Eduardo Galeano - El siglo del viento
Aquí puedes leer online Eduardo Galeano - El siglo del viento texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1986, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:El siglo del viento
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1986
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El siglo del viento: resumen, descripción y anotación
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El siglo del viento — leer online gratis el libro completo
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Volumen final de la trilogía Memoria del fuego, este libro no es una antología, sino una creación literaria, que se apoya en bases documentales pero se mueve con entera libertad. El autor ignora a qué género pertenece esta obra: narrativa, ensayo, poesía épica, crónica, testimonio… Quizás pertenece a todos y a ninguno. El autor cuenta lo que ha ocurrido, la historia de América y sobre todo la historia de América Latina, y quisiera hacerlo de tal manera que el lector sienta que lo ocurrido vuelve a ocurrir cuando el autor lo cuenta.
Eduardo Galeano
Memoria del fuego - 3
ePub r1.1
Titivillus 24.08.15
Título original: El siglo del viento (Memoria del fuego, 3)
Eduardo Galeano, 1986
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Este libro
está dedicado a Mariana, la Pulguita.
y agarrándonos del viento con las uñas
Juan Rulfo
es el volumen final de la trilogía Memoria del fuego. No se trata de una antología, sino de una creación literaria, que se apoya en bases documentales pero se mueve con entera libertad. El autor ignora a qué género pertenece esta obra: narrativa, ensayo, poesía épica, crónica, testimonio… Quizás pertenece a todos y a ninguno. El autor cuenta lo que ha ocurrido, la historia de América y sobre todo la historia de América Latina; y quisiera hacerlo de tal manera que el lector sienta que lo ocurrido vuelve a ocurrir cuando el autor lo cuenta.
A la cabeza de los capítulos se indica el año y el lugar de cada acontecimiento, salvo en ciertos textos que no se sitúan en determinado momento o lugar. Al pie, los números señalan las principales obras que el autor ha consultado en busca de información y marcos de referencia. La ausencia de números revela que en ese caso el autor no ha consultado ninguna fuente escrita, o que obtuvo su materia prima de la información general de periódicos o de boca de protagonistas o testigos. La lista de las fuentes consultadas se ofrece al final.
Las transcripciones literales se distinguen en letra bastardilla.
nació en Montevideo, Uruguay, en 1940. Eduardo Hughes Galeano es su nombre completo. Se inició en periodismo en el semanario socialista El Sol, publicando dibujos y caricaturas políticas que firmaba Gius, por la dificultosa pronunciación castellana de su primer apellido. Luego fue jefe de redacción del semanario Marcha y director del diario Época y de algunos semanarios en Montevideo. En 1973 se exilió en la Argentina, donde fundó y dirigió la revista Crisis. Desde fines de 1976, vivió exiliado en España. A principios de 1985 regresó a su país, donde reside actualmente.
Ha publicado varios libros. Entre ellos, Las venas abiertas de América Latina, editado por Siglo XXI en 1971, los premios de Casa de las Américas La canción de nosotros (1975) y Días y noches de amor y de guerra (1978), y los dos primeros volúmenes de esta trilogía: Los nacimientos (1982) y Las caras y las máscaras (1984).
A Helena Villagra, que tanto ayudó en cada una de las etapas del trabajo. Sin ella, Memoria del fuego no hubiera sido posible;
a los amigos cuya colaboración se agradeció en los volúmenes anteriores, y que también ahora colaboraron arrimando fuentes, pistas, sugerencias;
a Alfredo Ahuerma, Susan Bergholz, Leonardo Cáceres, Rafael Cartay, Alfredo Cedeño, Alessandra Riccio, Enrique Fierro, César Galeano, Horacio García, Sergius Gonzaga, Berta y Fernanda Navarro, Eric Nepomuceno, David Sánchez-Juliao, Andrés Soliz Rada y Julio Valle-Castillo, que facilitaron el acceso a la bibliografía necesaria;
a Jorge Enrique Adoum, Pepe Barrientos, Álvaro Barros-Lémez, Jean-Paul Borel, Rogelio García Lupo, Mauricio Gatti, Juan Gelman, Santiago Kovadloff, Ole Ostergaard, Rami Rodríguez, Miguel Rojas-Mix, Nicole Rouan, Pilar Royo, José María Valverde y Daniel Vidart, que leyeron los borradores con china paciencia.
