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Francisco Umbral - ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?

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Francisco Umbral ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?
  • Libro:
    ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2003
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¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?: resumen, descripción y anotación

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A QUÉ LLAMAMOS EUROPA

Parafraseando un título muy famoso, A qué llamamos España, más afirmativo que interrogativo, me planteo hoy el asunto de a qué llamamos Europa, y voy a explicarlo con hombres más que con letras.

Leonardo. El gran heterodoxo de todas las heterodoxias. Involucra la duda en todo lo que hace y en lo que hacen los demás. No sólo la Gioconda. Todo en él es ambiguo, sugeridor, misterioso, oscuro de genialidad. En la hora de luz del Renacimiento, Leonardo dibuja las primeras sombras y dudas de la modernidad. Así la Sagrada Cena. Leonardo dibuja demasiado bien. O simplemente dibuja demasiado. Leonardo es el demonio, del avión a la homosexualidad: Europa. Tan demonio que ni siquiera se atrevieron a quemarle.

Rubens. Rubens es la fiesta de la vida que vuelve, un exceso de carne que ya se encargaría Picasso de reducir a geometría. Las mujeres de Rubens, los desnudos de Rubens, son así porque Rubens tenía que gastar mucha pintura, mucho cuadro. Estamos en la fiesta del derroche, en la vuelta de la eternidad clásica, en el redescubrimiento de lo apolíneo, pero todos los redescubrimientos son dionisíacos. Rubens es ya lo que hoy el Bundesbank: trigo y dinero para todos. Sexo para rato.

Pascal. «Todos los males le vienen al hombre de no estarse quieto en su habitación». A medida que amamos más lo quieto, amamos más a Pascal. Ya que somos fugaces en el tiempo, no lo seamos en el espacio. Que haya una piedra, un árbol, algo con lo que después pueda identificársenos, ya muertos. Se lo ha dicho Françoise Sagan, el verano pasado, a un intruso viajero y parlanchín:

—¿Ah, pero usted todavía viaja? Qué gracioso.

He aquí a la leve Sagan identificada con el sólido Pascal. Como un Pascal femenino, ella cree más en París que en eso de que el mundo gire. Lo de que el mundo gira lo sabemos porque nos lo han dicho. En realidad, cada hombre sigue pensando que su casa se está quieta. Y su tierra. De otro modo no podría trabajar en ella.

Virgilio. Hermann Broch, en La muerte de Virgilio, nos lo presenta como un fardo humano viajando en las bodegas de la nave del César. Un clásico ya le había definido crudamente, hasta el fondo: «A pesar de todo es un esclavo».

He ahí el hombre europeo. Pagano, sensible, clásico, moderno, pero un esclavo de la nave del Estado, en la nave del Gobierno, en la nave de la tiranía o de la democracia. Y todo lo que hacemos, carpintería o poemas, está pregnado de nuestro ignoto olor a esclavitud. Unos esclavos inspirados somos los europeos.

Napoleón. Empezó queriendo levantar Córcega contra Francia. Luego comprendió que pasándose a Francia haría más carrera. Su carrera es la Revolución francesa, en la que no cree, pero la usa para ideologizar y justificar sus guerras.

Napoleón quiere la unidad de Europa para ser emperador. Cocteau lo dijo: «Napoleón era un loco que se creía Napoleón». Todavía en Santa Elena seguía la locura. Nunca fue Napoleón, pero le hizo los primeros hilvanes a la Europa moderna. Goethe y Stendhal creyeron en él. Le hubieran querido como personaje, pero le soportaron como tirano.

Con todo, es el que mejor emblematiza Europa. Por eso está condenado a que le mimeticen todos los fascismos.

Gutenberg. Pensé un título: «Las doradas gaviotas de Gutenberg». A lo mejor hago el libro. La palabra vuela y roba, como la gaviota. Gutenberg es el fogonero de la gran maquinaria del lenguaje. Gracias a él, la idea deja de ser abstracción para ser mecánica. El poema deja de ser seducción para ser lírica.

Contra la lentitud de los monasterios, la celeridad de la imprenta. Contra la mentira consagrada por el tiempo, la verdad urgente, periodística de la prisa que no tiene tiempo para mentir. Gutenberg le da vueltas a una manivela que pone en marcha Europa.

Goethe. Prefiere la injusticia al desorden. Bowles, glosado por Caballero Bonald, le hubiera dicho que el Orden no es sino un caos encalmado. Goethe, contra su continuo magisterio de geometrías, es una pasión encalmada. Encalmada por un tiro, Werther. Su pecado es que lo sabía. Pero fingió siempre creer en el Orden. Aunque de pronto se le escapa la verdad: «Sólo entre todos los humanos es un encalmado desorden». Una calma de Creación desordenada por la Historia. Pero él hizo su figura y cumplió.

