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Frederick Kempe - Berlín 1961

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Frederick Kempe Berlín 1961
  • Libro:
    Berlín 1961
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2011
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Berlín 1961: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Mi relación con Berlín empezó en el útero materno.

Mi madre, Johanna Schumann Kempe, nació el 30 de enero de 1919 en el barrio de Pankow de lo que más tarde sería el Berlín Este comunista. Ella y su familia emigraron a Estados Unidos en 1930, tres años antes del inicio del Tercer Reich. A menudo me contó cómo, de adolescente, regresó a Berlín en 1936 y asistió a los Juegos Olímpicos organizados por Adolf Hitler, donde su «raza superior» se llevó la mayoría de medallas pero se vio eclipsada por el atleta estadounidense negro Jesse Owens, cuyas cuatro medallas de oro los berlineses celebraron de forma entusiasta. Mi madre se llevó de souvenir a Estados Unidos un libro de fotografías que aún hoy se encuentra en mi biblioteca, como recordatorio de los numerosos dramas de Berlín.

Como la mayoría de berlineses, mi madre se sentía extraordinariamente orgullosa de sus orígenes. Los berlineses se consideran a sí mismos una estirpe aparte de sus compatriotas alemanes. Mi madre insistía siempre en que los berlineses son más abiertos de mente y más flexibles que el resto de los alemanes, y también más ingeniosos y sofisticados.

Mi padre, también alemán pero con un pedigrí mucho más provinciano, tuvo que aguantar durante toda su vida las ideas de mi madre acerca de la excepcionalidad de los berlineses. Nacido el 21 de mayo de 1909 en el pueblo de Leubsdorf, en la Sajonia rural, mi padre creció en Kleinzschachwitz, cerca de Dresde, antes de emigrar a Estados Unidos en 1928. Lo que unió a una profesora de escuela como mi madre y a un panadero como mi padre fue que ambos habían crecido en partes de Alemania que cayeron bajo dominio soviético tras la Segunda Guerra Mundial. La construcción del Muro de Berlín en 1961 partió a nuestra familia en dos. Recuerdo cómo cada año, por Navidades, mis padres enviaban unos enormes paquetes a sus familiares de la Alemania del Este, llenos de productos que éstos no podían comprar. Una de las cosas que más lamento es que ambos murieran un año antes de poder ver como el Muro de Berlín se hundía bajo su opresivo peso, en 1989.

Así pues, y principalmente, estoy en deuda con mi madre y mi padre, sin los que jamás habría escrito este libro. De ellos aprendí el significado de Berlín como la línea que dividía el mundo libre de un mundo sin libertad. Fueron mis padres quienes me inculcaron la indignación tanto contra quienes impusieron como contra quienes toleraron el sistema opresivo que encerró a dieciocho millones de sus compatriotas alemanes (y, por ende, a decenas de millones de europeos del Este) tras los muros de hormigón, las alambradas de púas, las torres de guardia y los policías armados de Berlín.

Pero también debo dar las gracias a muchas personas más. Vaya mi gratitud, una vez más, para Neil Nyren, mi editor por cuarta vez ya en Putnam, cuya labor resultó crucial en cada fase de este proyecto, desde el desarrollo del concepto hasta los toques finales. Su destreza y su creatividad introdujeron grandes mejoras en el manuscrito de este libro. Gracias también a una de las agentes más dotadas del mundo, Esther Newberg, que junto con Neil me disuadió de perseguir proyectos menos prometedores para concentrarme en éste.

Gracias también a Ivan Held, presidente de Putnam y un hombre enormemente creativo; a Marilyn Ducksworth y su equipo de publicidad, y al grupo que dirige Meredith Dros, incluida Sara Minnich, que se encargaron de preparar el e-book. Mi agradecimiento especial para John Makinson, gran amigo desde hace tantos años y visionario dentro de Penguin, que siempre tiene un sabio consejo a mano.