El mundo continúa
Hubo quien gastó los ahorros de varias generaciones en una sola parranda corrida. Muchos insultaron a quien no podían y besaron a quien no debían, pero nadie quiso acabar sin confesión. El cura del pueblo dio preferencia a las embarazadas y a las recién paridas. El abnegado sacerdote pasó tres días y tres noches clavado en el confesionario, hasta que se desmayó por indigestión de pecados.
Cuando llegó la medianoche del último día del siglo, todos los habitantes del pueblo de San José de Gracia se prepararon para bien morir. Mucha ira había acumulado Dios desde la fundación del mundo, y nadie dudó de que era llegado el momento de la reventazón final. Sin respirar, ojos cerrados, dientes apretados, las gentes escucharon las doce campanadas de la iglesia, una tras otra, muy convencidas de que no habría después.
Pero hubo. Hace rato que el siglo veinte se ha echado a caminar y sigue como si nada. Los habitantes de San José de Gracia continúan en las mismas casas, viviendo o sobreviviendo entre las mismas montañas del centro de México, para desilusión de las beatas, que esperaban el Paraíso, y para alivio de los pecadores, que encuentran que este pueblito no está tan mal, al fin y al cabo, si se compara.
(200)1
1 Los números al pie indican las fuentes documentales que el autor ha consultado y remiten a la lista que se publica en las páginas finales.
Edison
Por sus inventos recibe luz y música el siglo que nace.
La vida cotidiana lleva el sello de Thomas Alva Edison. Su lámpara eléctrica ilumina las noches y su fonógrafo guarda y difunde las voces del mundo, que nunca más se perderán. Se habla por teléfono gracias al micrófono que Edison agregó al aparato de Graham Bell y se ve cine por el proyector con que él completó el invento de los hermanos Lumiére.
En la oficina de patentes se agarran la cabeza cada vez que lo ven aparecer. Edison no deja pasar un minuto sin crear algo. Así ocurre desde que era un niño vendedor de periódicos en los trenes y un buen día decidió que bien podía hacerlos además de venderlos. Y puso manos a la obra.
(99 y 148)
Rodó
El Maestro, estatua que habla, lanza su sermón a las juventudes de América.
José Enrique Rodó reivindica al etéreo Ariel, espíritu puro, contra el salvaje Calibán, el bruto que quiere comer. El siglo que nace es el tiempo de los cualquieras. Quiere el pueblo democracia y sindicatos; y advierte Rodó que la multitud bárbara puede pisotear las cumbres del reino del espíritu, donde tienen su morada los seres superiores. El intelectual elegido por los dioses, grande hombre inmortal, se bate en defensa de la propiedad privada de la cultura.
También ataca Rodó a la civilización norteamericana, fundada en la vulgaridad y el utilitarismo. Le opone la tradición aristocrática española, que desprecia el sentido práctico, el trabajo manual, la técnica y otras mediocridades.
(273, 360 y 386)
Ésta es América, y al sur la nada
Andrew Carnegie vende, en 250 millones de dólares, el monopolio del acero. Lo compra el banquero John Pierpont Morgan, dueño de la General Electric, y así funda la United States Steel Corporation. Fiebre del consumo, vértigo del dinero cayendo en cascadas desde lo alto de los rascacielos: los Estados Unidos pertenecen a los monopolios, y los monopolios a un puñado de hombres, pero multitudes de obreros acuden desde Europa, año tras año, llamados por las sirenas de las fábricas, y durmiendo en cubierta sueñan que se harán millonarios no bien salten sobre los muelles de Nueva York. En la edad industrial, Eldorado está en los Estados Unidos; y los Estados Unidos son América.
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