Mucho se ha hablado y escrito sobre la caída del Muro de Berlín. Muy poco, en cambio, sobre su construcción. Y sin embargo fue el acontecimiento más decisivo de la guerra fría y nunca como en esos meses de 1961 el mundo estuvo tan cerca de la Tercera Guerra Mundial.
¿Quién y por qué decidió la construcción del Muro de Berlín? ¿Qué papel desempeñaron las relaciones personales entre J. F. Kennedy y Nikita Jrushchov? ¿Y la China de Mao? ¿Qué llevó en aquellas tensas semanas de octubre de 1961 a los tanques norteamericanos y soviéticos a apuntarse mutuamente a tan sólo unos metros de distancia en las calles de Berlín?
Un error, los nervios de un soldado o un mando militar demasiado celoso y hubiera prendido la mecha de la primera guerra nuclear de la historia. Por eso Berlín fue en 1961 el lugar más peligroso de la tierra.
Basado en documentos soviéticos, alemanes y norteamericanos recientemente desclasificados, Berlín 1961 nos ofrece una visión única de uno de los acontecimientos más cruciales de la reciente historia europea, combinando la técnica narrativa periodística, la habilidad analítica del investigador político y el rigor propio del historiador.
Para Pam
Índice
Primera parte
LOS PROTAGONISTAS
Segunda parte
SE AVECINA UNA TORMENTA
Tercera parte
LA CONFRONTACIÓN
PRÓLOGO
Por el general Brent Scowcroft
Los historiadores han analizado mucho más a fondo la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962 que la Crisis de Berlín, sucedida un año antes. Sin embargo, aunque el episodio de Cuba haya recibido mucha más atención, el caso de Berlín fue mucho más decisivo a la hora de configurar la nueva era que abarcó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, hasta la reunificación alemana y la disolución del bloque soviético, en 1990 y 1991. Fue precisamente la construcción del Muro de Berlín, en 1961, lo que instaló la guerra fría en una hostilidad mutua que iba a prolongarse durante tres décadas más y que nos impuso unos hábitos, unos procedimientos y unas sospechas que sólo se desvanecieron con la caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989.
Además, esa primera crisis tuvo una intensidad especial. En palabras de William Kaufman, uno de los responsables de estrategia de la administración Kennedy que trabajó para el Pentágono tanto durante el episodio berlinés como durante el episodio de Cuba, «lo de . Aunque estuve profundamente involucrado en la Crisis de los Misiles en Cuba, creo que el enfrentamiento en Berlín, donde los tanques rusos y estadounidenses se encontraron literalmente cara a cara, apuntándose con los cañones, fue una situación mucho más peligrosa. En la Crisis de los Misiles en Cuba, a mitad de semana contábamos ya con indicios muy claros de que los rusos no tenían intención de llevarnos realmente hasta el límite…
«Ésa no fue, en cambio, la sensación que tuvimos en Berlín».
La contribución de Fred Kempe a la comprensión de ese momento crucial se basa en la combinación de la técnica narrativa periodística consistente en colocar al lector en el centro de la acción, las habilidades analíticas del investigador político y el rigor propio de un historiador con el que analiza documentos estadounidenses, soviéticos y alemanes desclasificados. Todo ello le permite ofrecernos un punto de vista único de las circunstancias y las personas que, de un modo u otro, contribuyeron a la construcción del Muro de Berlín, esa barrera icónica que se convirtió en un símbolo de todas las divisiones de la guerra fría.
La historia, por desgracia, nunca revela sus alternativas. Sin embargo, la importante obra de Kempe invita al lector a reflexionar sobre cuestiones fundamentales relacionadas con la Crisis de Berlín y a plantearse preguntas de gran calado sobre el liderazgo presidencial en EEUU .