También estoy en deuda con los cronistas que me precedieron y que relataron partes de esta historia. He confeccionado una bibliografía íntegra para que el lector pueda tener acceso a todos los textos que he consultado durante los más de seis años que he dedicado a investigar y redactar este libro. Sin embargo, me parece oportuno citar a quienes más han influido en mi interpretación de los hechos: Hope Harrison y Mario Frank sobre Ulbricht y su relación con Jrushchov; Hans Peter Schwartz y Charles Williams sobre Adenauer; Strobe Talbott y su extraordinario trabajo sobre las memorias de Jrushchov, y Michael Beschloss, Robert Dallek, Christopher Hilton, Fred Kaplan, Timothy Naftali y Aleksandr Fursenko, Robert Slusser, Jean Edward Smith, W. M. Smyser, Frederick Taylor, Theodore Sorensen y Peter Wyden, autores todos ellos de destacadas obras. Existen también dos textos, obras de Norman Gelb y Curtis Cate, que se centran en agosto de 1961 y que merecen mi reconocimiento, pues fueron escritos por testigos que guardaron una gran proximidad con los hechos de la época.

Sin embargo, y a pesar del buen trabajo realizado sobre el tema, pronto me di cuenta de que ninguno de esos libros había logrado reunir todas las piezas que provocaron los hechos que se desencadenaron en Berlín en 1961. Mi objetivo era escribir una historia legible y acreditada, que fuera de interés tanto para los expertos como para el lector general y que analizara todos los testimonios históricos disponibles y los combinara con el material recientemente desclasificado en Estados Unidos, Alemania y Rusia.

En la consecución de ese reto, debo mi mayor agradecimiento al talentoso y ingenioso Nicholas Siegel, mi asistente de investigación durante la parte más crucial del proyecto. Gracias también a Roman Kilisek por su meticulosa, rigurosa y concienzuda labor durante las últimas etapas del proyecto. Estoy profundamente agradecido a Natascha Braumann y Alexia Huffman, mis secretarias personales, que contribuyeron en gran medida a este libro al tiempo que dirigían con brillantez la oficina ejecutiva del Atlantic Council. También estoy en deuda con las diversas personas que me echaron una mano durante el proceso de investigación: Milena Brechenmacher, Bryan Hart, Petra Krischok, Maria Panina y Dieter Wulf. La experta labor de investigación fotográfica de Susan Hormuth también permitió desenterrar material excepcional para el libro y sus diversas versiones electrónicas, y Natascha, una vez más, hizo una gran labor al dotar de sentido las montañas de material. Gracias también a Maryrose Grossman y Michelle DeMartino, de la biblioteca John F. Kennedy, y a William Burr, del Archivo de Seguridad Nacional.

Estoy también en deuda con mis colegas de mi antigua empresa, el Wall Street Journal, y con el Atlantic Council de Estados Unidos, donde trabajo ahora. Gracias en particular a mi antiguo jefe en el Wall Street Journal, Paul Steiger, y también a Jim Pensiero, por permitirme escribir este libro. En el Atlantic Council, nuestro sabio presidente emérito Henry Catto y el entonces presidente Jan Lodal me animaron a seguir con este proyecto. Estoy también muy agradecido al general Brent Scowcroft, una de las personas más extraordinarias de Estados Unidos, y a Virginia Mulberger, una mujer con un criterio y un carácter excepcionales, por su amistad, su inspiración y su apoyo. A lo largo de este proyecto, he contado también con los sabios consejos de Richard Steele.

He tenido la gran suerte de poder trabajar como director general del Atlantic Council bajo las órdenes de dos hombres que se cuentan entre los principales líderes y mentores del país: el senador Chuck Hagel y el general Jim Jones. El senador Hagel, nuestro actual presidente, encarna el liderazgo coherente, fundado y bipartidario que tanto necesita Estados Unidos. Todos los estadounidenses se han beneficiado de los 42 años de excelente servicio público del general Jones, más recientemente como asesor de seguridad nacional del presidente Obama.

Gracias en especial a Walter Isaacson por apoyar este proyecto desde el principio. Gracias a los muchos estadounidenses y berlineses que compartieron sus experiencias y a David Acheson, por permitirme tener acceso a la correspondencia de su padre. También estoy en deuda con Vern Pike por compartir conmigo su manuscrito, aún no publicado, sobre la época que pasó en Berlín.

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