Francisco Umbral - Las respetuosas
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- Libro:Las respetuosas
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1976
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FRANCISCO UMBRAL (Madrid, 1932 - Boadilla del Monte, 2007).
Fruto de la relación entre Alejandro Urrutia, un abogado cordobés padre del poeta Leopoldo de Luis, y su secretaria, Ana María Pérez Martínez, nació en Madrid, en el hospital benéfico de la Maternidad, entonces situado en la calle Mesón de Paredes, en el barrio de Lavapiés, el 11 de mayo de 1932, esto último acreditado por la profesora Anna Caballé Masforroll en su biografía Francisco Umbral. El frío de una vida. Su madre residía en Valladolid, pero se desplazó hasta Madrid para dar a luz con el fin de evitar las habladurías, ya que era madre soltera. El despego y distanciamiento de su madre respecto a él habría de marcar su dolorida sensibilidad. Pasó sus primeros cinco años en la localidad de Laguna de Duero y fue muy tardíamente escolarizado, según se dice por su mala salud, cuando ya contaba diez años; no terminó la educación general porque ello exigía presentar su partida de nacimiento y desvelar su origen. El niño era sin embargo un lector compulsivo y autodidacta de todo tipo de literatura, y empezó a trabajar a los catorce años como botones en un banco.
En Valladolid comenzó a escribir en la revista Cisne, del S. E. U. , y asistió a lecturas de poemas y conferencias. Emprendió su carrera periodística en 1958 en El Norte de Castilla promocionado por Miguel Delibes, quien se dio cuenta de su talento para la escritura. Más tarde se traslada a León para trabajar en la emisora La Voz de León y en el diario Proa y colaborar en El Diario de León. Por entonces sus lecturas son sobre todo poesía, en especial Juan Ramón Jiménez y poetas de la Generación del 27, pero también Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna y Pablo Neruda.
El 8 de septiembre de 1959 se casó con María España Suárez Garrido, posteriormente fotógrafa de El País, y ambos tuvieron un hijo en 1968, Francisco Pérez Suárez «Pincho», que falleció con tan sólo seis años de leucemia, hecho del que nació su libro más lírico, dolido y personal: Mortal y rosa (1975). Eso inculcó en el autor un característico talante altivo y desesperado, absolutamente entregado a la escritura, que le suscitó no pocas polémicas y enemistades.
En 1961 marchó a Madrid como corresponsal del suplemento cultural y chico para todo de El Norte de Castilla, y allí frecuentó la tertulia del Café Gijón, en la que recibiría la amistad y protección de los escritores José García Nieto y, sobre todo, de Camilo José Cela, gracias al cual publicaría sus primeros libros. Describiría esos años en La noche que llegué al café Gijón. Se convertiría en pocos años, usando los seudónimos Jacob Bernabéu y Francisco Umbral, en un cronista y columnista de prestigio en revistas como La Estafeta Literaria, Mundo Hispánico (1970-1972) , Ya, El Norte de Castilla, Por Favor, Siesta, Mercado Común, Bazaar (1974-1976) , Interviú, La Vanguardia, etcétera, aunque sería principalmente por sus columnas en los diarios El País (1976-1988) , en Diario 16, en el que empezó a escribir en 1988, y en El Mundo, en el que escribió desde 1989 la sección Los placeres y los días. En El País fue uno de los cronistas que mejor supo describir el movimiento contracultural conocido como movida madrileña. Alternó esta torrencial producción periodística con una regular publicación de novelas, biografías, crónicas y autobiografías testimoniales; en 1981 hizo una breve incursión en el verso con Crímenes y baladas. En 1990 fue candidato, junto a José Luis Sampedro, al sillón F de la Real Academia Española, apadrinado por Camilo José Cela, Miguel Delibes y José María de Areilza, pero fue elegido Sampedro.