¿Habría terminado antes la guerra fría si el presidente John F. Kennedy hubiera gestionado su relación con Nikita Jrushchov de forma distinta? Durante las primeras horas de la administración Kennedy, Jrushchov liberó a varios aviadores estadounidenses presos, mandó publicar el discurso de toma de posesión de Kennedy sin censura en los periódicos soviéticos y redujo las interferencias estatales sobre las frecuencias de Radio Free Europe y Radio Liberty. ¿Habría podido Kennedy explorar mejor qué posibilidades se ocultaban tras los gestos conciliadores de Jrushchov? Si Kennedy hubiera tratado de otra forma a Jrushchov durante la Cumbre de Viena de 1961, ¿es posible que el líder soviético hubiera rechazado la idea de cerrar las fronteras de Berlín dos meses más tarde?
¿O acaso debemos considerar, como han sugerido algunos, que la aquiescencia de Kennedy en la construcción del Muro por parte de los comunistas en agosto de 1961 fue la menos mala de las alternativas en un mundo plagado de peligros? En una frase que se hizo famosa, Kennedy dijo que prefería un muro a una guerra y tenía motivos para creer que aquélla era ni más ni menos la disyuntiva a la que se enfrentaba.
No se trata de asuntos menores.
Otra de las cuestiones que plantea la absorbente narración de Kempe es si el paso del tiempo nos permitirá analizar la guerra fría con una mayor riqueza de matices. La guerra fría no fue sólo un pulso con la Unión Soviética por la dominación mundial; fue también un conflicto alimentado por una serie de interpretaciones erróneas sobre las intenciones del otro, que no hacían más que reforzar la postura propia. Berlín 1961 expone los problemas de comunicación y los malentendidos entre Estados Unidos y la Unión Soviética de tal forma que no podemos evitar preguntarnos si no habríamos podido conseguir un resultado mejor de haber comprendido mejor las razones internas, económicas y políticas que motivaron la actitud de nuestro adversario.
Todo eso son especulaciones y conjeturas que nadie puede responder con certeza. Sin embargo, plantearlas en el contexto de Berlín 1961 es tan fundamental para abordar el futuro como para comprender el pasado. Las siguientes páginas contienen claves y advertencias que resultan particularmente oportunas durante el primer mandato de otro comandante en jefe joven y relativamente inexperto, el presidente Barack Obama; lo mismo que Kennedy, Obama llegó a la Casa Blanca con una agenda que, en lo tocante a la política exterior, pasaba por tratar de forma más hábil con nuestros adversarios para comprender lo que se oculta tras unos conflictos aparentemente inextricables y, así, estar en situación de resolverlos mejor.
Personalmente, estoy familiarizado con algunos de esos retos desde la época en que tuve que lidiar con el líder soviético Mijaíl Gorbachov desde mi posición como asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, durante el mandato del presidente George. H. W. Bush.
Los dos presidentes que trataron con Gorbachov, Bush y Ronald Reagan, eran dos hombres muy distintos. Y, sin embargo, ambos eran conscientes de que, si querían poner fin a la guerra fría, no había nada tan importante como la forma en que trataban a su homólogo soviético.
A pesar de calificar la Unión Soviética como el «Imperio del Mal», el presidente Reagan participó en cinco cumbres con Gorbachov y dio su visto bueno a innumerables acuerdos concretos que permitieron restablecer la confianza entre ambos países. Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín y decidimos centrar nuestros esfuerzos en propiciar la reunificación alemana, el presidente Bush resistió a todas las tentaciones de sacar pecho o regodearse con la situación y se dedicó a lanzar una y otra vez el mensaje de que ambas partes salían ganando con el fin de la guerra fría. Sin embargo, y al tiempo que hacía un esfuerzo de moderación en todas sus declaraciones públicas, intentó no proporcionar a los enemigos de Gorbachov en el Politburó ninguna excusa que les permitiera revertir sus políticas o apartarlo del cargo.
No podemos sino especular sobre si un Kennedy más duro o más conciliador habría podido alterar el curso de la historia en el Berlín de 1961. Sin embargo, es indiscutible que los acontecimientos de ese año llevaron la guerra fría a temperaturas glaciales justo en el momento en que la ruptura de Jrushchov con el estalinismo podría haber brindado la primera posibilidad de un deshielo.
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