Frederick Taylor - Dresde
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- Libro:Dresde
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Dresde: resumen, descripción y anotación
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A las 9.51 p.m. del martes 13 de febrero de 1945, las alarmas de la ciudad alemana de Dresde sonaron, como lo habían hecho muchas veces el año anterior. Casi siempre eran falsas alarmas, pero esta vez fue distinto. La ciudad estaba desprotegida: las armas habían sido trasladadas al frente ruso y ni siquiera había artillería antiaérea. Para la mañana siguiente, 796 aviones de la RAF y 311 aviones norteamericanos habían soltado más de 4.500 toneladas de explosivos y artefactos incendiarios. Al menos 25.000 habitantes (y tal vez muchos más) habían muerto bajo las bombas y quince kilómetros cuadrados del centro histórico de la ciudad habían sido devastados.
Este libro es la primera aproximación seria en más de veinte años de un evento que vive en la memoria colectiva como ejemplo del horror de la guerra desde el aire en el siglo XX.
Gracias a su rigor histórico y a su prodigioso talento narrativo, Dresde ha sido elevado por la crítica a la categoría de clásico del género bélico, y su autor ha sido comparado insistentemente con Anthony Beevor, aclamado autor de Stalingrado.
Frederick Taylor
El bombardeo más controvertido de la Segunda Guerra Mundial
ePub r1.0
Titivillus 15.03.15
Título original: Dresden. Tuesday 13 February 1945
Frederick Taylor, 2004
Traducción: Ricardo Dessau
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Alice
«¡Cuando los hechos se convierten en leyenda, publicad la leyenda!» Así dice Dutton Peabody, el cínico periodista de la película clásica de vaqueros El hombre que mató a Liberty Valance.
Cuando yo era estudiante en la década de 1960 sólo conocía la leyenda de Dresde, puesto que era lo único que se había publicado. Como muchas personas de mi edad, me había enterado de la destrucción de la ciudad sobre todo a través de una obra de ficción: la obra maestra mordazmente surrealista de Kurt Vonnegut, Slaughterhouse-Five. Una novela brillante, escrita en parte desde la perspectiva de sus terribles experiencias como prisionero de guerra que compartió el destino de la ciudad, aunque, no obstante, un producto de la imaginación.
Durante treinta años la exitosa novela de Vonnegut así como los libros de David Irving y Alexander McKee bastaron para describir el catastrófico ataque aéreo sobre Dresde de febrero de 1945, el cual, para la mayoría de los lectores de habla inglesa y habitantes de otras regiones del mundo, llegó a representar no sólo el apogeo salvaje de la guerra de bombardeo convencional, sino también algo mucho peor: un crimen sin sentido. El mensaje que estas obras nos transmitían a nosotros, la generación siguiente en Gran Bretaña y Estados Unidos, nos colmaba de una vergüenza casi absoluta. Dresde era el hecho imperdonable que nuestros padres habían cometido en nombre de la libertad y la humanidad, desplegando su fuerza por los aires con el objeto de destruir esta bella y, sobre todo, inocente ciudad europea. Una espantosa mancha en la hoja de servicios de los Aliados, la única que no podíamos disculpar.
Quizá hayan existido siempre ciertos aspectos de la leyenda que no sonaban totalmente convincentes. Por un lado, la ingente cantidad de víctimas citada, que ascendía a centenares de miles, horrorizaba mucho más que los resultados de cualquier otro ataque aéreo convencional y era mayor aún, en opinión de algunos, que el saldo de víctimas arrojado por Hiroshima o Nagasaki. Por otro, la idea de que Dresde, una ciudad de casi setecientos cincuenta mil seres humanos, trabajadores de una de las más antiguas regiones industriales de Europa, se ocupaba tan sólo en inocuas producciones culturales, además de dedicarse a la elaboración de bienes suntuosos y objetos de porcelana, incluso en medio de la autoproclamada «guerra total» del régimen nazi. En suma, la falta casi completa, allí donde se mirase, de cualquier información elemental sobre la ciudad, sus pasiones políticas, sus dificultades económicas y anhelos sociales: los aspectos más desagradables e intolerantes, aquellos que debieran considerarse, en cambio, junto con su lado más originalmente bello y refinado.