Boccaccio. Si Rubens es la fiesta renacentista, Boccaccio había sido la fiesta medieval. No las princesas y las musas gordas y desnudas, sino las mujeres del pueblo de uno, incluso la propia, desnudas y gordas. Contra el ascetismo germano, la romería mediterránea de Adán y Eva fornicando dentro de un tonel de vino. Algo así es Boccaccio. Europa está hecha de batallas y orgías. De caballeros y meretrices. De pensadores con peluca y rabaneras que se arrancan unas a otras la peluca en el mercado.

Boccaccio es un Renacimiento artesanal, menestral, de clase media, sin pedantería, sin cursilería. Boccaccio es la Edad Media sin cinturón de castidad. Boccaccio son los siete pecados capitales en una sola cópula.

Chopin. Más que la ópera, más que Bach, más que nadie, Chopin es Europa por el Romanticismo. Romanticismo llamamos al nacionalismo europeo. La música de Chopin tiene una tristeza, un fracaso, una cadencia y una decadencia de europeo exhausto. Europa suena a Chopin. Y no lo digamos al contrario, que sería blasfemia. Chopin fue el músico de nuestro romanticismo juvenil. Hoy es el músico de nuestro romanticismo senil.

A mí, en la parroquia, que me toquen Chopin.

Botticelli. Contra las orgías medievales de Boccaccio, contra las meriendas renacentistas de Rubens, el dibujo sereno de Botticelli, el desnudo matinal de Botticelli, la muchacha virginal de Botticelli. En él se resume por anticipado el equilibrio europeo, la aristocracia sin aristócratas, la sexualidad sin lechos revueltos, la poesía sin Flor Natural, porque las ninfas viven rodeadas de flores naturales, en el bosque. El equilibrio o Botticelli. Las Tres Gracias de Canova son culonas. A las de Botticelli sólo les pesa el alma.

Un genio sombrío, un genio alegre, un junco pensante, un poeta y esclavo, un tirano, un inventor, un humanista, un juerguista, un romántico y un artista puro. Diez europeos de todos los tiempos, hombres como capitulares, antología apresurada de Europa. Cada uno de ellos es todo un alfabeto. Cualquiera de ellos nos expresa. Todos juntos son nuestra patria. Leídos en cualquier orden, siempre se lee «Europa».

CERVANTES Y VOLTAIRE

Hay una frase de Voltaire sobre el Quijote que me parece la más inteligente glosa al libro cervantino y a la verdadera personalidad del hidalgo manchego. Dice el Voltaire ya maduro:

«Yo, como Don Quijote, me invento pasiones sólo para ejercitarme».

La ocurrencia es bella y melancólica referida al propio Voltaire, pero es absolutamente reveladora referida a Don Quijote. Don Quijote nunca hemos creído que estuviera loco, pero nadie mejor que Voltaire ha denunciado jamás su lucidez. Llegado a la cincuentena (que era mucho para un hombre de la época), Alonso Quijano decide que hay que pegar el salto, que ha empezado para él la vejez, que empieza a ser un hombre desapasionado (salvo las pasiones vicarias de las novelas) y que necesita «inventarse» (hoy diríamos incentivar) las pasiones que ya no siente, o sólo de manera muy tibia. A tal pasión responde el sueño de Dulcinea, que es suficientemente vagarosa y gentil como para mover a un caballero, pero no ya a un amante. Asimismo, los sueños de aventura, gloria, combate, justicia y otras noblezas. Alonso se inventa la vida que nunca ha tenido o que le va faltando. Y creo que ésta sea la más profunda enseñanza del libro, con permiso de los cervantistas, y que sólo Voltaire la vio. El hombre ha de estar siempre inventándose pasiones, desde las primeras, que no lo serán si las deja en «pecados de juventud».

En esto sí que es España quijotesca, y no en otros tópicos. España se inventa la pasión del Imperio, la pasión de América, la pasión de la Fe, la pasión del honor y la honra, la pasión de Europa e incluso la pasión de la propia España, que empieza a llamarse así antes de existir. Los grandes soñadores españoles, de Fernando de Aragón al Duque de Alba, de Hernán Cortés a Francisco de Quevedo, han mantenido el país vivo, han sido otras tantas ruedas humanas moviendo la maquinaria de una nación, primera en el tiempo de la Modernidad.

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