya nunca más feroz: al tigre le arrancaron los colmillos, le cortaron las uñas. Y, sin embargo, desde el punto de vista de la opinión pública, no puede desprenderse de su fama. ¿Está condenado? ¿Por qué?

El Cacho es también el Mincho y es tantos otros: habitante de la tierra, no del infierno. Un informe médico premonitorio, de agosto del 51, lo califica de «clínicamente normal», y dice: «Necesitaría estar un largo tiempo internado, siempre que sea debidamente dirigido y educado. De lo contrario, su internación podría serle de resultado negativo». ¿Conoce el lector la Colonia Suárez? ¿Conoce el lector el cuadro para presos del Hospital Vilardebó? Los seis muchachos protagonistas de la horrible violación de marzo del 55 eran prófugos de la Colonia; los seis fueron internados en el Vilardebó. Diez días antes, un nuevo informe médico sobre el Cacho delataba «alteraciones mentales que hacen necesaria su hospitalización en un establecimiento apropiado para su observación y tratamiento». Ese establecimiento no existe en nuestro país.

Cuando los menores se fugan de la Colonia Suárez, no pierden más que una cama sucia y una comida no siempre fácil de digerir: una vida aburrida y estúpida, orientada por empleados y cuidadoras sin ninguna preparación especial ni otro mérito que la recomendación del club político. El papel pintado de las leyes, poca relación guarda con esta sórdida realidad. El menor que no es delincuente al entrar en la Colonia, sale de allí diplomado para el hampa, como quien egresa de una academia. Oficios no se enseñan, aunque los muchachos se las arreglan para aprender a manejar las ganzúas. Hay un solo taller de carpintería en toda la Colonia, pero es como si no existiera, porque no tiene material para trabajar. No se prepara a nadie para otro futuro que el de la crónica roja. El pabellón de seguridad, el tristemente célebre Pabellón Asencio, es una cárcel del silencio y la incomunicación: apenas ahora, desde hace muy poco tiempo, se admite que los menores «peligrosos» puedan salir de sus celdas individuales. Por hastío o por resentimiento, el menor se escapa, se lanza a la búsqueda de la aventura que el delito le promete. Si cuando cumple la mayoría de edad, sale, digamos, regenerado, no conseguirá trabajo: pocos patrones hay dispuestos a emplear a los muchachos que provienen del Consejo del Niño. Pero si excepcionalmente consiguiera trabajo, la policía, que para eso sí tiene tiempo, denunciará al «chorrito» para que lo echen. Hasta las puertas de los cuarteles están cerradas para él.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Nosotros decimos no»

Mira libros similares a Nosotros decimos no. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Nosotros decimos no»

Discusión, reseñas del libro Nosotros decimos no y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.