Ya periodista y escritor de éxito, colaboró con los periódicos y revistas más variadas e influyentes en la vida española. Esta experiencia está reflejada en sus memorias periodísticas Días felices en Argüelles (2005). Entre los diversos volúmenes en que ha publicado parte de sus artículos pueden destacarse en especial Diario de un snob (1973), Spleen de Madrid (1973), España cañí (1975), Iba yo a comprar el pan (1976), Los políticos (1976), Crónicas postfranquistas (1976), Las Jais (1977), Spleen de Madrid-2 (1982), España como invento (1984), La belleza convulsa (1985), Memorias de un hijo del siglo (1986), Mis placeres y mis días (1994).
En el año 2003, sufrió una grave neumonía que hizo temer por su vida. Murió de un fallo cardiorrespiratorio el 28 de agosto de 2007 en el hospital de Montepríncipe, en la localidad de Boadilla del Monte (Madrid), a los 75 años de edad.
Francisco Umbral, 1976
Editor digital: Titivillus
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Habla Peter Weiss, a propósito de sus relatos cortos, de «esculturas léxicas». Efectivamente, lo son. Peter Weiss, artista plástico y hombre de teatro, llega a escribir una prosa táctil, digital, palpable, corpórea, visual. Pues bien, mi Maripi, modestamente, nació como una escultura léxica.
Y no porque ella sea o haya sido escultural, sino porqué lo que yo me proponía cuando empecé a escribir sus monólogos, andanzas y reflexiones era ante todo hacer un estudio en marcha del lenguaje de las meretrices madrileñas de determinada edad (entre los treinta y los cuarenta) y determinada localización (Gran Vía y aledaños, mejor que otras zonas eróticas o erógenas de Madrid). Las meretrices (no hay palabra, más hermosa para designarlas) han pasado ya al argot: de nuestro tiempo, en España y puede que en el mundo, con el genérico de respetuosas, a partir de La puta respetuosa de Jean-Paul Sartre. Es éste uno de tantos ejemplos literarios de cómo un adjetivo se sustantiviza. Una pequeña escultura léxica, a fin de cuentas, una cristalización que se ha producido en el idioma por sí sola, como tantas otras.
Dicen los modernos antropólogos (Edgar Morin) que no fue que el hombre se hiciera cazador, en la prehistoria, sino que el cazador se hizo hombre. No es que el hombre, al seccionarse del animal, cree un idioma para entenderse, sino que el mono, por disfrutar de un idioma, accede a la hominización. Los monos han tenido siempre y siguen teniendo un código para entenderse (como tantas otras especies). El perfeccionamiento de ese código es justamente la hominización, y no otra cosa. No hemos creado un lenguaje porque tengamos algo que decir, sino que decimos cosas porque disfrutamos de un lenguaje. Asimismo se ha dicho que no hablamos nosotros una lengua, sino que la lengua habla a través de nosotros. Todos hemos nacido de las ondas del lenguaje, como Venus de las ondas del mar culto. Y Maripi, un tanto venusina, venusiana o venérea, también.
Así que donde yo buscaba agrupar, seleccionar y articular modismos, palabras, expresiones, la mera armazón de este juego se constituyó en mujer. Maripi nace del costillar del idioma como Eva de la costilla de Adán. Durante algún tiempo la mantuve de actualidad periódica, viviendo y contando sus noches y sus días, sus amores y desamores, su viejo oficio casi sagrado, y quizá, sin ser un personaje de novela, ni mucho menos, ha resultado mi personaje más novelesco. Maripi tiene de Sartre, de Mihura y hasta de Umbral. Lo que empezó siendo un juego de palabras, acabó siendo una verdad de carne y hueso, con más carne que hueso; como a la propia Maripi le hubiera gustado decir. Del barro del idioma me nació una mujer. Con Maripi se confirma modestamente —mayormente, hubiera dicho ella— la prestigiosa y prestigiada teoría de la lingüística moderna según la cual (y ahí está el estructuralismo) cualquier personaje literario puede reducirse a palabras y no existe más que en el idioma, Don Quijote y Hamlet incluidos. Y Maripi.
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