Una parte considerable del problema consistió en que, a menos de tres meses de su destrucción, Dresde no hizo más que permutar una camarilla de amos totalitarios por otra, desde el mismo momento en que los comunistas reemplazaron a los nazis. Los registros sobre la antigua vida de la ciudad que subsistieron después de 1945 fueron apenas abiertos a los eruditos e investigadores, y la mayor parte de los habitantes supervivientes mantuvieron el silencio de la conformidad oficial. Las versiones de lo que ocurrió entre las 10 p.m. de la noche del 13 de febrero de 1945 y el mediodía del 14 de febrero de 1945, muchas de ellas originadas en el fértil cerebro del ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, se erigieron sobre la piedra de la guerra fría, y un gobierno comunista deseoso de denigrar los nombres de los aliados occidentales no alentó un nuevo examen de las circunstancias. El momento liberador llegó en 1989, con el colapso de la Unión Soviética y el fin del comunismo en Alemania Oriental. Por fin el pueblo de Dresde podía escribir, discutir y acceder a su memoria colectiva sin el impedimento o el miedo a la persecución oficial; lo mismo pudieron hacer los eruditos y los investigadores independientes.
Las obras más objetivas previamente existentes referidas a la destrucción de Dresde se han elaborado en Alemania. Gótz Bergander, nacido en aquella ciudad y testigo adolescente del bombardeo, y más tarde periodista de radio y escritor afincado en Berlín, escribió su libro Dresden im Luftkrieg (Dresde en la guerra aérea) en los años setenta, texto revisado extensamente por el autor después de 1989 a la luz de la nueva información disponible. De una manera escandalosa si se observa la negligencia con que las leyendas apocalípticas sobre la caída de Dresde continúan publicándose en el mundo angloparlante, puede constatarse que el escrupuloso, rico y fascinante relato de Bergander sobre los ataques contra su ciudad natal nunca se tradujo al inglés. Lo mismo ha sucedido con otro historiador, Matthias Neutzner, cuyos libros Lebenszeichen (Signos de vida) y Martha Heinrich Acht (Martha Heinrich Ocho —el nombre en clave de Dresde en la cuadrícula de la defensa aérea de Alemania—) intentan la casi imposible tarea de describir la destrucción de la ciudad desde la perspectiva de la guerra, al tiempo que destacan hasta el límite de lo soportable la trágica pérdida de vidas humanas que ello significó.
Fue después de que yo leyera los libros mencionados y de que entrara en contacto con sus autores cuando comenzó mi viaje. Por supuesto, el itinerario adoptó su forma geográfica: Dresde, Berlín, Londres y Washington, donde pude consultar registros y documentos: desde la casita de campo de un veterano de la RAF en Norfolk, hasta una antigua casa de trabajadores esclavos en el borde del bosque bávaro; desde entrevistas en cuartos de hotel con supervivientes de Dresde, hasta emotivas charlas en bonitos apartamentos construidos sobre los escombros de las barriadas donde habían crecido los testigos presenciales. Sin embargo para mí ha sido siempre, también, un trayecto mental en el que confrontaba evidencias que no se adecuaban a mi vieja idea de lo que había sido Dresde y en el que me esforzaba por entrever los años de la guerra, no a través de los ojos del muchachito protestón inclinado al pacifismo que he sido y sigo siendo, sino como si los contemplasen, sin otra mediación, los mismos seres que vivieron y pelearon, sufrieron y lucharon en aquellos momentos, cuando el futuro no podía conocerse, mientras millares de personas morían todos los días inexorablemente.
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